Construir varias historias alrededor de un único tema continúa siendo un reto complicado para cualquier realizador, en especial, en géneros como la fantasía y el terror, que además tienen que luchar contra el peso de que las historias que conforman la antología deben ser lo suficientemente consistentes como para asombrar o aterrorizar en una sola pieza. Desde el hecho que haya narraciones que superen en calidad a otras —y la antología solo se recuerde por esa disparidad, como ocurrió con la versión cinematográfica de The Twilight Zone dirigida por John Landis, Steven Spielberg, George Miller y Joe Dante— hasta el equilibrio de tonos y ritmos, la combinación de diferentes puntos de vista en el largometraje suele ser un terreno complicado por el cual avanzar.

No obstante, The Mortuary Collection, del escritor y director Ryan Spindell, supera con creces la prueba y, no solo por lograr una elegante combinación de recursos que sorprende por su solidez, sino porque además consigue crear algo superior al mero hecho de centralizar varias historias bajo un mismo tema en The Mortuary Collection. Se trata, sin duda, de uno de los experimentos más exitosos del género, que supera varios de los problemas, quizá por tener un único director y guionista que logró componer una interesante mezcla de matices y registros cinematográficos.

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La colección incluye cuatro historias que se relacionan entre sí a través de dos personajes en apariencia inofensivos. Montgomery “Monty” Dark (Clancy Brown) y Sam (Caitlin Fisher) trabajan en una morgue solitaria. O, al menos, Sam espera hacerlo mientras responde en una farragosa y muy tediosa entrevista de trabajo que Monty le realiza sin especial entusiasmo. No obstante, muy pronto las usuales preguntas avanzan hacia algo más inquietante y terminan por englobar cuatro historias en las que la maldad, el miedo y lo terrorífico son los hilos narrativos, que intentan crear una atmósfera malsana a través de lo imprevisible.

Spindell juega en The Mortuary Collection con la idea de la morgue como un lugar de tránsito, una especie de purgatorio repleto de objetos siniestros y artefactos inusuales, que crean la inquietante sensación que la conversación entre los personajes, y es algo más que casual. Esa cualidad de lo siniestro se empalma con algo más duro de comprender y, en especial, con la percepción de lo terrorífico como una idea que se extrae de lo invisible. Monty y Sam parecen guardar un secreto, uno tan inquietante como para enlazar ideas persistentes sobre la memoria y lo temible. Ryan Spindell analiza la naturaleza humana desde cierta concepción del oprobio y la vergüenza, y cada historia será ejemplarizante, cuando no directamente aterradora, pero construida para una única mirada hacia la oscuridad: el castigo de los pecados.

La primera historia —ambientada en los años 50— muestra a Emma (Christine Kilmer), una ladrona sin demasiadas ambiciones que deberá luchar contra lo que parece un castigo desproporcionado por una falta menor. Es evidente que Spindell abre su antología con el corto de menor interés y profundidad pero, en realidad, se trata de un abreboca que intenta establecer el tono, el ritmo y el apartado visual de lo que vendrá después. La cámara sigue al personaje y, por algunos momentos, parece burlarse de ella en un carnaval de pequeños traspiés tragicómicos que, al final, se transforman en algo más elaborado y siniestro. Con su tono extravagante y su mirada inquieta sobre lo temible de las pequeñas acciones que ocasionan grandes castigos, la antología desliza la idea del castigo y también de la dureza de lo que se puede recibir.

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Por supuesto, la dualidad entre pecador y el látigo de la culpa y los horrores que le esperan se repetirá en cada uno de los cortos: para la siguiente historia de Monty y Sam, el joven casanova Jake (Jacob Elori) intentará seducir Sandra (Ema Horvath) sin saber que la simple lujuria puede convertirse en una puerta abierta al infierno y a un atroz sufrimiento. Ryan Spindell juega quizá con sus mejores cartas visuales al narrar una historia de directo contenido erótico a través de todo tipo de juegos visuales, en que, al final, el sexo es solo una excusa para dialogar sobre el poder y el control, a la vez que medita con ferocidad sobre lo que puede esconderse en la supuesta fragilidad femenina. El director y guionista es lo suficientemente intuitivo como para no caer en discursos de género o tocar temas políticos: la percepción sobre el temor y lo que se oculta detrás de las transgresiones morales es algo más inquietante y siniestro de lo que podría suponerse, algo que el corto maneja con un gusto sutil y una espléndida cualidad para la burla y la ironía.

La tercera historia atraviesa la ya más tradicional sobre los terrores de la muerte y, en especial, lo inevitable, en medio de lo que parece un juego de espejos burlón, mezclado con una comedia de equivocaciones especialmente grotesca. No obstante, la mirada del matrimonio de Wendell (Barak Hardley) y Carol Owens (Sarah Hay) es también una extraña reflexión sobre el amor romántico, su imposibilidad —o, mejor dicho, el cinismo de lo improbable— y, al final, lo terrorífico como una forma de comprender el abismo de la desesperanza. Todo, mientras trozos de carne ensangrentada saltan frente a la pantalla y el guion se esfuerza en crear una versión de humor negro acerca del terror que se esconde en lo cotidiano.

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Quizá sea la cuarta historia la que rompe la estructura general de la antología y la que pone a prueba su solidez. En esta ocasión, Sam contará una anécdota en la que el pecador, no solo no recibe un castigo, sino que, en realidad, no se muestra con claridad al verdadero culpable, en una terrorífica mirada al miedo y a la amenaza. Como si se tratara de una caricaturización del habitual juego entre el asesino demente y la niñera frágil de las películas slashers, el último del tramo de antología toma la arriesgada decisión de llevar al límite su hilo narrativo: en realidad, ¿siempre hay un castigo para los pecadores morales?, parece preguntarse Monty. Pero los cierto es que la forma en que Sam, no solo enfrenta la idea, sino que la transforma en algo por completo distinto sostiene una percepción sobre la eficacia del guion que asombra por su firmeza. La película llega a su clímax con una elegante pirueta del guion y otorga un sentido más interesante al hecho de la conversación entre los dos personajes centrales y, al final, la perversión como un hecho trágico de la naturaleza humana.

Con una dirección inteligente, un guion brillante y varios momentos electrizantes, The Mortuary Collection es de una considerable consistencia que viene a rescatar las posibilidades del formato en el cine de género. Algo de agradecer en un tiempo en que los experimentos narrativos rara vez tienen buenos resultados.

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