Sin duda, la segunda temporada de Unsolved Mysteries de Netflix es mucho más adulta y sobria de lo que fue su experimental primera entrega. Que intentó mezclar — y lo logró con éxito — el tono emocional de la original con la metódica investigación sobre crímenes no resueltos, lo que hizo famoso al programa en todas sus reinvenciones.

Se trató de una apuesta arriesgada, después de que el programa atravesara todo tipo de tonos y ritmos entre 1987 a 2010 y a lo largo de varias cadenas y horarios de transmisión. Para el nuevo milenio, la serie adquirió un tono objetivo, frío y prescindió de un presentador, lo que podría significar un parecido más que inconveniente con otras tantas series sobre misterios y crímenes inconclusos.

Pero la producción superó la posibilidad con éxito y se convirtió en uno de los éxitos del año en Netflix: la plataforma aprovechó el filón y creó todo un fenómeno en redes sociales, que incluyó actualizaciones de los casos presentados e incluso un archivo Drive abierto al público con algunos datos extra sobre los diferentes sucesos escenificados. Lo que supuso un nuevo nivel de interacción entre los fanáticos del programa de larga data y el viejo formato, además de añadir interés a los más recientes, con usos y recursos que hace veinte eran impensables. El resultado fue una experiencia interesante, que Netflix se apresuró a renovar en una segunda y esperada temporada.

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Los nuevos episodios son mucho más sofisticados que los anteriores, aunque en esta ocasión resulta en especial frustrante el hecho que los crímenes que se muestran carezcan de resolución que quizás no la tengan en el futuro.

El acento en el trasfondo forense del programa aumentó a la vez que el hilo narrativo toma mayor distancia científica de los sucesos que se narran, lo que provoca que esta segunda aproximación a la fórmula regular del programa sea una mirada mucho más fría sobre los casos de lo que fue en la primera temporada.

El cambio es notorio, por momentos necesario, pero en varios de los capítulos se echa de menos una cierta conexión emocional no solo con el contexto de la situación que se plantea, sino también con la perspectiva de la incapacidad para poner punto final a situaciones de índole trágico.

Unsolved Mysteries: decepcionante regreso

De modo que los nuevos capítulos de Unsolved Mysteries terminan por ser una combinación no siempre sólida entre una investigación criminalística a toda regla y una versión ficcionada y severa sobre circunstancias que necesitan quizás, una mirada un poco más humana para ser comprendidos en su totalidad.

Sin duda, quizás sea un intento meditado de brindar un tono más coherente y en especial precioso a una serie que depende de su credibilidad y verosimilitud para funcionar, pero que aleja al concepto de lo que hizo famoso a su antigua versión, en la que la noción sobre lo humano y la impotencia de la cualidad incompleta de las situaciones narradas era de especial importancia.

Los seis nuevos episodios son en concreto una revaluación de las investigaciones realizadas en su momento, sin otro aliciente que seguir en línea recta los hechos que llevaron a conclusiones dispares.

No hay añadidos, una identificación del programa con su identidad — la de debatir de manera pública casos de interés colectivo —, ni tampoco la indudable personalidad que su anterior temporada mostró quizás, en sus errores y tono levemente melodramático.

Es notorio que la producción mejoró en el aspecto visual y en el narrativo: Netflix parece haber puesto una considerable atención en aumentar la calidad visual y narrativa de uno de sus productos del año, por lo que si antes hubo algunas críticas sobre la puesta en escena, el argumento e incluso, la percepción sobre la credibilidad del contexto, en esta ocasión la serie es mucho más lujosa y de una impecable factura. Pero el costoso empaque no parece agregar demasiado al sentido esencial de la serie y quizás, ese es su mayor fallo.

Unsolved Mysteries

El primer capítulo de Unsolved Mysteries — dirigido por Don Argott — cuenta la historia de John ‘Jack’ Wheeler y la forma en que su muerte inexplicable es en conjunto lo que parece obra de un crimen cuya resolución es incapaz de superar los aspectos físicos que rodearon a la escena del crimen, la investigación posterior y al final el deprimente recorrido de la historia hacia cierto vacío de sentido.

Si en la temporada pasada había un sentido de la urgencia emparentado de forma directa con la percepción del programa de encontrar un culpable, en la segunda hay una cierta resignación a que no ocurrirá y por motivos que exceden explicación simples. Desde el hecho que la escena del crimen se encuentra en un vertedero de Delaware — en el que resulta imposible recopilar evidencia — hasta las teorías de la conspiración que rodean al asesinato, hay una incapacidad del programa para unir las piezas de la manera correcta y vincular al público, con la necesidad del debate. ¿Para qué hacerlo si es notorio que el caso no será resuelto ahora o después?

Eso, a pesar de que Unsolved Mysteries utiliza sus renovados recursos para mostrar la complicada investigación, y en especial la manera en que la tecnología permitió que al menos pudieran reconstruirse la noche antes del asesinato de la víctima. Pero sin la inevitable curiosidad — ¿podría alguien, en algún lugar del mundo tener la pista necesaria para comprender lo ocurrido? — el capítulo flota un poco a la deriva en medio de hipótesis inconcretas y la sensación que ningún esfuerzo, por sofisticado que sea, llegará a ninguna parte.

Claro está, la propuesta de mostrar historias sin respuesta resultó de considerable impacto en la temporada pasada en la que buena parte de los casos se debatieron de manera pública en redes sociales e incluso, se logró la reapetura de uno de ellos.

No obstante, en esta ocasión, la posibilidad queda del todo eclipsada: en el capítulo 3 de Unsolved Mysteries titulado Death Row Fugitive y dirigido por Robert M. Wise y Clay Jeter, la atención del argumento se enfoca en los extraños sucesos de orden legal que rodean al caso del delincuente sexual reincidente Lester Eubanks, acusado en la década de los ’60 de haber asesinado a una niña de 14 años en Mansfield, Ohio, y condenado a muerte después de un muy público juicio.

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Pero la sentencia no llegó a cumplirse: en el año 1972 se abolió la pena capital en el Estado y Eubanks fue incluido en un programa de trabajo externo, a pesar de las recomendaciones en corte y también, de diferentes funcionarios relacionados con el caso. Al año siguiente, el delincuente había escapado para luego desaparecer sin rastro alguno.

El episodio cuenta la historia de cómo se logró revisar el archivo judicial e incorporar la información a los más buscados del EE.UU. sin que eso suponga, antes o después, la promesa de algún dato que, de hecho, el programa deja entrever es dudoso pueda encontrarse luego de casi treinta años del suceso. Lo mismo ocurre con el episodio Stolen Kids, dirigida por Jessica Dimmock, que cuenta la historia de dos niños secuestrados en en Lenox Avenue en Harlem 1989 con tres meses de diferencia entre ambos casos.

El episodio hace hincapié en la completa ausencia de datos, así como el hecho que luego de 25 años, es poco probable hayan pistas sobre lo que sea que ocurrió a los niños. ¿Cuál es el propósito entonces de mostrar el caso? El capítulo además tiene un aire sensacionalista que resulta un poco incómodo en mitad de la sobriedad del resto de la entrega.

Quizás el mejor episodio de la temporada sea Tsunami Spirits, dirigida por Clay Jeter, que narra lo ocurrido en el terremoto y tsunami que sufrió Japón en el año 2011 y que causó la muerte de 15.584 personas y dejó 2.533 desaparecidos. La altura máxima del tsunami fue de 131 pies, lo vemos en un rastreo. Pero en lugar de dedicar tiempo a la reconstrucción de los sufrimientos colectivos, el episodio hace énfasis en una serie de historias curiosas y en algunos casos terroríficas, que rodean a la ciudad Ishinomaki después de la tragedia.

Es quizás el capítulo más cercano a la esencia de la temporada anterior y el que mejor resume la búsqueda de respuestas a lo inexplicable que hicieron famoso al formato, lo cual es una agradable sorpresa en medio de las secuencias sobrias y por momentos aburridas del resto de los episodios.

Al final, la segunda temporada de Unsolved Mysteries lleva a cabo un cuidadoso trabajo de reproducción de situaciones de considerable interés, pero sin lograr esa empatía con el público que llevó a la anterior a convertirse en un impacto en redes sociales y en la gran conversación virtual. ¿Tendrá una oportunidad de enmendar el camino? Solo resta esperar.