Cada día se inician en todo el mundo miles de ensayos clínicos, destinados a evaluar la eficacia de una gran variedad de fármacos. Como población, solemos vivir ajenos a la existencia de la mayoría de ellos, y aún más al procedimiento que se sigue para realizarlos. Sin embargo, con la vacuna contra la COVID-19 la cosa cambia. Es algo que todos deseamos tanto que estamos siguiendo el minuto a minuto de su desarrollo como si nos fuese la vida en ello. Muchas vidas se están yendo en el camino, de hecho. Esto por un lado es bueno, porque sirve para que seamos conscientes de todo lo que implica que un medicamento pueda llegar a las farmacias. Pero, por otro, tendemos a entrar en terror ante situaciones totalmente normales. Buen ejemplo de ello es el del voluntario muerto con la vacuna contra el coronavirus de AstraZeneca y la Universidad de Oxford.
Ayer, la noticia del triste fallecimiento de este hombre de 28 años protagonizaba titulares de medios de comunicación de todo el mundo. Uno de los voluntarios del ensayo clínico había muerto y aun así el proceso seguía adelante. ¿Cómo puede ser? Poco después se sabía que a este participante se le había administrado el placebo. Y, por lo tanto, su defunción, aun siendo igualmente lamentable, nada tuvo que ver con el ensayo clínico.
¿Por qué no es correcto hablar de un voluntario muerto con la vacuna contra el coronavirus?
Cuando se realiza un ensayo clínico, es necesario comprobar si los efectos que se dan sobre la salud de los participantes se deben realmente al fármaco que se está estudiando y no son fruto de la casualidad.
Por eso, a una parte de los voluntarios se les administra un placebo. Esta es una sustancia con la misma apariencia y forma de administración que el fármaco, pero que no ejerce ningún efecto sobre el organismo. Para hacerlo todavía más completo se puede hacer el ensayo ciego o doble ciego. En el primer caso, los participantes no saben si se les está dando el compuesto que se está estudiando. En el segundo, ni siquiera lo sabe el personal que se encarga de dárselo. Con esto se intentan evitar los efectos psicológicos que el placebo podría ejercer.
Aunque ni los voluntarios ni el personal sepan quién ha recibido placebo y quién no, eso queda registrado, para que puedan analizarse correctamente los resultados después.
Por eso, en el caso del voluntario muerto con la vacuna contra el coronavirus sabemos que en realidad no murió por la vacuna, ya que pertenecía al grupo del placebo.
De hecho, según informan desde la agencia de noticias brasileña O'Globo, el paciente falleció a causa de complicaciones de la COVID-19. No había recibido la vacuna, por lo que enfermó gravemente y terminó muriendo por ello.
Continúa el ensayo clínico
Por motivos de confidencialidad, esta información no ha sido emitida directamente por los centros de investigación que se encuentran detrás del ensayo clínico. No obstante, el hecho de que se haya seguido adelante con el procedimiento es señal de que la muerte no ha tenido nada que ver con la vacuna.
Lo explicaba recientemente en su cuenta de Twitter Joan Pons, un enfermero español residente en Reino Unido que ha participado como voluntario en los ensayos clínicos realizados en este país.
No hay que olvidar que en los últimos meses el procedimiento se ha parado dos veces, a causa de la enfermedad de algunos voluntarios. En esos casos sí se hizo un alto en camino para evaluar la situación y comprobar si los síntomas que mostraban estas personas tenían algo que ver con el fármaco. Eso demuestra que se están siguiendo los pasos adecuados y que el procedimiento se para cuando es necesario. No hay motivos para el alarmismo.