El realizador británico Guy Ritchie, que hoy estrena en cines Despierta la furia (2021), ha sido capaz de ofrecer a los espectadores una sola película magnífica, la vibrante Snatch: Cerdos y diamantes (2000); y otras de gran interés como RocknRolla (2008), Sherlock Holmes (2009) y The Gentlemen: Los señores de la mafia (2019).
En una mayor o menor medianía se encuentran Lock, Stock and Two Smoking Barrels (1998), Sherlock Holmes: Juego de sombras (2011), Operación UNCLE (2015), El rey Arturo: La leyenda de Excalibur (2017) y Aladdín (2019).
Y lo de la horrible Barridos por la marea (2002), sobre todo, y Revólver (2005), por su guion pretenciosamente deslavazado esta última y no por su digna composición estilizada, es una catástrofe de veras incomprensible.
El músculo narrativo de Guy Ritchie en ‘Despierta la furia’
Después de un cenital agradecido, un contundente plano secuencia inicial marca el enfoque implacable con el que se narra la historia de Despierta la furia. La intensidad y la vida están en los sucesos del thriller, la encarnación de los personajes, los diálogos mundanos y siempre creíbles que han escrito los novatos Ivan Atkinson y Marn Davies con el propio cineasta inglés y sus ojos tras la cámara, que registra las cosas terribles que ocurren con impasibilidad pero también interés, sin perderse nada importante, y modificando nuestra percepción con su perspectiva.
Guy Ritchie nos demuestra, además, el músculo narrativo que sabe ejercitar en sus trabajos lúcidos, pero sin su efervescencia juvenil; un músculo que es el resultado del oficio apasionante en el que ya ha invertido veintiséis años.
Lo que dura toda la presentación hasta el primer giro fundamental se compone de una sucesión alternativa de breves planos secuencia y contraplanos para garantizar un montaje diverso, que firma James Herbert como el de las ocho películas previas de Guy Ritchie, y un buen ritmo.
Un estilo reconocible pero contenido
A partir de entonces, este no decae en momento alguno y se construye de una forma adecuada, fomentando la curiosidad del público, el misterio en torno a las motivaciones del aguerrido protagonista de Despierta la furia, en cuya piel se mete Jason Statham (Collateral) con su eficaz interpretación casi única e indistinguible para la cuarta colaboración con su compatriota después de Lock, Stock and Two Smoking Barrels, Snatch y Revólver, mientras que Five Eyes (2022), en posproducción ahora, será la quinta.
Le acompañan otros actores competentes, desde Holt McCallany (El Club de la Lucha) como Bullet, Josh Hartnett (El caso Slevin) en el papel de Boy Sweat Dave o Scott Eastwood (Snowden) como Jan hasta Andy García (El Padrino 3) en los zapatos del agente King, Eddie Marsan (V de Vendetta) como Terry o Darrell D’Silva (Negocios ocultos) de Mike.
Todos ellos en el que tal vez se trate del filme más contenido de Guy Ritchie, siguiendo con la senda madura de The Gentlemen y, necesariamente, como nueva versión del francés Le convoyeur (Nicolas Boukhrief, 2004). Pero hay aquí detalles típicos del director británico. No sus llamativas aceleraciones y subsiguientes cámaras lentas, sino los saltos del guion entre los acontecimientos y su descripción oral por parte de quien los conoce.
Los largos flashbacks medios de Despierta la furia aúpan y expanden el relato y apuntalan su compostura sólida, su entereza narrativa y la inmersión de los espectadores. Con la ayuda inestimable de la recia partitura de Christopher Benstead, que repite en una película de Guy Ritchie tras The Gentlemen y le insufla inquietud atmosférica gracias a su poderosa cuerda grave.
Un ‘remake’ superior
Sin duda alguna, este thriller entra en ese selecto grupo de remakes estadounidenses de obras rodadas en otros países que superan a la original. Así que se une, por ejemplo, a Esencia de mujer (Martin Brest, 1992), La señal (Gore Verbinski, 2002) o Infiltrados (Martin Scorsese, 2006), que le pasan la mano por la jeta a Perfume de mujer (Dino Risi, 1974), El círculo (Hideo Nakata, 1998) y Juego sucio (Andrew Lau y Alan Mak, 2002).
Porque Despierta la furia es otro mundo en comparación con Le convoyeur, aburridísima, inverosímil hasta la estupidez en ocasiones y estéticamente insulsa. Y está muy claro que Ivan Atkinson, Marn Davies y Guy Ritchie han convertido el libreto de Nicolas Boukhrief y Eric Besnard, no en algo grandioso, pero sí bastante atractivo; a años luz en complejidad dramática e ingenio.
Al igual que el estilo inconfundible y los recursos del realizador inglés dejan en ridículo a los de su colega galo. Incluso al erigir la tensión que estalla de forma trepidante en el tramo final, llenándonos de una rabia parecida a la del H. de Jason Statham y con el exorcismo oportuno de los demonios conjurados. Nos da lo que promete y lo hace de un modo honesto y sugestivo. Poco más se le puede pedir.