Netflix suele estrenar las temporadas de sus series en bloque, todos los episodios de una sola vez para que nos los zampemos de una tacada maratoniana si lo deseamos. En pocas ocasiones opta por lanzar entregas, un capítulo a la semana, como acostumbra a hacer la HBO, por ejemplo. Pero es lo que ha decidido con Snowpiercer: Rompenieves (desde 2020), la ficción postapocalíptica a cargo de Josh Friedman y Graeme Manson que adapta el filme homónimo de Bong Joon-ho (2013), que por su parte se basa en Le Transperceneige (1982-2000), la serie de cómics francesa de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette.
Que ambos cineastas sean los responsables de Snowpiercer tiene todo el sentido del mundo a la vista de su trayectoria en la pantalla grande y en la pequeña. Porque los dos han escrito guiones de películas y series de televisión sobre situaciones humanas extremas y de ciencia ficción distópica o apocalíptica. De Friedman es el libreto de La guerra de los mundos (Steven Spielberg, 2005) y él mismo, creador de Terminator: Las crónicas de Sarah Connor (2008-2009); y Manson redactó el de Cube (Vincenzo Natali, 1997) con André Bijelic y el propio Natali y desarrolló luego Orphan Black (2013-2017) con John Fawcett.
Los primeros compases de Snowpiercer resultan torpes y deslavazados por su narración precipitada y su planificación visual sin orden, estilo ni concierto. Da la sensación de que hay más apuro por que estalle el conflicto dramático que una visión cohesionada sobre el modo de llegar hasta él. Ni siquiera nos permiten hacernos con el espacio del convoy como es debido, deteniéndose los detalles de su diseño de producción, habitualmente vistosos en una serie de estas características. Nos regalan algún montaje paralelo digno, pero otros se ven lastrados por la inverosimilitud de lo que ocurre a veces.
Le falta elocuencia en todos los sentidos, desde los diálogos hasta el desarrollo de la trama de Snowpiercer y su lenguaje audiovisual para reacciones emocionales. Y el golpe que deben atizarnos los giros y descubrimientos sorprendentes carece de verdadera fuerza. Casi se diría que se construyen para que los veamos venir desde varias circunvoluciones atrás, o que ni siquiera pretenden asombrarnos así sino que fluyan con parsimonia como el agua de una fuente de pueblo. Friedman, Manson y sus realizadores deberían fijarse en los mecanismos de una delicia como Lost (J. J. Abrams, Damon Lindelof y Jeffrey Lieber, 2004-2010).
La historia varía bastante respecto a la peli de Bong Joon-ho: la rebelión en marcha coincide, pero hay misterios adicionales sin los que la serie tal vez estaría coja. Y tampoco conserva a los mismos personajes, de forma que el replanteamiento es casi total excepto por la carcasa del gélido apocalipsis, el tren imparable y el sistema de clasismo opresivo. Por fortuna, conforme avanzan los episodios como el mismo tren por el paisaje congelado de la Tierra, los defectos de Snowpiercer se atenúan lo suficiente como para salvar el visionado de la temporada, en especial con la planificación, la verosimilitud y el reconocimiento del espacio.
Lo que nunca logra es dotar de un carisma indiscutible a los personajes a los que encarna un reparto competente, desde la Melanie Cavill de Jennifer Connelly (Una mente maravillosa) y el André Layton de Daveed Diggs (The Get Down), hasta la Bess Till de Mickey Sumner (El ultimo tour), la Ruth Wardell de Alison Wright (Feud) o el Bennett Knox de Iddo Goldberg (Peaky Blinders). Ninguno es memorable como la Mason de Tilda Swinton (El curioso caso de Benjamin Button) en el filme de Joon-ho. O quizá se deba a que da gusto ver a la actriz en cualquier proyecto cinematográfico en el que se embarque.
Y, en el tramo último de la primera temporada, Snowpiercer vuelve a precipitarse con un giro repentino y desestabilizador, y no deja que la situación novedosa se asiente ni que los personajes respiren un poco y se muevan en el tablero recolocado, de mayor interés e impredecibilidad, a las posiciones de su mayor conveniencia. Lo bueno es que dicho giro, este sí por completo inesperado, provoca bastante curiosidad, hasta el punto de que nos empuja a decidir seguir viendo la serie solamente por saber a dónde va a conducir a esta revolución irregular sobre mil y un vagones en medio de la helada planetaria.