Este mes ha llegado a la plataforma de Disney Plus el cortometraje Érase una vez un muñeco de nieve (2020), el tercer spin-off del largo Frozen: El reino del hielo tras Frozen Fever (Chris Buck y Jennifer Lee, 2013, 2015) y Frozen: Una aventura de Olaf (Kevin Deters y Stevie Wermers, 2017), previos a la segunda parte, titulada simplemente Frozen 2 (Buck y Lee, 2019). Y uno no puede sino alegrarse muchísimo de decir que constituye la mejor entrega de la franquicia animada, una suerte de slapstick, de comedia física que no desdeña certeros golpes de ingenio dialogado y que nos provoca unas gratísimas carcajadas.
Mérito de Dan Abraham y Trent Correy, quienes la han dirigido. Aparte de su trabajo en el departamento de animación de películas como Space Jam (Joe Pytka, 1996) o Ralph rompe Internet (Phil Johnston y Rich Moore, 2018), los dos habían firmado solo otro cortometraje antes, de forma independiente: Vitaminamulch: Air Spectacular (2014), de la saga Aviones (Klay Hall, 2013), y La gota (2019), presente en el Circuito de cortos de Disney Plus, por el que entrevistamos al segundo con sus colegas Jeff Gipsony y Zach Parrish por Etapas de la vida (2018) y Charcos (2019) respectivamente el pasado mes de junio.
Su uno contempla Érase una vez un muñeco de nieve, no le cabrá duda de que Abraham y Correy le han aportado un espíritu que no se aleja de las desastrosas y descacharrantes aventuras de la ardilla prehistórica Scrat en la saga de La edad de hielo (Chris Wedge y Carlos Saldanha, 2002), que persigue incansable e infructuosamente su amada bellota con resultados tan notables como el del propia primera película, Ice Age 2: El deshielo y el impresionante corto No Time for Nuts (Saldanha, Chris Renaud y Mike Thurmeier, 2006). Pero también el sustrato emocional que siempre ha sido clave de la factoría Disney.
Como nos recuerda Simon Gallagher en Screen Rant, “lo que podría haber sido un frívolo aumento de la popularidad de Olaf en realidad agrega profundidad a la mitología del mundo de Frozen, basándose en la idea de que el agua tiene memoria de Frozen 2 [cosa que no guarda relación alguna con la pseudociencia de la homeopatía] y también de que los puentes emocionales entre los personajes son verdadera magia”. Y que, además, “adopta el mismo enfoque que El rey león 3: Hakuna Matata” (Bradley Raymond, 2004), la cual se entremezcla en el tiempo con lo sucedido en El rey león (Rob Minkoff y Roger Allers, 1994).
Porque esta breve historia se inserta adecuadamente en la primera Frozen, entre el momento en que una de las hermanas protagonistas, la mágica Elsa, siente el impulso de crear al parlanchín llamado Olaf hasta que el pequeño muñeco de nieve se une a la trama principal del filme. Y arregla un agujero de guion que arrastraba esta misma película: ¿cómo es posible que Anna pueda llevarse suministros de Wandering Oaken’s sin dinero? Porque, como princesa, ni había tenido necesidad de acudir a mercados ni cargaba monedas encima para una transacción. Y a Kristoff le disgustan los precios inflados por Oaken.
Este asunto no le parecía irrelevante a los seguidores de la franquicia puesto que incluso llegó a provocar ciertos debates en Internet, y no por ninguna causa ha decidido solucionarlo Disney al incluir un huevo de pascua para explicar esta cuestión de Frozen de una manera oportuna. Cuando Olaf entra en el establecimiento de Oaken con sus dudas existenciales y buscando una nariz, observamos el costoso vestido de Anna a la venta. Así que la joven optó por usarlo para hacer un trueque con el tendero, que obtuvo mucho beneficio con él. Podéis comprobarlo si veis Érase una vez un muñeco de nieve en Disney Plus.