No resulta muy difícil comprobar si los guionistas de cualquier obra de cine, sea un corto, un largo o una serie de televisión, saben construir personajes bien definidos y diferenciados los unos de los otros y con enjundia, reconocibles en su propia singularidad, de carácter minuciosamente dibujado y coherentes con el mismo en su conducta: basta conocerlos en profundidad episodio a episodio. Y, habiendo conocido a los **de La casa de papel** (Álex Pina, desde 2017) en Netflix, pocas dudas albergamos de que su creador y escritores como Javier Gómez Santander o Esther Martínez Lobato se curran a sus seres de ficción.
Y, en verdad, parece fácil sucumbir a la opción tentadora de decir que el Profesor, al que encarna Álvaro Morte (*El embarcadero), es uno de los mejores personajes de la serie; o la Tokio de Úrsula Corberó (Paquita Salas); o incluso Nairobi, a la que interpreta Alba Flores (El tiempo entre costuras*). El Profesor es admirable por su inteligencia audaz combinada con su apocamiento y su rigidez cuando interactúa con otras personas; lo de Tokio es la pasión impredecible y autodestructiva; y lo de la festiva Nairobi, el salero, la verborrea y y una gran capacidad empática. Pero hay otros tres más jugositos.
El primero es, indiscutiblemente, el Berlín de Pedro Alonso (18 comidas), por su temperamento juguetón, su entendimiento nada convencional, ese puntillo sádico que le sale sobre todo en las temporadas uno y dos y la extraordinaria elocuencia por la que nos regala monólogos y conversaciones memorables. El segundo, el Palermo de Rodrigo de la Serna (Cien años de perdón), un hombre roto con un egocentrismo terrible y un anhelo de destrucción casi suicida y, al final, una gran capacidad conmovedora, del que se aprovecha al máximo el tópico del argentino locuaz para que nos lance frases atractivas.
Y el último no podía ser otro que **Alicia Sierra, en cuyos zapatos se mete Najwa Nimri* (El método*), una estratega implacable, deliciosamente manipuladora y sin escrúpulos, por la que solo se puede sentir recelo, una inquietud enorme por su actitud casi risueña y compasión porque se comporta como si no tuviese vínculo alguno que perder; y por fin, una adversaria a la altura del Profesor, y bastante más interesante que él. Así que este trío constituye lo mejor en personajes construidos de La casa de papel y, quizá, de Álex Pina, y cuentan con una cosa en común: los tres son independientes y muy peligrosos.