¿Qué puede ser mejor que una nueva serie de Netflix? Especialmente una que combine lo más interesante y llamativo de varias de sus series emblemáticas. White Lines, estrenada el 15 de mayo y que va camino a convertirse en un fenómeno de audiencia, es justamente la combinación de lo adictivo de La Casa de Papel (de la que hereda la casa productora Vancouver Media) y la sofisticada elegancia de The Crown gracias al trabajo detrás de cámara de Left Bank. El resultado es una mezcla alucinante entre un escenario radiante, seductor y sexy. Pero sobre todo una historia con todos los elementos para atrapar al espectador casi desde su primera escena.
Aunque en esencia la serie no parece ofrecer nada novedoso, tiene la suficiente capacidad para crear una nueva versión sobre la manida historia de dos líneas temporales que tarde o temprano narrarán el presente y el pasado de un conflicto complejo. Ambas versiones de la realidad avanzan en paralelo para contar un crimen ocurrido años atrás, pero el argumento no pierde el tiempo en brindar pistas o crear un procedimental casi accidental.
'White Lines': Dos historias en una
En realidad, White Lines está más interesado en el recorrido intrigante de una amenaza corporativa bajo un pátina deslumbrante. Y a la vez seguir a una serie de personajes seductores, que poco a poco se hacen cada vez más complejos sin necesidad que la serie pierda su apresurado ritmo o deba detenerse a dar explicaciones innecesarias.
Por qué los atracadores de ‘La casa de papel’ usan mono rojo y caretas de Salvador Dalí
El éxito de experimentar sobre un argumento tan semejante al de otras tantas series actuales radica en que White Lines sabe exactamente cómo lograr que el pasado (ambientado en un deprimente y oscuro Manchester) tenga toda la información que necesita brindar al argumento de la serie, sin eso signifique que el guion deba profundizar o extenderse demasiado. Esa cualidad compacta, bien pensada y estructurada, hace que White Lines logre contar el contexto de la historia con rapidez y una sofisticada estructura. La cual poco a poco se disuelve hasta mostrar el presente, en el que una combinación de buen gusto e inteligencia, sostiene algo más elaborado, inteligente y rápido.
El entretenimiento puro de White Lines
Si algo podría decirse de White Lines es el hecho que conoce bien su cualidad como producto destinado al entretenimiento, con algunas oscuras escenas que profundizan en sus temas centrales sin convertirlos en el centro de la narración. No obstante, la combinación tiene el equilibrio perfecto para sostener un discurso sobre la opulencia, los secretos y el misterio con sorprendente agilidad. No hay nada en la serie que no resulte sorprendente, a pesar que es la versión mejorada de otros tantos dramas con tintes de suspenso y puro espectáculo al uso.
¿Es entonces un producto bastardo de la trepidante y en ocasiones superficial acción de La Casa de Papel? Podría serlo, si el argumento estuviera menos enfocado en mostrar la historia como un diorama de distintas texturas y reflexiones sobre el crimen, la violencia, el hedonismo y la sensualidad. ¿Tiene algo de la sobriedad exquisita y por momentos frías de The Crown? Nada más lejos de la intención de White Lines de emular una serie que basa su eficacia en la empatía hacía sus personajes. De hecho, el triunfo de White Lines radica recorrer una grieta entre ambas propuestas, hasta ahora inexplorada y sugerente.
El personaje central Zoe Walker (Laura Haddoc) es una mujer traumada que en apariencia soporta lo mejor que puede su oscuro pasado. En medio de lo que parece ser fino hilo de cordura transita un pasado terrible para llegar a la soleada Ibiza, veinte años después de la desaparición misteriosa de su hermano.
Ibiza como marco de la escena
La combinación de cierto aire noir —el descubrimiento de la verdad sobre el desaparecido es digna de una serie por sí sola— hace que el personaje deba replantearse sus prioridades, por lo que viaja a la soleada Ibiza para resolver el misterio. Pero Zoe no las tiene todas consigo: hay algo definitivamente frágil en su salud mental, que en contraposición al ambiente extravagante, sensual y misterioso de la isla, convierte a la historia en un singular trayecto a través de varios percepciones distintas sobre la realidad. Todo en medio de un humor negro que se agradece y que resta fuelle a los momentos más sombríos.
En White Lines hay una singular combinación de toques británicos, con la formidable vivacidad ibérica que logra crear un contraste muy marcado y efervescente. Pedro Casablanc, Belén López y Juan Diego Botto brindan un toque extrañamente rico y profundo a una trama que podría ser una merca colección de clichés.
En realidad, el tono de culebrón se hace más adulto y más cercano a un experimento bien logrado a medida que la serie encuentra un balance entre sus momentos más extraños y lo más luminosos, una combinación que en manos menos hábiles que las de Alex Pina, podría haber resultado en un incómodo despropósito de estilos y ritmo errático. Quizás lo más interesante y desenfadado de este sorpresivo experimento afortunado.