Westworld regresó, aunque casi podría decirse que la tercera temporada es una versión por completo independiente de las dos anteriores. Abandonado el parque, el foco de atención se traslada al 2058 y al mundo real, lo que quiere decir que lo más probable es que solo visitemos el parque (tal y como fue presentado hasta ahora), como una mera referencia contextual y temporal.
‘Westworld’ 3×01: muchos disparos y poca fascinación
También regresaron Dolores (Evan Rachel Wood) y Bernard (Jeffrey Wright), pero ninguno de los personajes sostiene el peso de la historia: hay una meditada confrontación entre ambos, mucho más enfocada en lo metafórico que en lo literal. Y mientras la androide líder de la rebelión de la inteligencia artificial hace su jugada, el que fuera la efigie del socio de Robert Ford (Anthony Hopkins) va de un lado a otro escapando de su pasado, de sí mismo y sin duda de la historia que lleva a cuestas. Todo lo anterior bajo el preciso empaque de una colección de capas de historias que se entremezclan en una manera elegante pero lamentablemente predecible.
La más reciente adición al grupo original de personales es Caleb (Aaron Paul), que interpreta a un mercenario — o es lo que parece ser — que lidia con recuerdos postraumáticos y un desarraigo más que abrumador. Es Paul uno de los nuevos misterios de la serie o eso parece sugerir sus recuerdos fragmentados, en medio de la pulida realidad en la que parece no encajar en ninguna parte. Jonathan Nolan escoge un cierto ritmo pausado aunque inteligente, para mostrar este mundo radiante que hasta había sido sólo una breve mención entre personajes. Y usa a Caleb como un hilo conductor entre lo que se mueve debajo de la brillante superficie y sus pecados ocultos.
El mundo real existe bajo el auspicio de la tecnología de punta, en medio de elaboradas puestas en escenas digitales y la percepción de una distancia consciente entre los seres humanos que deambulan por él.
En medio de todo, Dolores deslumbra por su frialdad y propósito. Desprovista de toda su envoltura como dama en desgracia y después, criatura encargada de ejecutar las órdenes póstumas de su creador, el personaje muestra todo su arsenal de capacidades. Wood le imprime fuerza, firmeza y también una mesurada fortaleza, lo que hace que en este primer episodio, quede muy poco de la mujer que con una carabina al hombro logró desmontar hasta sus cimientos la estructura del parque que mantenía cautivo a sus congéneres.
De vuelta al parque: ‘Westworld’ para Dummies
No obstante, Dolores no es una mesías. La temporada tres quiere y busca un nuevo misterio y lo encuentra en la identidad del centro neurálgico del mundo tecnológico que por momentos, se tambalea en medio de una sensación de brillante belleza. Incite, la empresa en que Dolores intenta infiltrarse posee lo que parece ser una supercomputadora capaz de planificar el futuro a través de decisiones basadas en propiedades numéricas. Una recolección de datos a una escala colosal que sin duda, será el motivo de interés en medio de la guerra que se avecina y de la que la especie humana — al menos, los pocos que hemos podido ver en el primer episodio — no tiene noticia alguna.
Pequeñas y grandes enfrentamientos
En esta ocasión, Lisa Joy y Jonathan Nolan toman la decisión de trasladar las intrigas corporativas y las escaramuzas sobre portentosos secretos tecnológicos fuera del parque, por lo que Dolores y en cierta medida Bernard (quien consigue camuflarse en su identidad humana) son el hilo conductor de la nueva versión de la historia. Ya la temporada anterior, la serie dejó claro que el conjunto de parques no es otra cosa que una excusa para digitalizar la conciencia de todos los visitantes para lograr “moldes” informáticos de sus identidades. ¿El objetivo? un tipo de inmortalidad que se venderá al mejor postor.
En el primer capítulo, la falsa Charlotte Halle (controlada por Dolores, tal y como quedo establecido al final de la segunda temporada) intenta un rápido y no demasiado fructífero control de daños, luego que las noticias sobre la masacre ocurrida en el parque obligan a inversionistas y asociados a revisar sus prioridades. Pero la cuestión sobre el uso de la información de Delos sigue sin aclararse y Charlotte logra sostener — por el momento — el desastre corporativo que supone un asesinato en masa. Es la escena del personaje discutiendo en voz baja con el resto de los empresarios sobre lo ocurrido, lo que pone en relieve el tono y la forma de la temporada: un tándem de ambición deshumanizada.
Es quizás esa leve insinuación, junto con la presencia poderosa de Dolores, lo que sostiene este primer y extraño capítulo, que rompe la continuidad de la serie hasta ahora y propone algo por completo novedoso. El robot líder de la rebelión muestra sus capacidades, la forma en que es capaz de controlar a otros mecanismos semejantes a ella, pero todavía, no está del todo claro si Dolores tiene la capacidad y los recursos para enfrentar una guerra a gran escala que resulte en el dominio del mundo humano. Lo que sí es evidente es que por ahora actúa sola, mientras Bernard huye de ella — en más de una forma — y se debate entre su personalidad como parte del proyecto Delos y algo más complejo, que apenas empieza a descubrir.
Para los últimos minutos del capítulo, ya es notorio que si antes Westworld apeló a las confusas líneas de tiempo para mantener el interés de la audiencia, ahora echará mano a mostrar de forma muy clara todo lo que antes se insinuó. El hipertecnológico mundo se entrelaza con algo más humano — o lo intenta — y pone en relieve que al final, la codicia del robot por el poder y la de la especie humana por el control, son en esencia la misma cosa, contrapuestas desde dos ángulos por completos distintos pero esencialmente idénticos. Una contradicción filosófica que de funcionar bien, podría sostener un interesante juego de posiciones y dimensiones a lo largo del argumento.
De modo que sí, Westworld regresó, pero todavía el gran interrogante es si las piezas que mostró en este primer gran acercamiento a un mundo extraordinario, puedan funcionar realmente.
Los esfuerzos del equipo de producción por mostrar un mundo solitario y helado, transforman al contexto de Westworld en algo más parecido a una fantasía hostil sobre el futuro y no en conexiones con una cultura capaz de crear un parque de diversiones para violentos placeres que acaban de forma violenta. Cualquiera sea el caso, la serie toma el riesgo de dejar de parecerse a sí misma y ya eso, es lo bastante importante como para dar un paso concreto hacia una original versión sobre su intrigante propuesta.
El primer capítulo de la tercera temporada termina con una escena postcréditos: una novedad que ya la serie había probado con buenos resultados en la primera y segunda temporada. Maeve (Thandie Newton) despierta para encontrarse con otro fragmento de la gran realidad insular del parque. La esvástica Nazi ondea en la pared de una recreación fidedigna de una escena genérica de la Segunda Guerra Mundial, mientras la héroe trágica de las anteriores temporadas lo observa todo desde una desconcertada distancia. ¿Está destinada a enfrentarse al mundo contra el que Dolores espera sublevarse? Todo indica que sí.