Aunque buscar “culpables” a estas alturas de la pandemia de COVID-19 pueda parecer un tanto frívolo, lo cierto es que dar con el origen del coronavirus es una de las claves esenciales para encontrar su talón de Aquiles y lograr combatirlo.

Parece claro que el virus se originó en un murciélago, pero no lo está tanto si “saltó” directamente a los humanos o si hubo una especie de transición antes de llegar hasta nosotros. Se han señalado muchas especies candidatas a adquirir este título, siendo el pangolín el que más miradas ha atraído desde que se intentaron desandar los pasos del virus.

Por ahora no hay una teoría definitiva, aunque muchos científicos siguen vertiendo sus propias hipótesis. Es el caso del profesor Xuhua Xia, de la Universidad de Ottawa, quien acaba de publicar en Bioogy and Evolution un estudio que apunta a la posibilidad de que todo empezara con un perro callejero.

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Siguiendo las cicatrices del virus

Para la realización de este estudio, Xia y su equipo analizaron las secuencias genéticas de los 1.252 genomas de betaocoronavirus procedentes de varias especies, que se encuentran en la base de datos genética GenBank.

Su objetivo era encontrar “cicatrices” que determinaran el paso del virus por especies anteriores. Esto se debe a que, a veces, para poder prosperar en un huésped concreto experimentan cambios y adaptaciones en su genoma, fácilmente detectables en infecciones futuras.

Buen ejemplo de ello son las modificaciones que les ayudan a evadir a ZAP. Esta es una proteína presente en muchos mamíferos, entre ellos los humanos, que actúa como centinela, detectando la entrada del virus para después detener su replicación y degradar su genoma. Lo hace localizando un grupo concreto de los “ladrillitos” que componen su ARN, conocidos como dinucleótidos CpG. Una vez que estos virus infectan a un huésped dotado de esta proteína concreta, sucumbirán rápidamente, salvo que logren reducir la cantidad de estas señales de alerta en su genoma. Aquellos que lo logren, a base de mutaciones, se adaptarán y pasarán mucho mejor dotados al siguiente hospedador. Por eso, si un virus cuenta con una cantidad baja de CpG en su ARN, se puede conocer información sobre sus antiguos hospedadores.

Cabe destacar que este es un dato importante, puesto que sirve para analizar el riesgo que supone un nuevo virus para una especie: a menos dinucleótidos CpG, más riesgo. Y, efectivamente, la cantidad de ellos en el genoma del SARS-CoV-2 es muy reducida.

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De hecho, de los analizados en este estudio fueron el causante de la COVID-19 y el BatCoVRaTG13, de murciélagos, los que menos tenían.
Este último, aislado de un murciélago de la especie Rhinolophus affinis en 2013 en la provincia china de Yunnan, se considera el posible predecesor del virus detrás de la pandemia que nos tiene confinados, por el 96% de coincidencia en sus genomas.

Desgraciadamente, a pesar del año en el que se aisló, su genoma no fue secuenciado hasta finales de 2019, cuando los investigadores chinos comenzaron a sospechar que algo iba mal con los casos de neumonía detectados en Wuhan. El autor de este estudio considera que eso fue un error, pues un análisis en 2013 habría servido para alertar sobre el peligro que suponía su baja cantidad de dinucleótidos CpG.

El papel del sistema digestivo

Estos eran los dos coronavirus con una menor cantidad de “señales de alerta” para ZAP. Pero no fueron los únicos que llamaron la atención de estos investigadores.

En 2012, otros coronavirus, conocido como MERS-CoV, fue detectado en Arabia Saudita. Aunque no se sabe con exactitud cómo pudo surgir, los datos científicos actuales indican que los dromedarios y los camellos son un importante reservorio de MERS-CoV y una fuente animal de infección humana.

Por eso, este fue otro de los virus estudiados por el equipo de Xia. Descubrieron que la cantidad de dinucleótidos CpG era mucho menor en el MERS-CoV, que infecta el sistema digestivo de los camellos, en comparación con el que se dirige hacia el sistema respiratorio. Esto les llevó a estudiar otro viejo conocido entre los coronavirus que afectan al sistema digestivo: el CCoV, que infectan a perros. Junto a los parvovirus, puede causar graves enfermedades intestinales a los canes, en muchas ocasiones mortales, ¿pero qué ocurre con su sistema de defensa frente a ZAP? La secuencia de su genoma muestra que también cuentan con una cantidad muy reducida de ellos y que, además, esta es muy similar a la de SARS-CoV-2 y BatCoVRaTG13.

Consiguen obtener ‘súper ratones’ contra el coronavirus gracias a un ‘virus aliado’

Por otro lado, se sabe que el receptor que permite la entrada del virus a las células del hospedador, el ACE2, es muy abundante en las células del sistema digestivo, de ahí que el 48’5% de los pacientes con COVID-19 tengan principalmente síntomas relacionados con él.

Si unimos todos estos datos, se podría apuntar a que el virus causante de la pandemia se originó a partir de otro que afectara principalmente al sistema digestivo y que, quizás, la especie de transición fue un can. En el escenario planteado por Xia, un perro callejero pudo comer carne de un murciélago infectado y, después, pasar la enfermedad a un humano. Recientemente se ha prohibido en varias regiones de China el consumo de carne de estos animales, pero hasta hace poco era un hábito bastante frecuente, de ahí que no se pueda descartar esta opción.

Los murciélagos ‘entrenan’ a los virus para ser más resistentes

De cualquier modo, esta es solo una teoría; que, por supuesto, no debe malinterpretarse y señalar a los perros como culpables. De hecho, un estudio reciente, aún sin revisar, sostiene que, al menos en su estado actual, el SARS-CoV-2 no parece infectar fácilmente a los canes. De lo que no cabe duda es de que la prohibición de comer carne de perro ha sido una gran idea y que, posiblemente, si la enfermedad ha llegado a extenderse por el mundo es porque alguien comió lo que no debía. He ahí la importancia de respetar la seguridad alimentaria.