¿Lo más sorprendente? El show fue grabado antes que la emergencia sanitaria del coronavirus y que fuera necesario la distancia social y la reclusión doméstica. Te contamos todo sobre el programa que analiza el problema de las relaciones interpersonales puestas a prueba por la distancia desde una perspectiva…candente.
A primera vista el más reciente reality show de Netflix, Jugando con Fuego, no tiene ninguna relación por emergencia colectiva que el mundo sufre en la actualidad. Como otros tantos programas parecidos, la producción muestra la forzosa convivencia entre un grupo de diez desconocidos en un paraje paradisíaco con la intención inmediata de obtener un suculento premio en metálico. Al principio, el show utiliza los lugares comunes de experiencias de su naturaleza: la cámara recorre las tropicales y lujosas habitaciones, para mostrar los esculpidos cuerpos de sus protagonistas a detalle. Tanto ellos como ellas encajan en el habitual estereotipo de belleza provocativa, y la voz en off encargada de describirlos puntualiza esa percepción sobre el anonimato que el grupo encarna quizás sin intención.
Pero muy pronto, lo que parece un chiste colectivo termina por volverse algo más complejo: el suculento premio de $100.000 dólares depende en esencia de la capacidad del grupo para mantenerse a distancia física unos de otros. O lo que es lo mismo, evitar cualquier contacto sexual. Cada beso, caricia e incluso, la autogratificación, afectará no al que no puede resistir la tentación sino al resto. De modo que al final el ganador, será el que logre mantener una distancia social lo suficientemente considerable como para evitar que la simple biología le juega una mala pasada.
Una vez descubierto el secreto, la maliciosa voz narradora, se dedica especificar que las reglas del juego buscan fomentar relaciones más profundas y significativas que las basadas solo en sexo. Se trata de un giro dramático y singular sobre jóvenes atractivos que intentan evitar acostarse entre sí, lo que permite al programa tomar la sorpresiva decisión de crear un ambiente de tensión, capaz de hacer reflexionar al espectador sobre los límites de la intimidad y las formas en que nos comunicamos en la actualidad. Y es entonces, cuando el aparente inocuo programa, parece vincularse directamente con la incómoda situación de cuarentena la que se encuentra la mayoría de las personas en el mundo durante las últimas semanas y probablemente, meses siguientes.
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Lo que resulta sorprendente del programa, es que, a pesar de su inicial tono jocoso, Jugando con Fuego tiene la capacidad para reflexionar sobre la forma en que asumimos la necesidad física, además de profundizar en los mecanismos que sustituyen la sexualidad en momentos de emergencia o tensión, por algo más intelectual y emocional. O eso parecen sugerir los extraños giros de las circunstancias que la cámara sigue con tenaz atención, a través de paradisíacos paisajes y habitaciones rebosantes de vulgar lujo. Jugando con Fuego es una mirada crítica sobre la forma en que nuestra época concibe las relaciones personales y por extraño que parezca, a medida que el programa avanza, es mucho más obvio que su aparente superficial mensaje sobre la tensión sexual, se transforma de manera paulatina en un cuestionamiento sobre la inmediatez y superficialidad de los lazos que unen a las parejas del mundo contemporáneo.
Este singularísimo reality show no pretende dar lecciones ni tampoco reflexionar sobre la conducta humana a través de la profundidad psicológica. Jugando con Fuego se permite una original mirada grotesca y casi siempre incómoda, sobre la capacidad de los individuos para concebirse como sexuales, en medio de una equivoca atmósfera de pura vanidad y autosatisfacción sin demasiado objetivo. Como si se tratara de una parodia involuntaria de un género cuyos elementos se repiten hasta la saciedad, el reality show muestra de forma descarada los defectos de sus personajes, en contraposición de una cierta inocencia con respecto a la posibilidad de interactuar de una forma más profunda con quienes les rodean.
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Como si se tratara de una metáfora delirante acerca de la manera en que concebimos las relaciones sexuales y emocionales en una época obsesionada con el aspecto físico y la rapidez, este ambiente controlado y por momentos asfixiante, replica lo que ahora mismo está ocurriendo en la mayoría de las ciudades del mundo, cuando buena parte de quienes deben acatar la cuarentena debido a la emergencia sanitaria del coronavirus, enfrentan la salvedad de mantener sus relaciones emocionales e incluso de parejas a la distancia.
Lo curioso, es que uno de sus elementos más interesantes de Jugando con Fuego es el hecho de que se encuentra al margen de la pandemia y haber sido grabada con la suficiente anterioridad, como para convertirse en reflejo involuntario de la experiencia actual de buena parte de la audiencia. El sexo, el deseo, la lujuria, se convierten en temas de difícil comprensión cuando la distancia física impone que las habituales reglas sociales basadas en la gratificación inmediata, deban transformarse en algo en apariencia más profundo y sobre todo, significativo.
Hace una semana, varios funcionarios de la ONU y otras organizaciones sanitarias alrededor del mundo, comenzaron a recordar que el llamado sexo virtual es una opción accesible y segura para las mayorías de las parejas que comienzan a sufrir las inevitables consecuencias de la separación. Curiosamente, las interacciones entre los personajes de Jugando con Fuego comienzan a crear un ambiente incómodo en que las preguntas sobre la forma en que nos comunicamos y relacionamos, sustituyen las risas y burlas sobre la torpeza de los participantes. En en medio de una situación en que las redes sociales están llenas de quejas y comentarios sobre el ardor sexual contenido debido a la distancia, Jugando con Fuego parece resumir un tipo de inquietud hasta ahora abstracto sobre las relaciones contemporáneas desde un matiz casi cínico.
Deseo en cautiverio
Algunas investigaciones sugieren que el estrés y las condiciones extremas aumentan el deseo sexual y no obstante, Jugando con Fuego replantea la idea desde la posibilidad de analizar el deseo como la sustitución de ideas más complejas que nuestras interacciones básicas.
La investigadora Janna Dickenson, quien estudia la psicobiología del deseo sexual y la excitación en el Instituto de Estudios Integrales de California en San Francisco, apoya la tesis que las situaciones de alta tensión y sobre todo de abstinencia forzada hacen que el deseo sexual aumente hasta simplemente nublar el juicio y la forma en que nos relacionamos en forma habitual. “Pensamos en el deseo sexual como motivación, y como cualquier motivador, cuando se le presenta un desafío superable, aumenta”, dice la investigadora. “Funciona de la misma manera con el hambre. Si tenemos que trabajar un poco para conseguir nuestra comida, tendremos más hambre", comenta la científica. Y ese es quizás uno de los puntos más altos de Jugando con Fuego, que muestra la forma en que la necesidad erótica puede tener un ingrediente de búsqueda de la satisfacción inmediata pero también, una forma de desafiar la posibilidad del aislamiento. “La oxitocina podría movilizar la respuesta para buscar apoyo social”, dice Dickenson. “El apoyo social es cómo reducimos ese estrés, y el comportamiento sexual es una extensión de ese concepto”.
Por supuesto, Jugando con Fuego no tiene por intención dar lecciones ni tampoco reflexionar directamente sobre nuestra capacidad para relacionarnos de forma social, a través de una parodia accidental sobre nuestra sociedad. Pero aun así, el programa es lo suficientemente provocador y sugerente como para plantear preguntas sobre el hecho sexual en mitad de condiciones profundamente extrañas y sofocantes. Para bien o para mal, Netflix predijo un futuro en que buena parte de una generación educada para obtener gratificación sexual inmediata, tendrá que replantearse su forma de entender el sexo, al menos por una temporada. Y quizás allí radica, su curioso éxito.