Hace nueve años, Japón sufrió uno de los terremotos más catastróficos que se recuerden en la historia mundial. Con sus casi 9 grados en la escala sismológica de Richter, no solo se trató de una tragedia a gran escala, sino de un fenómeno sin precedentes que todavía sorprende a los científicos por su magnitud.
Además, se trató de una confluencia de varias situaciones de índole gravísima que solo hicieron aún más complicada la situación en el este del país y en especial, la de los residentes de la ciudad de Ishinomaki, en la prefectura de Miyagi, la localidad más afectada por el colosal sismo. El desastre provocó más 3.500 víctimas, entre fallecidos y desaparecidos y destruyó 20.000 edificaciones hasta cimientos. El desastre natural fue especialmente grave, porque le siguió un Tsunami de colosal envergadura.
Diez minutos después de la primera sacudida sísmica, una ola gigantesca de 8,6 metros de altitud máxima, según datos de la Agencia Nacional de Meteorología relativos a la playa de Ayukawa, arrasó con Ishinomaki. Rodeada de lagos y mares, era una de las zonas más vulnerables a la tragedia. Las autoridades de Ishinomaki insisten que la ola llegó a superar los 20 metros en algunas zonas de la ciudad.
El mar avanzó por calles y avenidas, arrastró a una buena cantidad de los habitantes de la ciudad y terminó por convertirse en una avalancha de objetos destrozados, basura e incluso, fuego que convirtió en escombros todo a su paso.
No hubo oportunidad para la evacuación y, de hecho, en los vídeos que después recorrerían el mundo, puede escucharse las advertencias sobre la posibilidad de Tsunami mientras el torrente de agua se desliza con todo su poder destructor a través de la ciudad.
Para cuando finalmente el fenómeno perdió potencia, Ishinomaki era un terreno baldío en el que los sobrevivientes avanzaban entre ráfagas de agua y escombros. Como si todo lo anterior no fuera suficiente, una copiosa nevada comenzó a caer lo que la ciudad, lo que dificultó las labores de búsqueda y despeje de los lugares críticos por casi doce horas. Para cuando las autoridades lograron vencer la resistencia del fango petrificado, el hielo y los pozos de agua nieve, los pocos sobrevivientes que habían logrado soportar el terremoto habían muerto debido a las durísimas condiciones climáticas.
Todo lo anterior se relata en el capítulo más controversial y escalofriante de la segunda temporada de Unsolved Mysteries. Pero para sorpresa de buena parte de la audiencia, el argumento del episodio no está centrado en la búsqueda de los desaparecidos, la forma en que la ciudad se enfrentó al aislamiento de las duras horas siguientes al cataclismo o las consecuencias inmediatas de una tragedia semejante, sino a los enigmáticos sucesos que comenzaron a ocurrir casi diez meses después de la tragedia, todos de índole sobrenatural.
Para cuando la ciudad de Ishinomaki se recuperaba de los incalculables daños ocasionados por el llamado Gran Terremoto, tuvo que enfrentar lo que sin duda parece ser una fenómeno inexplicable que aún se debate en Japón por su cualidad escalofriante, y a la vez conmovedora.
Ishinomaki: la sombra del miedo
Según el capítulo de Unsolved Mysteries, casi un año después de la tragedia y cuando apenas los habitantes de Ishinomaki comenzaban a recuperarse del colosal trauma psicológico que les causó, una serie de testimonios sobre encuentros con fantasmas llenaron las páginas de los periódicos de la ciudad.
No se trataba de sucesos aislados, sino que además parecían estar relacionados con una idea concreta: la mayoría de las supuestas apariciones se relacionaban con víctimas del Gran Terremoto de marzo.
Una y otra vez, los testigos contaron que se trataban de hombres y mujeres que habían fallecido durante la tragedia. Las apariciones insistían en regresar a casa o de hecho, no sabían que habían muerto, un matiz inquietante en la que varias de las historias coincidieron.
Lo más escalofriante de las historias de fantasmas de Ishinomaki, es el hecho que se describe a estas apariciones como habitantes de la ciudad en busca de sus casas o lugares de origen, desaparecidos u arrasados durante el terremoto y posterior Tsunami.
El capítulo recopila varios de los testimonios más dolorosos y los que por ahora carecen de explicación: el de una madre que perdió a su hijo de tres años, cuyo espíritu parece encender uno de sus juguetes favoritos cada día a la hora de la cena, el de una mujer que abrió la puerta y encontró a una adolescente empapada que pedía ropa seca y que después, desapareció antes sus ojos, y el de un monje budista que socorrió a una sobreviviente que insistía en que se encontraba poseída por una multitud de espíritus que no sabían estaban muertos.
Cada uno de los casos relatados en el episodio fueron publicados por varias publicaciones locales y atrajeron la suficiente atención, como para ser comprobados y analizados de forma pública, sin que aun haya una explicación para lo ocurrido. O al menos una, que satisfaga a los testigos.
Uno de los sucesos más impactantes es el de un hombre que asegura haber visto a su madre en un refugio de ancianos de la zona y que sintió un profundo alivio al comprobar estaba con vida. Cuando intentó tomar una fotografía de la anciana para enviarla al resto de la familia, el rostro de la mujer cambió ante sus ojos por el de una desconocida. Después sabría que la fotografía había sido tomada exactamente en el momento en el que el camión en que viajaba su madre había sido arrasado por el agua.
En el capítulo se muestra una dramatización de los hechos pero también se incluye el testimonio original de lo ocurrido, lo cual hace más impactante la experiencia.
No obstante, los relatos más espeluznantes — y por extraño que parezca, también los más dolorosos — son los de los taxistas de la ciudad, cuyos testimonios son los más numerosos y apuntan en el mismo sentido: cada uno de ellos insiste en haber tenido como pasajero a hombres y mujeres que insisten ser llevados a zonas devastadas por el terremoto, sólo para desaparecer en medio del trayecto.
El episodio incluye también los testimonios reales de los conductores, que afirman haber pagado los viajes — registrados de forma electrónica por el taxímetro — con su propio dinero, como un tributo a los que consideran espíritus perdidos que regresan a sus hogares luego de la devastación.
Trauma colectivo
Por supuesto, el programa no se decanta solo por la posibilidad de un suceso paranormal, sino que explora la salvedad que pueda tratarse de un trauma colectivo o en el peor de los casos, de una alucinación colectiva, producto de una situación de extremo estrés que une a todos los habitantes bajo una misma idea sobre la muerte y la posibilidad del retorno.
De hecho, esta es la tesis que maneja el periodista británico Richard Lloyd Parry, que analizó el fenómeno de los “espíritus del tsunami” en el libro del 2017 Ghosts of the Tsunami, en la que además añade que la reacción de la población sobreviviente, podría ser además un reflejo de la cuenta la cultura japonesa, su interpretación de la muerte y lo que ocurre después de ella.
El punto se toca en el capítulo de Unsolved Mysteries, en el que se detalla que para la cultura local, el mundo de los vivos y muertos está separado por una pequeña y fina puerta, lo que explicaría la convicción de los testigos que han sido testigos de experiencias sobrenaturales. Además, el programa reflexiona sobre la extendida creencia del país sobre el hecho que los protagonistas de historias semejantes, pueden tener una sensibilidad suficiente como para ver a los espíritus con cierta frecuencia.
Para los japoneses, el tránsito entre el mundo de los vivos y lo que sea que pase después debe ser un proceso que el espíritu del difunto acepte de manera abierta. De no ocurrir, podría convertirse en un yūrei, un tipo de fantasmas del folklore de la religión Shinto, que se suponen son la siguiente dimensión de las almas atrapadas en mitad de un limbo debido a sus muertes trágicas o al hecho, que no se llevaron a cabo las ceremonias apropiadas para el tránsito espiritual.
Para Parry se trata de un fenómeno colectivo que intenta dialogar con el luto y el duelo de una población entera. “No me había dado cuenta de lo real y vivo que es el culto a los antepasados y el culto a los muertos”, explicó Parry en una entrevista, “la otra cosa que aprendí es algo que debería haber sabido de todos modos, pero que el dolor y el trauma a menudo se expresan de manera muy indirecta”.
La mayoría de los expertos, incluyendo a Parry, no creen que se trata de un hecho sobrenatural, sino de una manifestación del sufrimiento que los habitantes de la zona aun padecen después de un trauma semejante.
Para comprobar los alcances del fenómeno psiquiátrico, en el 2016 la Universidad de Tohoku Gakuin organizó mesas de trabajo en las que se debatió el fenómeno como síntoma del impacto psicológico del Gran Terremoto en la vida de las víctimas. En el encuentro, participó el escritor Masashi Hijikata — con más de 15 libros sobre fantasmas en su haber — y que reflexionó sobre las experiencias en apariencia sobrenatural, como una forma de afrontar el miedo y el trauma remanente luego de una tragedia de semejantes proporciones.
Al final, no hay conclusiones claras sobre lo que podría estar ocurriendo en Ishinomaki. Lo que sí es evidente es sean fantasmas o no, se trata de una forma conmovedora y humana de comprender la tragedia. Un consuelo pequeño a una tragedia que forma parte indeleble de la memoria colectiva del país.