(Este artículo contiene ENORMES Spoilers de Star Wars: El Ascenso de Skywalker, te recomendamos no leerlo si todavía no has visto la película).

En uno de los —tantos— momentos ligeramente tramposos de *Star Wars: El Ascenso de Skywalker*. C-3PO mira el grupo de héroes con los que ha recorrido buena parte la galaxia en la búsqueda de un extraño artefacto para permitirse un momento emotivo. “Solo estoy echando un último vistazo a mis amigos”, dice y queda claro que el personaje, sobreviviente a toda las circunstancias y luchas de cada una de las películas de la saga en las que participó, será finalmente destruido.

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Pero como ocurrió en más de tres ocasiones en Star Wars: El Ascenso de Skywalker *se trató de un red herring*, ese curioso recurso argumental que permite a una historia utilizar pistas falsas para ocultar las verdaderas intenciones —o propósitos— de cierto giro de la historia. De modo que mientras C-3PO se despedía con voz quebrada, en realidad lo que se intentaba ocultar era que los rebeldes tendrían que en realidad recorrer un camino más largo para encontrar la esquiva pieza que les llevaría al esquivo y misterioso planeta Exogol.

No se trató de la única vez que el frenético, incompleto y sobre todo, torpe guion de la película apeló a todo tipo de recursos narrativos para contar una historia atropellada en que los nudos se resolvían a una velocidad de vértigo**. Desde la aparición de Palpatine con una flota entera de naves aparecidas sin explicación aparente para beneficio de la trama, hasta la llegada de Lando Calrissian, la película entera está plagada de situaciones que buscan acelerar y brindar interés a la historia con los recursos incorrectos.

Por supuesto, los guiones de Star Wars jamás han sido perfectos y el recurso de Deus ex Machina se ha utilizado con frecuencia en buena parte de la saga, pero en esta ocasión J.J. Abrams no solo abusa de la posibilidad de improvisar soluciones inexplicables o atropelladas, sino que al final resulta el último recurso para sostener una narración que evidentemente no tenía otro objetivo que responder las preguntas de las películas previas. Desde el uso de la nostalgia desnuda —la brevísima aparición de Leia y el homenaje a su muerte tiene más parecido a un fan service que a una celebración al valor del personaje—, hasta el hecho de utilizar situaciones sin sustento argumental para rellenar los espacios que dejó a su paso Rian Johnson, la película termina dejando un mal sabor de boca a la audiencia, cuando no la sensación que el film es una colección de circunstancias disparatadas sin el menor asidero coherente.

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Rey (Daisy Ridley) in STAR WARS: THE RISE OF SKYWALKER.

Un atropellado viaje a una galaxia no tan lejana

Después de que Star Wars: Episodio VIII — El último Jedi intentara experimentar con el canon de Star Wars con resultados mixtos, J.J. Abrams se encontró con la incómoda situación de tener que completar una trilogía cuyas dos películas previas conducían a lugares distintos. Por un lado, Star Wars: Episodio VII — El despertar de la fuerza tenía el mismo sentido consciente de la herencia, el hilo legendario de los Skywalker uniéndolo todo y la sensación de un recorrido por un camino del héroe para las generaciones más jóvenes, interpretado por los nuevos héroes Rey (interpretado por Daisy Ridley), Finn (John Boyega) y Poe (Oscar Isaac), y el antagonista Kylo Ren (Adam Driver). Para Johnson resultó mucho más importante explorar los límites del canon y sacar algunas conclusiones inéditas sobre la influencia de la mitología general de la saga, en un intento de crear un discurso fresco que permitiera un final inesperado a lo que se anunciaba como la trilogía que cerraría la historia Skywalker en el cine.

Para buena parte de los fans, Johnson fue demasiado lejos: redujo las líneas argumentales al mínimo, centro la base de su historia en desmitificar a la orden Jedi y sobre todo, cometió lo que sin duda aún se considera una falta imperdonable para buena parte de los fans: desacralizar a las grandes figuras de la trilogía original. Un héroe extraordinario, Luke Skywalker, se transformó en la sombra de sí mismo, mientras que la Fuerza se transformó en un atributo sin explicación al alcance de cualquiera.

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La noción casi dinástica sobre la sensibilidad hacia el poder más misterioso de la saga convirtió a los Jedi en poco más que una orden burocrática —antes que religiosa— y terminó por llevar a la historia a un camino insospechado, en el que Rey era una huérfana con enorme potencial y los rebeldes un grupo desordenado de soñadores con un simbólico pasado a cuestas. De modo que Star Wars: El Ascenso de Skywalker tenía la complicada misión de enmendar las líneas y además, completar la historia desde las grandes preguntas que planteaba Johnson, quizás sin los recursos para hacerlo.

La película de J.J. Abrams regresa al canon original —y a la inevitable nostalgia— y toma decisiones por completo sin sentido para sustentar una historia que une las líneas incompletas del argumento anterior en una maraña de absurdos. Para comenzar, el guion —escrito a cuatro manos por el propio Abrams y Chris Terrio— toma la arriesgada decisión de asumir que Snoke, el villano capitular de Star Wars: Episodio VII — El despertar de la fuerza asesinado de forma desconcertante y sencilla en Star Wars: Episodio VIII — El último Jedi es una falsa premisa para engañar a la audiencia. Porque en realidad, Snoke jamás fue otra cosa que una máscara para ocultar al verdadero villano “que ha movido todos los hilos” durante la nueva trilogía: el Emperador Palpatine (Ian McDiarmid). Que no solo no murió a manos de Vader, sino que sobrevivió sin explicación posible durante décadas de reclusión y se ocupó de moverse a la sombra de la historia.

¿Sorprendido? Se trata del Deus ex Machina más colosal de una película plagada de situaciones semejantes, y que además sostiene la narración principal. La diezmada resistencia deberá luchar contra una flota extraordinaria compuesta por cientos de miles de naves, con tropa y armas de última generación, además de un planeta entero de Sith… Que sin motivo aparente se mantuvieron en secreto y bien ocultos durante varias décadas por ¿decisión de Palpatine?¿por una lenta evolución hacia su máximo potencial que no se explica ni mucho menos se profundiza? El plot no lo deja claro —ni para la audiencia ni para los personajes, que en una escena involuntariamente hilarante intercambian miradas de desconcierto ante semejante revelación—. Además lleva el argumento más allá: Palpatine está de vuelta, aliado con Kylo Ren de manera circunstancial y en busca de “algo” que le permitirá volver a la plenitud de su poder.

Lo insatisfactorio de la forma en que Abrams y Terrio resolvieron las múltiples incógnitas de las anteriores películas no radica únicamente en recursos como el anterior, sino en el hecho que el dúo de guionistas está decidido a que cada pieza de la historia calce en el lugar correcto, no importa el esfuerzo que eso pueda llevarle o el aire de incoherencia que eso pueda acarrear a la película.

Una y otra vez, las trampas, las situaciones absurdas, pero sobre todo la pesada carga de una nostalgia que ya luce artificial son un ingrediente incómodo sobre Star Wars: El Ascenso de Skywalker. Los escasos ocho minutos de aparición de Leia son más un tributo incompleto y caótico que otra cosa y se agradece mucho más, el atisbo de su entrenamiento como Jedi — que se cuenta, como no, de forma atropellada y como de paso — que las escenas notoriamente manipuladas en las que se trata de insistir en un vínculo inexplicable, blando y como no conveniente para el guion entre el símbolico personaje y Rey, quien finalmente resulta ser parte de un largo linaje poderoso cuya historia es, también, otro de los grandes problemas de la película.

Soy tu padre… de nuevo

Rian Johnson analizó la Fuerza —ese elemento fundamental en la saga— desde una óptica renovada que incluyó la posibilidad que cualquiera pudiera poseer sensibilidad y control sobre el misterioso poder.

En otras palabras, no era en absoluto necesario descender de grandes familias de princesas o emperadores para que ese vínculo poderoso con el Universo pudiera manifestarse. La escena final de Star Wars: Episodio VIII — El último Jedi muestra a un niño anónimo que extiende la mano para usar a la Fuerza de una forma pequeña, simbólica y que abrió la posibilidad de un debate de considerable importancia para entender la mitología Star Wars.

J.J. Abrams cierra casi con brusquedad la posibilidad con otro aparatoso Deus ex Machina que, sin duda, echa por los suelos los esfuerzos de Johnson por renovar la forma en que se interpreta la Saga y la manera en que sus elementos constitutivos funcionan al momento de narrar la historia. Rey, de ser una huérfana hija de “nadie” —como Kylo Ren dejó claro en uno de los momentos cumbres de Star Wars: Episodio VIII — El Último Jedi— se convierte en nada más y nada menos que la nieta de Palpatine. En una vuelta de tuerca casi tan desconcertante como la paternidad de Vader —pero sin su efectividad, fuerza dramática y trascendencia— la huérfana de Jakku termina siendo la promesa encarnada del renacimiento del Emperador y centro focal de un ritual desconocido que le permitirá “recuperar sus capacidades por completo”. La revelación además ocurre sin el menor indicio y en menos de una serie de flashbacks desordenados, en los que podemos ver finalmente a los padres de Rey y comprender —o intentar hacerlo— las implicaciones de su abandono en el planeta en el cual pasó la mayor parte de su vida.

Pero para Abrams no parece importante justificar semejante parentesco: mucho menos, el hecho que la paternidad de Palpatine es una línea cronológica que interrumpe o al menos, debería interconectar con la historia de Anakin Skywalker. En Star Wars: Episodio II — El Ataque de los Clones y Star Wars: Episodio III — La Venganza de los Sith, el por entonces senador Palpatine es un hombre normal que, además, no pertenece a orden alguna que le obligara a ocultar su familia y procedencia. Poco después de la batalla con el Maestro Windu (Samuel L- Jackson) queda desfigurado y convertido en poco menos que un monstruo sostenido apenas por la Fuerza. ¿Cuándo se convirtió en padre Palpatine? De serlo antes de conocer a Anakin Skywalker, ¿qué edad tendría su hijo? ¿La misma que el joven aprendiz de Jedi? Entonces, ¿cuál es la edad real de Rey? ¿O se trata de otro recurso para ocultar algo más extraño? ¿Es el Palpatine de El Ascenso de Skywalker un sentinel? ¿Un clon?

El guion de Abrams no dedica un sólo momento a cuestiones semejantes, sino parece más interesado en mostrar en apresurada travesía, los orígenes de Poe, su vida amorosa, en minizar a Rose Tico, a convertir a Finn en una especie de personaje torpe sin otro propósito que cuidar de Rey y sobre todo, de utilizar todos los recursos posibles para recordar que el supuesto cierre de la trilogía es, también, un homenaje a un universo mucho más amplio y complicado. No obstante, se trata de un homenaje defectuoso, carente de calidad o de verdadero sentido de la cualidad de la saga para sostenerse.

Lo más preocupante es lo que el film hace a sus personajes. De nuevo, el Deus ex Machina es la solución a todos los entuertos o posibles baches argumentales. Lo que deja a Kylo Ren al borde de una redención basada en el ¿amor? y también, en medio de una batalla inaudita cuya evolución comienza con los recién adquiridos poderes de Rey, que ahora puede curar “dando parte de la Fuerza que corre por ella”. Después de asesinar a su padre, de perseguir el poder con obsesiva decisión, de hacerse con el dominio de la Primera Orden, Kylo Ren termina renaciendo en una escena en la que Abrams se rinde homenaje a sí mismo.

De nuevo, Han Solo aparece para redimir a su hijo y esta vez, lo logra. Solo que resulta incomprensible el motivo, la noción de un hecho de semejante trascendencia y sobre todo, la razón por la cual Kylo toma una decisión semejante después de asegurarse que el poder es la única de sus motivaciones. Adam Driver hace un esfuerzo considerable en brindar cierta consistencia a la evolución del personaje, pero al final, Ben Solo es sólo otra solución rápida a otro vacío argumental sin mayor profundidad o importancia.

Sin duda, el film está más interesado en la espectacularidad que en lo efectivo. Como permitirle al renacido Emperador largos monólogos para hablar —otra vez— de la Fuerza y sus implicaciones, frente a una descomunal audiencia de Sith encapuchados que al parecer no tienen otro objetivo que ¿escucharle? ¿permanecer a la espera de órdenes? Una y otra vez, la película se esmera por dejar claro que es una hija emocional del mundo creado por Lucas, pero lo hace con tan poca efectividad y profundidad que el resultado es en realidad el contrario al que podría esperar.

El cierre de la saga Skywalker emociona por el mismo motivo que decepciona: es un adiós a una larga travesía, una historia que los fanáticos del mundo sostienen con devoción única. No obstante, el guion de Abrams celebra ese vínculo al mismo tiempo, que lo explota hasta sus últimas consecuencias. Cuando los soles gemelos de Tatooine se muestran por última vez —quizás en años— hay una sensación de indudable alivio. Nunca estará muy claro si porque finalmente la saga tendrá un final —apropiado o no— o porque el viaje a través de la galaxia ha sido arduo, insatisfactorio y al final, innecesario.

Una disyuntiva difícil de responder y que quizás por ahora, permanecerá sin respuesta.

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