Podemos encontrar diferentes clases de lectores. Unas personas se zambullen en varios libros a la vez, otras prefieren zampárselos por orden, sin mezclar. O dedican bastante tiempo a esta actividad reconfortante a diario, no como aquellas que leen con más calma, durante algún ratito del que disponen. Y hay quienes planifican sus lecturas, mientras que muchos saltan de una obra a la siguiente a capricho, según lo que les apetezca. Y no todos son capaces de sumergirse en cualquier tipo de texto. Solamente una minoría se interesa por los teatrales y los poemarios, por ejemplo; porque la presente no es su época más exitosa.

Unos disfrutan un montón con las novelas, la inmensa mayoría, y los ensayos les aburren soberanamente. O al contrario, optan por las publicaciones divulgativas porque lo que les gusta de verdad es aprender cosas. Sea como fuere, parecería muy extraño que alguien no aceptara recomendaciones con gratitud; así se descubren libros nuevos a los que hincarle el diente. Y tal es el propósito de este artículo. Empezando por dos novelas magníficas, y siguiendo con un par de juguetitos teatrales y el mismo número de poemarios clásicos. Y, por último, tres ensayos deliciosos que pueden convertirse en nuestras obras de cabecera.

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Dos novelas magníficas y un par de juguetitos teatrales

Las naves quemadas (1982) es una novela envolvente del canario J. J. Armas Marcelo, que también publicó más tarde la estupenda Los dioses de sí mismos (1989). La jugosa crónica de unos cononizadores imaginarios de América que fluye como un torrente en su indiscutible dominio del lenguaje primoroso. Y, si a uno le chifla que le cuenten la interesantísima evolución de personajes creíbles y vivísimos, no puede dejar de leer Sostiene Pereira (1994), del italiano Antonio Tabucchi. Una amena transformación de la consciencia en tiempos realmente difíciles que merece ser conocida.

Por otro lado, si ha vivido alguna vez un dramaturgo español al que pueda calificarse como original sin ningún tapujo, ese fue el madrileño Enrique Jardiel Poncela, autor de la locura hilarante de Cuatro corazones con freno y marcha atrás (1936). Una pieza de inesperada ciencia ficción que está llena de situaciones absurdas con las que uno llora de la risa. Y otro tanto ocurre con El juicio de Paris (1996), una “recreación jocosa del universal mito” escrita por el murciano Arístides Mínguez. Una clara demostración de que lo grecolatino se puede reformular en clave contemporánea y regalarnos muchas carcajadas.

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Dos poemarios clásicos y tres ensayos deliciosos para 2021

Cuando la poesía triunfante es la de la banalidad carente de estilo y consistencia y los referentes incomprensibles son Marwan, Defreds o Elvira Sastre, recurrir a los clásicos se nos antoja de pura sensatez. Y si sus libros tienen la delicadeza y el esmero de La destrucción o el amor (1935), con la estética surrealista y libre del sevillano Vicente Aleixandre en su correspondiente etapa, es difícil no sucumbir a sus versos. Como a la antología de La felicidad inminente (1923-1955), del madrileño Pedro Salinas y su enfoque sutil y siempre apasionado pero nunca ciego de lo que traen las relaciones amorosas.

Por otra parte, uno no se puede perder Dios no es bueno (2007), el ensayo en el que el británico Christopher Hitchens argumenta con una erudición y una lógica arrebatadoras aquello que expone el título. Ni Siempre han hablado por nosotras (2019), de la marroquí Najat el Hachmi, uno de los libros más lúcidos, reveladores y asombrosamente contundentes contra el islamismo antifeminista que uno se pueda echar a la cara. Y la murciana Loola Pérez comparte su lucidez en Maldita feminista: Hacia un nuevo paradigma sobre la igualdad de sexos (2020), de un rigor desafiante hasta lo irresistible.

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