El brote de COVID-19, el coronavirus que se inició en la ciudad china de Wuhan en diciembre de 2019, ha infectado ya a más de 45.000 personas y ha superado las 1.000 víctimas. Si bien la mayoría de afectados se encuentran en China, especialmente en la provincia de Hubei, hay enfermos en un total de 25 países, distribuidos por Asia, Europa, América y Oceanía. Por el momento solo África se encuentra libre de esta enfermedad, que el pasado 31 de enero fue declarada oficialmente como emergencia sanitaria internacional por la Organización Mundial de la Salud.

COVID-19: cronología de la enfermedad que tiene en vilo al mundo entero

La incertidumbre de lo desconocido ha generado una situación de precaución extrema necesaria, con el fin de contenerlo y estudiarlo, pero también una alarma social excesiva, que está incluso dando lugar a tristes episodios de discriminación hacia la población asiática en todo el mundo. Todo esto es fruto, quizás, de una magnificación de los acontecimientos. Muchos medios de comunicación siguen hablando de muertes que se disparan, cuando en realidad la curva de infectados se acerca ya a su meseta y la cifra de personas recuperadas supera de lejos los fallecidos. Pero el miedo es comprensible. Es normal temer lo desconocido, especialmente cuando eso que no conocemos está provocando tantas muertes. Por eso, para intentar mantener la calma, es importante poner la situación en perspectiva, comparándola con otras epidemias. La situación declarada recientemente por la OMS solo se ha utilizado en otras cinco ocasiones: la epidemia de H1N1 de 2009, las dos de ébola de 2014 y 2019, la de polio e 2014 y la de zika de 2016. ¿Son comparables todas estas situaciones?

Gripe A

El 11 de abril de 2009, una niña moría en el Instituto Nacional de Enfermedades Respiratorias de México, a causa de una gripe que se le había diagnosticado un mes atrás. Poco después, el día 13 de ese mismo mes, se produjo un nuevo fallecimiento. Esta vez se trataba de una mujer diabética, cuya defunción había tenido lugar por complicaciones respiratorias.

Tras analizar muestras del virus extraídas de las víctimas, así como de otras personas que se encontraban infectadas en ese momento, se determinó que se trataba de una nueva cepa del virus H1N1. Los análisis genéticos posteriores añadieron a esta conclusión que contenía material genético proveniente de una cepa aviar, dos porcinas y una humana y que había “saltado” de cerdos a humanos, pero que después había podido seguir contagiándose entre personas.

Nacía así un brote que terminó convirtiéndose en pandemia, matando a 18.337 personas en un periodo de 14 meses.

Al tratarse de un virus que hasta entonces no había afectado a los humanos, la mayoría de personas jóvenes tenían poca o ninguna inmunidad desarrollada contra él. En cambio, los mayores de 65 años sí que gozaban de cierta protección, posiblemente por alguna exposición lejana en el tiempo a un virus similar. De cualquier modo, esto propició que se extendiera rápidamente por todos los continentes del globo. Pero, a pesar de todo, la mortalidad no era mayor que la de la gripe estacional común.

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Tampoco era especialmente elevado su ritmo reproductivo. Este parámetro, conocido también como R0, hace referencia al número de personas a las que un infectado puede contagiar el virus. Lógicamente, cuanto mayor es, más rápido se extiende la enfermedad y más complicado es frenarla. En este caso, se calcula que de media tuvo un R0 de entre 1’2 y 1’6, por lo que no fue una cifra especialmente preocupante.

Ébola

En marzo de 2014, la OMS anunció que se habían documentado varios casos de Ébola en una región rural boscosa ubicada al sureste de Guinea. No obstante, el primer caso se había notificado mucho antes, en diciembre de 2013, cuando un niño de 18 meses contrajo la enfermedad por contacto con un murciélago.

Este fue el inicio de un brote que terminó convirtiéndose en epidemia, causando la muerte de 11.323 personas, desde que se inició hasta que fue dado por finalizado, en marzo de 2016. A pesar de su alta tasa de mortalidad, cercana al 70%, no llegó a clasificarse como pandemia, pues los infectados se concentraron en países africanos. Solo se extendieron a través de misioneros y voluntarios hasta Estados Unidos, donde hubo 4 enfermos, y España, Italia y Reino Unido, con una persona infectada en cada uno. De todos ellos, solo murió uno de los estadounidenses.

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Esta fue la epidemia más grande de ébola de la historia. Afortunadamente acabó, pero no tardó en seguirla otra, iniciada en la República Democrática del Congo en agosto de 2018. A día de hoy, año y medio después, no se le ha podido dar fin, algunos fármacos están ayudando a contenerla, pero queda mucho trabajo por hacer. De hecho, los enfermos siguen aumentando y ya se han superado los 3.400, según cifras de la OMS. En cuanto a las víctimas, este brote cuenta también con una mortalidad muy elevada, por lo que ya se han alcanzado las 2.249 personas.

Para las dos epidemias, el R0 se encuentra entre 1'5 y 2'5, por lo que la difusión de la enfermedad, que se produce a través del contacto con órganos o secreciones de los pacientes afectados, se encuentra solo un poco por encima del valor de otras enfermedades, como la gripe A.

Polio

En la actualidad, la única enfermedad humana que ha sido completamente erradicada es la viruela; aunque, gracias a su vacuna, la poliomelitis la sigue de cerca, con un gran número de países del mundo clasificados ya como libres del virus.

De hecho, se ha pasado de documentar más de 350.000 casos en todo el mundo en 1988 a solo 33 en 2018.

No obstante, eso no impide que, de vez en cuando, se detecte algún nuevo brote. Es precisamente lo que ocurrió en mayo de 2014, cuando se detectó un repunte de la enfermedad en Asia Central, que se unió poco después a otro, originado en el centro de África en el mes de junio de ese mismo año.

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Esta es una enfermedad con un R0 alto, superior a 10 en países con medidas de saneamiento insuficientes, por lo que cuenta con un ritmo de transmisión elevado. Por este motivo y por la necesidad de erradicarla de una vez por todas, a pesar de no tratarse de una epidemia tan extendida como las anteriores, la OMS tomó la determinación de declarar también la emergencia sanitaria internacional.

Zika

A principios de 2015 se inició en Brasil un brote de virus Zika, que terminó expandiéndose también a otros países, tanto de América del Sur, como del Norte, así como a algunas islas del Pacífico y el sudeste asiático.

En un principio se pensaba que esta era una enfermedad leve, pues normalmente cursa sin síntomas, aunque en algunos casos puede provocar una enfermedad, a veces mortal, conocida como síndrome de Guillain-Barré, que se da cuando el sistema inmunitario del propio paciente ataca a su sistema nervioso central. No obstante, a raíz de este brote se descubrió que la enfermedad, transmitida por mosquitos, podía causar defectos de nacimiento, como la microcefalia, y problemas neurológicos en bebés de mujeres que fueron infectadas durante el embarazo. Además, su R0 llegaba a situarse cerca del 7. Por eso, también se decidió declarar la Emergencia Sanitaria Internacional.

El SARS, un primo cercano

Estudios recientes han establecido que el Síndrome Respiratorio Agudo Severo, causado también por un coronavirus, tiene una gran similitud genética con el causante de la neumonía de Wuhan. No obstante, el responsable de la epidemia actual es mucho menos letal.

Hay mucha alarma al respecto, puesto que las cifras de infectados y fallecidos del 2019-nCoV han superado hace tiempo a las que dejó el SARS. No obstante, se debe tener en cuenta el porcentaje de mortalidad, no los números fuera de contexto.

El coronavirus de Wuhan tiene mucho en común con el SARS y esa es una buena noticia

Entre 2003 y 2004, el SARS dejó 774 víctimas, entre un total de 8.500 infectados. Actualmente, el coronavirus ha enfermado a más de 43.000 personas y los muertos han superado los 1.000. Pero esto supone un porcentaje de fallecidos, con respecto al total, mucho más bajo. Concretamente, el primero tuvo una tasa de mortalidad cercana al 11%, mientras que este último se coloca alrededor del 2%. En cuanto al R0, en ambos casos está alrededor del 2’5.

La gripe estacional, el primo más conocido

Gripe en invierno

Según la Organización Mundial de la Salud, se estima que la gripe estacional causa cada año entre 3 y 5 millones de casos de enfermedades graves y 290.000 a 650.000 muertes por causas respiratorias. Todo eso sin tener en cuenta las personas que cursan con síntomas leves o, directamente, sin síntomas. En total, los enfermos podrían alcanzar los 10 millones.

Se complica en pacientes de riesgo, como niños o personas ancianas, así como en personas inmunodeprimidas o con problemas respiratorios previos, alcanzando una letalidad aproximada del 4%.

En cuanto a su R0, se encuentra aproximadamente entre 2 y 3, por lo que es comparable al del coronavirus de Wuhan.

Entonces, ¿nos asustamos?

El miedo es lógico en una situación como esta. Sin embargo, no es ni mucho menos la peor de las epidemias a las que nos hemos enfrentado. Además, otras enfermedades mucho más normalizadas dejan más infectados y más muertos de las que está causando este nuevo coronavirus. Por eso, es importante la cautela, pero también la calma. Es necesario tomar medidas para evitar contagios, pero con ellas será mucho más probable que esquivemos a la gripe, pues la probabilidad de que nos la crucemos fuera de Asia es mucho mayor que la de que nos topemos con COVID-19. Matamos dos pájaros de un tiro o, lo que es mejor, evitamos muchos virus con un lavado de manos. Precaución sí, pero desesperación no y xenofobia mucho menos.

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