Si sientes que tienes un mal día, piensa en que un tardígrado ha sido congelado, introducido en un arma y disparado a una velocidad entre 0,556 y 1 km/s. Bueno, en realidad no ha sido uno solo, sino un grupo de ellos.
No es la primera vez que la ciencia pone a prueba a estos animales, conocidos también como osos de agua. Son extremadamente resistentes, capaces de soportar temperaturas muy altas o muy bajas, el vacío del espacio, las radiaciones cósmicas o los entornos con concentraciones muy elevadas de sal. Incluso se ha probado a hervirlos. Y sobreviven. Esa resistencia los ha convertido en seres muy interesantes para investigar la posibilidad de que exista vida extraterrestre.
Por eso, siguen buscando sus límites, con experimentos como el que acaban de realizar dos científicos de la Universidad de Kent, en Reino Unido. ¿Pero para qué han decidido dispararlos como si de proyectiles se tratara?
Los superpoderes del tardígrado
Si bien la gran resistencia del tardígrado lleva muchos años captando la atención de la ciencia, fue en 2019 cuando el interés tomó un nuevo sentido.
Beresheet, una sonda lunar israelí, fracasó en su misión de llevar una nave de este país por primera vez a nuestro satélite. Lo hizo al estrellarse contra la superficie selenita, apenas unos minutos antes del alunizaje.
En ella, viajaba una biblioteca lunar, cuyo objetivo era depositar sobre la Luna un resumen del conocimiento humano. Consistía en un dispositivo del tamaño de un DVD, constituido por 30 millones de páginas, entre las que se incluían toda la Wikipedia en inglés, varias obras de la literatura clásica e incluso los trucos de David Copperfield. Si existiera vida inteligente en la Luna, descubrirían que los seres humanos tenemos una literatura maravillosa, pero también que no siempre consultamos las mejores fuentes y que podemos llegar a ser un poco mentirosos. No era una mala representación, desde luego.
Sin embargo, a los responsables de la misión les pareció poco. Por eso, añadieron a este dispositivo varias capas de resina epoxi en las que se incluían, por ejemplo, muestras de ADN humano, folículos pilosos, muestras de algunos árboles sagrados y miles de tardígrados deshidratados. En su día se planteó que, a pesar del accidente, aquella misión podría haber servido para depositar vida en la Luna.
Se sabe que los tardígrados son resistentes a condiciones tan extremas como las de nuestros satélite. Sin embargo, quedaron dudas sobre si resistirían el gran impacto con el que Beresheet se posó en su destino. Queda el consuelo de que las láminas de resina epoxi podrían haber amortiguado algo el golpe, pero no se sabe si sería suficiente. Por eso, estos científicos se plantearon un experimento para comprobar si un tardígrado puede sobrevivir después de lanzarse a modo de proyectil.
Además, serviría para comprobar el realismo del modelo de panspermia, que defiende que la vida podría distribuirse por el espacio a través del impacto entre planetas de asteroides y meteoritos.
Así fue el experimento
Para la realización de este estudio, cuyos resultados se han publicado recientemente en Astrobiology, sus autores usaron una pistola de hipervelocidad. Funciona en dos etapas. En la primera utiliza la pólvora, como un arma de fuego normal. En la segunda, en cambio, emplea un gas ligero, como el helio o el hidrógeno, colocado bajo una rápida presurización. Así, se logra obtener velocidades de hasta 8 kilómetros por segundo.
Los proyectiles estaban compuestos por estructuras de nylon en las que se colocaban dos o tres ejemplares de Hypsibius dujardini, una especie de tardígrado proceden de agua dulce. Estas estructuras se congelaban, para que los animales entraran en un estado de hibernación, conocido como tun. Después, se introducían en el arma y se lanzaban a velocidades que oscilaban entre 0,556 km/s y 1 km/s.
Ya estaban listos para dispararlos hacia unos objetivos de arena, que luego se cargaban en columnas de agua para aislar a los tardígrados. Por otro lado, se congelaron 20 tardígrados, pero no se dispararon, para poder usarlos como control.
Una vez recuperados, se procedió a comprobar cuánto tardaban en recuperarse de la hibernación. Cuanto más rápido lo hicieran, menos dañados estarían.
Ningún tardígrado del grupo control tardó más de 8 o 9 horas. Los que se encontraban en los proyectiles invirtieron más tiempo, como es lógico. Sin embargo, aquellos en los que la velocidad de disparo había estado por debajo de los 0,825 kilómetros por segundo se recuperaron intactos. De ahí en adelante solo se pudieron recuperar fragmentos.
¿Qué implica todo esto?
La velocidad vertical en el momento del impacto de Beresheet fue de 134,3 m/s o, lo que es lo mismo, 0,134 km/s. En cambio, la horizontal fue de 946,7 m/s (0’947 km/s). La primera estaría totalmente dentro de los límites considerados como seguros. La segunda no. Sin embargo, podría esperarse haber recuperado algún tardígrado intacto. De cualquier modo, para saberlo con seguridad habría que intentar recuperarlos en futuras misiones y, una vez de vuelta en la Tierra, rehidratarlos. Si algunos sobrevivieran, serían los seres vivos que más tiempo habrían pasado en nuestro satélite.
En cuanto a la panspermia, los impactos de algunos asteroides y meteoritos se encuentran dentro del rango seguro, por lo que podrían sobrevivir.
Definitivamente, si hay un ser vivo, de los que conocemos, que podría haber sobrevivido a un brusco viaje espacial, sería un tardígrado. Esa es una de las conclusiones de este estudio que sí que ha dado con algunos de los límites de estos animales. Pero hay que reconocer una cosa. ¡Menudos límites!