Si el hecho de que las vacunas producen autismo ya parecía una locura, todo lo que hemos escuchado sobre ellas últimamente son delirios que solo podrían haberse propuesto en este raro 2020. De los nanobots que nos controlan hemos pasado a los fetos abortados manipulados por el mismísimo diablo. Esto último lo aseguraba ayer mismo el arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares, en plena homilía. Lo peor es que, sabiendo que realmente sí que existe el uso de fetos abortados en vacunas, muchas personas se han unido a su denuncia.

El daño que esto puede hacer, al echar leña al fuego del movimiento antivacunas, está muy claro. Por eso, es importante desmentir las afirmaciones del religioso. Que las células fetales se utilicen en la investigación y producción de vacunas no significa, ni mucho menos, que se administren con ellas. Y, por supuesto, tampoco que se obligue a abortar a nadie para ello. Pero entonces, ¿para qué se usan exactamente?

Células humanas para obtener vacunas

La historia de los fetos abortados en vacunas se remonta a los años 60 del siglo pasado, como explicaba recientemente en un hilo de Twitter el investigador especializado en células madre Manuel Collado.

La producción de estos fármacos ha variado mucho desde que comenzaron a usarse por primera vez. Atrás quedaron los tiempos de la expedición Balmis, en la que un grupo de niños pequeños servían como “incubadora” para conservar la vacuna de cara a su administración masiva a la población. Hoy en día, tanto estos como otros medicamentos se generan de forma masiva a través de estrategias tan variadas como el uso de microorganismos o células de insectos modificados genéticamente. Pero no siempre fue así.

Si bien a día de hoy muchas de las vacunas empleadas están basadas en la administración de proteínas concretas pertenecientes al patógeno que se quiere prevenir, en el pasado se usaba directamente el microorganismo atenuado. Para obtenerlo, en el caso de los virus, es necesario disponer de células en las que puedan replicarse. No olvidemos que fuera del organismo son seres inertes, que solo recuperan su capacidad de proliferar una vez que infectan a un hospedador. Además, esas células debían estar a unas condiciones concretas para favorecer que el virus se obtuviera atenuado y, una vez en la vacuna, no generara ningún daño.

¿Por qué se usan fetos abortados en vacunas?

Inicialmente, a mediados del siglo pasado, se recurrió a las células de mono. Sin embargo, como bien recuerda Collado, esto era un problema, pues podían contener virus de simio cuyo efecto en los seres humanos se desconocía. Por eso, se pasó al uso de células procedentes de tumores humanos. No obstante, en aquella época no se sabía exactamente si el cáncer podía tener un origen infeccioso, por lo que tampoco había una plena convicción sobre su seguridad.

Era necesario recurrir a otra opción que difícilmente contuviera patógenos y pudiese cultivarse en grandes cantidades con facilidad. Así entraron en juego las células fetales.

Uno de los primeros investigadores que fueron conscientes de su utilidad fue el médico estadounidense Stanley Plotkin. En aquella época muchas mujeres embarazadas abortaban al contraer la rubéola, por miedo a las consecuencias que esta podría tener sobre su gestación. Algunos de estos fetos abortados llegaban al laboratorio de Plotkin, que descubrió que el virus permanecía en los tejidos del riñón.

Ante esta noticia, el investigador Leonard Hayflick decidió que las células fetales podrían ser una buena opción para obtener grandes cantidades de partículas virales. Para comprobarlo, tomó muestras de un feto abortado legalmente en Suecia y disgregó su tejido pulmonar, obteniendo un tipo de células, llamadas fibroblastos.

Desarrolló así lo que se conoce como una línea celular, o lo que es lo mismo, un conjunto de células de un único tipo que se adaptan para crecer continuamente, de modo que puedan usarse en investigación. Este científico descubrió también que este crecimiento no es infinito, sino que pueden dividirse hasta un punto en el que se detiene su proliferación y entran en estado de senescencia. A este punto, de hecho, se le conoce a día de hoy como “límite Hayflick”.

Las células no acompañan a la vacuna

Si bien a día de hoy existen muchísimas vías diferentes para la obtención de vacunas, el uso de líneas celulares procedentes de fetos sigue estando vigente. No obstante, eso no significa que podamos encontrar células de fetos abortados en vacunas, como se ha llegado a interpretar a raíz de las declaraciones de Cañizares. Estas solo se usan para obtener el microorganismo que más tarde da lugar al fármaco.

De hecho, el propio Vaticano dio en 2005 su aprobación para el uso de fetos abortados en vacunas al concluir que está “moralmente justificado como una relación extrema debido a la necesidad de proveer para el bien de los hijos y de las personas que entran en contacto con los niños”. Añaden también que es “una elección alternativa injusta, que debe eliminarse lo antes posible”; pero, viniendo de donde viene, ya podemos considerarlo suficiente. El que parece que no lo hace es el arzobispo. Quizás no esté al día de las decisiones de la academia pontificia pro vida que emitió este escrito. De lo que está claro que no está al corriente es de la ciencia que hay detrás de la obtención de vacunas. Por eso, en temas científicos, solo hay un gremio al que escuchar. Ni religiosos ni cantantes. Solo científicos.

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