Uno de los momentos más desconcertantes de Star Wars: Una nueva esperanza (George Lucas, 1977), disponible en Disney Plus, la película con la que comenzó una de las franquicias fílmicas de mayor éxito de la historia y que constituye una de las dos patas sobre las que se sostiene la mesa concurrida en la que juega a los naipes el cine moderno, tirándose no pocos faroles, es cuando Obi-Wan Kenobi (Alec Ginness) consiente que Darth Vader (David Prowse en cuerpo y James Earl Jones en alma) termine con él de un rojo sablazo láser. No sin sonreír ligeramente, como aliviado o satisfecho, ante un atónito Luke Skywalker (Mark Hamill).

Como comenta Mansoor Mithaiwala en ScreenRant, “es probable que Obi-Wan sonriera porque estaba a punto de convertirse en uno con la Fuerza, y estaba bien con eso después de ver a Luke, su última esperanza, hacer su gran escape [de la Estrella de la Muerte]. Sin embargo, la finalización de la historia de Star Wars de Lucas mostró que sucedían más cosas de las que se pensaba al principio”. Se refiere al hecho de que Luke y Leia, los dos hijos mellizos de la senadora Padmé Amidala (Natalie Portman) y Anakin Skywalker (Hayden Christensen), se reúnen en esa mismas circunstancias después de tantos años.

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Lucasfilm

“Obi-Wan los ve juntos por primera vez en décadas, sonríe y luego permite que Darth Vader lo mate”, dice Mithaiwala. Naturalmente, su parentesco fue desconocido para el público hasta El retorno del Jedi (Richard Marquand, 1983), y no sabemos si tal cosa estaba en los planes de George Lucas en 1977. Pero, a la luz de lo que ocurre con Luke en Los últimos Jedi (Rian Johnson, 2017), que descansa por fin, y para la derrota del Emperador Sheev Palpatine (Ian McDiarmid) en El ascenso de Skywalker (J. J. Abrams, 2019), con todos los Jedi ayudando a Rey (Daisy Ridley), podemos comprender los motivos de Kenobi.