Año 1973. Un jovencísimo y pobre George Lucas vivía en un dormitorio de Mill Valley. Estaba obsesionado con el cine, algo lo admitiría después. Las paredes de la habitación estaban llenas de dibujos, apuntes y bocetos. “Una pila de cuadernos con todas mis ideas”, contaría después en múltiples entrevistas.

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Hollywood era un lugar complicado para un hombre con un apellido como el suyo —más de vez le insistieron era en exceso “étnico” para triunfar— y además, sin otra cosa que buenas ideas. A pesar de eso, fue el año en que dirigió una película de bajo presupuesto llamada American Grafitti, basada de una forma más o menos biográfica en su juventud en Modesto (California), su amor por la cultura hot rod y la norteamérica en plena ebullición juvenil.

La producción tuvo un coste de 1 millón de dólares y logró ese tipo de milagros extraordinarios que suelen ocurrir de cuando en cuando en la cultura pop: American Grafitti se convirtió en un clásico de la cultura adolescente, y además ganó 50 millones de dólares y cinco premios Oscar, que incluyó el de mejor director. De este modo, Lucas pasó a ser un desconocido más en Los Angeles a uno de los hombres más prometedores del mundo del espectáculo.

Pero en realidad, el interés de Lucas no era convertirse en un respetable director de cine —aunque admite haber disfrutado la experiencia— sino llevar a la pantalla grande, la idea de una Space Opera que durante años le había obsesionado. Junto con su compañero Gary Kurtz, Lucas había imaginado durante casi tres años una aventura formidable que abarcaba la galaxia y lo mejor del género, una mezcla de Flash Gordo y Buck Rogers: una historia llena de mitología, de personajes basados en arquetipos y también, con su propia dinámica, imaginada por Lucas detalle a detalle sobre el papel.

De nuevo, se trató de un riesgo: la Ciencia Ficción y la fantasía en el Hollywood de la década de los ’70 era oscura y con tintes distópicos, más cercanas al terror. Los anuncios de grandes tragedias que a lo que Lucas imaginaba como un escenario colorido y lleno de un tipo de energía adolescente muy parecida a la de American Grafitti, solo más inocente, más poderosa, más singular. El mismo Lucas diría después: “La razón por la que estoy haciendo Star Wars es porque quiero darles a los jóvenes algún tipo de ambiente exótico lejano para que sus imaginación corran. Tengo un fuerte presentimiento sobre los niños interesados en la exploración espacial. Quiero que ellos quieran (ver esta película). Quiero que vayan más allá de las estupideces básicas del momento y piensen en colonizar Venus y Marte. Y la única forma en que sucederá es hacer que un niño tonto fantasee con eso: obtener su pistola de rayos, saltar en su nave y huir con este wookie al espacio exterior. Es nuestra única esperanza, alguna manera”.

Una idea grande, para una gran historia. Y a pesar de que tenía casi todo en contra —nadie comprendía sus ideas ni había la tecnología para llevarla a cabo— Lucas perserveró y siguió adelante. Estaba a punto de hacer historia.

Un largo camino hacia una nueva esperanza

Llevar a Star Wars: Episode IV — A New Hope a la pantalla grande no fue sencillo. Lucas y Kurtz escribieron un guion de 12 páginas en el que resumían a grandes rasgos la historia y lo llevaron a varios estudios de Hollywood. United Artist lo rechazó —le pareció arriesgada, infantil, trillada, contaría Lucas—, también la hizo univesal, que no estaba interesada en una Space Opera casi juvenil luego de la serie de éxitos tétricos sobre invasiones espaciales de la década anterior. Pero 20th Century Fox decidió comprar el guion gracias al éxito de American Grafitti. En realidad, confío en la habilidad de Lucas para dirigir más que en el éxito o el interés de la historia que de la futura película. Pero eso era suficiente para el joven director.

No obstante, pasar de las cientos de notas que llenaban la habitación de Lucas a un concepto más o menos estructurado llevaría orden y disciplina. Los primeros borradores sobre el argumento serían irreconocibles en la actualidad incluso para los fanáticos más acérrimos y convencidos de conocer hasta el último detalle sobre la saga. Durante esos primeros grandes debates entre Lucas y Kurtz, Luke Skywalker era un viejo general canoso, Han Solo ni siquiera era un humano y había un villano — que Lucas no decidía bien si tendría apariencia antropomórfica o no — llamado Kane Starkiller. En medio de semejantes retazos de historias, ideas y posibilidades, la historia se mantenía intacta: La Galaxia conocida se encontraba bajo el dominio de un poder autoritario contra el que un grupo de héroes de diversos lugares y estratos, lucharían hasta vencer. Pero en medio de la colección de detalles sin importancia que aparecían y desaparecían de borrador a borrador, Lucas luchó por esa versión del bien y del mal, por esa batalla épica en la que un hombre luchaba contra todo pronóstico. Esa era la esencia de Star Wars, incluso por entonces.

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Ya para una versión más elaborada de la historia —y publicada en 1975— aparecía Luke Skywalker como un granjero y Darth Vader ya llevaba su característico yelmo y traje negro. En el siguiente borrador Lucas incluyó al mentor de Luke, Obi Wan Kenobi y también, a la pareja romántica por excelencia de la Saga: una princesa rebelde y un buscavidas venido a más, que al final se une a la causa con una inesperada osadía y nobleza.

Pero todavía se trataba de una historia muy poco acabada, por lo que Lucas pidió a ayuda a los escritores Willard Huyck y Gloria Katz, que echaron mano de su experiencia para diálogos y el ritmo de la historia. El 1 de enero de 1976, el cuarto y último guión se completó y fue el que se utilizó cuando la grabación de la película comenzó en Túnez, el 25 de Marzo del mismo año. Nadie podía esperar que el primer golpe de claqueta, marcaría el comienzo de una historia que cautivaría a generaciones enteras, se convertiría en un fenómeno social y al final, en algo más extraordinario que un grupo de películas: En una mitología moderna.

La misma historia, para siempre

El mitólogo Joseph Campbell insistió en más de una ocasión que el hombre viene contándose las mismas historias desde el principio de los tiempos. Una idea que en el cine parece ser más evidente, sustanciosa e intrigante que en ningún otro medio artístico. La saga Star Wars lo demuestra: refleja el camino del héroe desde una perspectiva tradicional. Y lo hizo, porque para Lucas era de enorme importancia que los viejos mitos tuvieran un reflejo fidedigno en una nueva forma de narrar aventuras: Luke Skywalker representaba al hombre que luchaba por reconstruir su pasado —y su historia personal— y el símbolo de la esperanza. George Lucas asumió el monomito de Campbell desde la percepción ideal de la alegoría sobre el bien y el mal. El joven Jedi atraviesa el mapa de su vida en busca de significado y también, como una mirada profunda y en ocasiones conmovedora sobre el poder de la voluntad en busca del bien común.

La magia de Star Wars — como historia y como propuesta — es sencilla. Un héroe que atraviesa un trayecto lleno de dificultades para reivindicarse y triunfar en medio de grandes sufrimientos. Nadie podría decir que se trate de una historia original y es que tal vez, eso es lo menos importante. Porque George Lucas no descubrió una nueva forma de contar leyendas y grandes aventuras, sino que construyó una manera muy original de comprenderlas. Tomó fragmentos de cientos de pequeños recuerdos Universales y los mezcló para sostener una visión extraordinaria e ingenua sobre el poder, la religión, la creencia, el amor y la lealtad.

Lucas no inventó nada nuevo ni tampoco intentó hacerlo: el triunfo de su creación reside en recurrir a esa frontera inocente donde todos creemos las mismas cosas y asumimos la realidad con simplicidad. Para George Lucas también fue un recorrido por una primitiva conciencia sobre como contamos nuestras historias favoritas. Y siempre se lo tomó muy en serio. Tanto, como para crear un universo coherente con sus propias y precisas reglas: hubo un tiempo que Lucas pagó de su propio bolsillo a un hombre para que memorizara todos los datos relevantes de su trilogía. Una especie de guardián que sabía por ejemplo, la distancia exacta entre los planetas Hoth y Dagobah, cuál era la genealogía de la familia Skywalker y la velocidad que —en teoría— podría alcanzar la X Wing de Luke. Pero también, era el responsable que el mundo creado por Lucas fuera tan real como para convencer, para construir toda una percepción creíble sobre su coherencia. Para Lucas, obsesionado desde antes de escribir la primera escena de cualquiera de sus películas con la trascendencia y el poder de contar, era de capital importancia ese rastro de realidad, de sustancia y de vida que debían llenar a sus historias.

Una anécdota que parece recordar el hecho de que Star Wars es anterior a internet, a la repercusión del merchandising relacionado con las películas, incluso anterior al humilde Betamax y toda su influencia en la cultura popular. El mundo creado por George Lucas se basa en las infinitas ideas que parecen unir la emoción con la Ciencia Ficción para renovar el género, para dar un empujón definitivo al pesimismo cinematográfico que una larga post Guerra y el posterior conflicto de Vietnam habían convertido en una distopía recurrente. La fantasía se había impregnado de cierta tristeza recurrente, de un elocuente sermón sobre los peligros el poder y sobre todo, los temores de a la ambición humana. Lucas tomó todo eso y lo entrecruzó con todo tipo de mitos recurrentes para finalmente, otorgarle un lustre dinámico y brillante. Lo situó en pleno corazón de la Ciencia Ficción e inventó todo un nuevo lustre para esa fantasía basada en el Universo que comenzaba a descubrirse y sus promesas.

Después de todo, la Primera fotografía de la Tierra desde el Espacio profundo se tomó en diciembre de 1968 y mostró a nuestro planeta más allá de la poesía y la religión. Una imagen de una solitaria bola color azul flotando en la inmensidad solitaria de un Universo inexplorado. George Lucas tomó esa nueva conciencia — esa noción de nuestra fragilidad y vulnerabilidad — y cimentó un perspectiva asombrada sobre culturas imposibles y criaturas amenazantes, pero tan parecidas a cualquiera de nosotros, como para resultar conmovedoras y reconocibles. Y así, Lucas renovó la Ciencia Ficción no para las grandes reflexiones sobre los dolores humanos, sino para la esperanza, las pequeñas puertas abiertas y cerradas de nuestra imaginación.

Más allá de los monstruos al acecho, las magníficas naves, los rayos láser y los villanos de brillante armadura negra, Luke atravesó el mismo camino sinuoso hacia la redención que tantos personajes queridos y admirados en la cultura Occidental. Y Luke se convirtió en el nuevo ícono de la heroicidad por accidente, el aprendiz en vías de superar a su maestro.

Eso, a pesar de no ser perfecto: Luke era bajito, torpe y constantemente parecía sorprendido con lo que se iba tropezando a su alrededor. Tal como el espectador que lo seguía, descubría a poco un mundo extraordinario, un Universo expandido que Lucas elaboró a la medida para reflejar una nueva mitología. Sin llegar al tevisionismo — o no de inmediato, hay un poco de eso en el Retorno del Jedi — Lucas elabora toda una propuesta sobre lo recién nacido en el arte de narrar. Todo es nuevo, en esta miríada donde las criaturas más extrañas conviven en un extraño equilibrio con hombres y mujeres de aspecto corriente. Y más allá de eso, coexiste un cierto equilibrio conceptual. Star Wars como un mito por si mismo. O mejor dicho, una herencia histórica de lo que un mito podría ser.

El éxito de Star Wars —como mitología moderna y obra cinematográfica— tomó por sorpresa a Hollywood y lo transformó. El tradicional viaje del Héroe saltó de la literatura tradicional y se convirtió en la película preferida. Los guiones parecieron amoldarse al monomito, buscar esa elegancia trascendental que convirtió a la trilogía original en un éxito perdurable y sepultó en la indiferencia a la segunda. Una y otra vez, el fenómeno Star Wars se reinventó para conseguir siempre sostenerse sobre una propuesta fresca. No parecía haber límite en esa capacidad de la historia para decir lo mismo en cientos de maneras nuevas. Con toda probabilidad ese fue el motivo que luego del viaje a la luz de Luke, fuera necesario contar el trayecto a la oscuridad. Entre uno y otro, la brecha se hizo más profunda y la idea, más elemental. Había mucho que decir sobre una Galaxia muy, muy lejana.

Por ese motivo, Star Wars regresa. Esta vez, quizás consciente que el monomito ya resulta caduco — se le llama patriarcal y eurocéntrico — y busca un nuevo replanteamiento. Por ese motivo, el rostro de una mujer joven parece sustituir a Luke y una batalla de sables de luz roja con el viejo caballero Jedi a la saga, a la batalla entre el bien y el mal. No obstante, de nuevo el viejo cuento de Hadas se encarna en una lucha más allá de las estrellas y su planteamiento parece ser de nuevo, tan original como la primera vez que se proyectó en pantalla.