El romance parece un ingrediente difícil de eludir en las obras cinematográficas, no solo como uno de los elementos constitutivos y más interesantes de la experiencia humana, sino también por su gran capacidad para producir empatía en los espectadores. Y la serie Juego de tronos (David Benioff y D. B. Weiss, 2011-2019) no es ninguna excepción. En ella, Jon Snow (Kit Harington), por ejemplo, tiene de pareja a la salvaje Ygritte (Rose Leslie) y, después, a la ardiente Daenerys Targaryen (Emilia Clarke). Ambas relaciones acaban en tragedia, pero solo la segunda con circunstancias verdaderamente embarazosas.

Ygritte murió a causa un flechazo de Olly (Brenock O’Connor) en los últimos compases de la batalla del Castillo Negro en el episodio “The Watchers on the Wall” (4x09), que enfrenta a los Salvajes y a la Guardia de la Noche, y en los brazos de Jon. Y Daenerys, en sus brazos también, pero tras haber sido apuñalada por su amante, que quería evitar el destino oscuro de Poniente con ella convertida en una tirana sanguinaria, azuzado por Tyrion Lannister (Peter Dinklage) y con la alargada sombra de las advertencias de Lord Varys (Conleth Hill) y, mucho antes, del maestre Aemon Targaryen (Peter Vaughan), difuntos los dos.

Daenerys y Jon se enamoran durante la séptima temporada de Juego de tronos, sin saber que, en realidad, son tía y sobrino, cosa que el primero descubre en “Winterfell” (8x01), y ella, en “A Knight of the Seven Kingdoms” (8x02), por boca de él. Sin embargo, el incesto no supone ningún tabú en la serie desde la misma primera temporada por la relación amorosa de los hermanos Cersei (Lena Headey) y Jaime Lannister (Nikolaj Coster-Waldau), un secreto a voces en los Siete Reinos que le cuesta una invalidez a Bran Stark (Isaac Hempstead-Wright), arrojado por una ventana del castillo de Invernalia por Jaime en la última escena de “Winter Is Coming” (1x01).

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HBO

Por otro lado, el padre del hijo de Gilly (Hannah Murray), al que Samwell Tarly (John Bradley) adopta como suyo, es su propio abuelo, Craster (Robert Pugh), un salvaje nauseabundo al que conocimos en la temporada dos, que se casa con sus hijas, las preña y tributa con los bebés varones resultantes al Señor de la Noche (Richard Brake y Vladimir Furdik). Por supuesto, ni Cersei ni Jaime nos ocasionan tanto desagrado como Craster pese la villanía persistente de la primera, y su parentesco directo nos importa un rábano cuando mueren juntos bajo el derrumbe de la Fortaleza Roja en la triste escena de “The Bells” (8x05): “Nada más importa, solo nosotros” y eso.

Y no hay duda de que el romance incestuoso de Jon y Daenerys no nos molesta ni lo más mínimo. Al fin y al cabo, los papás de la Madre de Dragones, Aerys (David Rintoul) y Rhaella, eran hermanos y ni se querían. Pero se trata de la razón principal por la que el ex Snow se retrae ante Daenerys: sin amor, “será el miedo, entonces” y esas cosas. Pero el plan original que sopesaba George R. R. Martin para Canción de hielo y fuego (desde 1996) se habría sentido de veras extraño en comparación. Para no dudar de ello, basta con que uno se imagine que Jon y Arya Stark (Maisie Williams) albergasen sentimientos románticos el uno por el otro, pues es lo que se le había ocurrido al escritor en un primer momento.

Al conocerse la verdadera identidad de Jon como Aegon VII, hijo de Lyanna Stark (Aisling Franciosi) y Rhaegar Targaryen (Wilf Scolding), que se habían casado a escondidas, se revela como el último varón Targaryen y, por consiguiente, heredero legítimo al Trono de Hierro. En la versión definitiva, se masca la catástrofe con Daenerys, que ambiciona regir los Siete Reinos durante ocho temporadas. Pero, si los suspiros de Jon los hubiera ocasionado Arya y aunque tales revelaciones les hubiesen hecho conscientes de que son primos en vez de hermanastros por parte de Ned Stark (Sean Bean), quizá nos hubiésemos perdido la coherencia trágica de que Jon Snow evite que “el amor sea la muerte de su deber”. De modo que Martin ha demostrado que supo tomar la decisión correcta.

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