Quien en 2009 hubiese invertido 10 dólares en bitcoins hoy tendría una cantidad de dinero que superaría los 2 millones de dólares. Seguramente el argumento se vea en próximas películas de viajes en el tiempo, pero lo cierto que en estos diez años el Bitcoin y las infinitas criptodivisas surgidas bajo su paraguas han supuesto una revolución y sobre todo un reto constante para el mundo financiero y tecnológico que aún lucha por encontrar su verdadero valor, quizá no monetario, pero sí práctico y sobre todo asentado a nivel legal.
Hace ahora algo más de 10 años, el 3 de enero de 2009, Satoshi Nakamoto, el creador o creadores todavía anónimo de la criptomoneda primera y más importante de todos los tiempos liberaba una idea que hoy en día sigue sonando visionaria. Una moneda digital basada en el peer-to-peer, el código abierto y sobre todo en blockchain, la tecnología y el core sobre el que se cimenta todo su valor. Un mecanismo que se describe como un libro de contabilidad electrónico grabado en piedra y que tiene el objetivo principal y la capacidad de ofrecer un modo de pago electrónico descentralizado, seguro y desligado de cualquier organismo de control que no fuera su propia tecnología.
Para entender el nacimiento del Bitcoin hay que retroceder también a las circunstancias de ese tiempo. La crisis de 2008 y la caída de buena parte del sistema bancario establecido había llevado a toda la humanidad a la mayor crisis financiera desde el crack de 1929. Allí, en medio de la desconfianza en el papel moneda, y mucho más en los sistemas hipotecarios y crediticios, nació esta alternativa.
Hoy junto al Bitcoin existen más de 1.300 criptodivisas según los índices de CoinMarketCap, muchas de ellas enfocadas en sistemas de pago concretos, con filosofías y variaciones del blockchain original más o menos rígidas o más rápidas y, la inmensa mayoría, convertidas desde hace tres años en un mecanismo de especulación absolutamente voluble que seguramente se haya alejado bastante de la idea original que tuvo su creador o creadores.
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Aunque la idea inicial del Bitcoin, la moneda que trajo consigo por primera vez tanto los conceptos de criptodivisas como de blockchain, tenía mucho de revolución, desde su comienzo ha tenido una carrera llena de baches. La primera transacción se realizó solo unos días después de que Nakamoto liberara su funcionamiento y su código. Fue un envío por parte de Nakamoto a Hal Finney, un criptógrafo que había creado un protocolo similar antes de que existiera Bitcoin.
Pero esa aura de iniciados y casi de misticismo que ha rodeado al Bitcoin durante la mayor parte de su historia también contagió incluso esta primera transacción, de la cual ya no quedan voces que nos digan a ciencia cierta cómo se produjo. En primer lugar porque el emisor sigue encuadrado en su anonimato, y en segundo porque Finney, el receptor, falleció a causa del ELA a los 58 años.
Finney vivía en el área de Los Ángeles, no muy lejos de Dorian Nakamoto, el hombre que Newsweek apuntó en 2014 que podría ser el inventor de Bitcoin, aunque esta teoría ha sido ampliamente desmentida.
En esa época, los primeros Bitcoins valían solo 0,03 dólares. Hoy, tras su gran auge en 2017 y su posterior caída y estabilización, cerrará 2019 con un valor que supera ligeramente los 7.000.
A principios de la década de 2010, solo un grupo de entusiastas de las criptomonedas y los llamados cyberpunks entendían realmente el potencial de Bitcoin. Fue en esa época donde se produjo la famosa transacción de 10.000 bitcoins a cambio de pizza, protagonizada por dos foreros de la comunidad inicial. Y también fue en esos primeros años cuando el Bitcoin se erigió como un mecanismo de pago para negocios bastante turbios.
La caída de Silk Road, la famosa web que en 2013 fue clausurada por el Gobierno norteamericano y en la que se podían comprar drogas y decenas de mercancías ilegales, basaba la mayoría de sus pagos a través de la criptomoneda.
Aunque escándalos como este frenaron durante un tiempo su aumento de precio, el Bitcoin siguió aumentando en capitalización y peso. Era la época en la que quien disponía de un buen ordenador y estaba enterado, minaba la divisa por su cuenta, cuya emisión máxima de 21 millones aseguraba un control futuro a la especulación que en ese momento andaba descabalgada. A finales de 2017, la capitalización del mercado del Bitcoin ya superaba los 300.000 millones de dólares, más que el PIB total de más de 140 países.
La llegada de más monedas y el pinchazo de la burbuja
Pero Bitcoin no estuvo solo mucho tiempo. Pronto surgieron criptomonedas alternativas. Ethereum, basada en un uso del blockchain más eficiente capaz de generar contratos inteligentes, surgió en 2015. Litecoin, centrada en micropagos o XRP/Ripple, vista por muchos como una respuesta de la banca cuyo objetivo se focaliza en las transacciones internacionales, fueron llenando una bolsa de criptomonedas que produjo el auge de los exchange e hizo aún más líquida la realidad de este nuevo sistema de pagos.
Desde entonces su número se ha ampliado hasta superar las 1.300 opciones distintas que van subiendo su valor o cayendo en picado muchas veces bajo la única premisa de la confianza. La última mas pujante, Tether, supuestamente ligada al dólar para mantener su estabilidad, también ha sido objeto de polémica últimamente.
Porque si algo ha estado ligado a las criptodivisas desde sus inicios además de sus expectativas ha sido su tremenda volatilidad. Voces como Warren Buffett o Jamie Dimon, CEO de JPMorgan, han catalogado al Bitcoin y sus homólogas como una burbuja “similar a la de los tulipanes”, la crisis especulativa que azotó a Holanda en el siglo XVII, cuando los bulbos de estas flores subieron de precio de una forma tan inaudita que aún sigue generando estudios histórico-económicos.
Y efectivamente, la burbuja pinchó. De septiembre a diciembre de 2017 el Bitcoin pasó de una cotización de 4.000 dólares a superar los 20.000. Un auge promovido en gran medida por la inversión de minoristas que, sin haber oído nada de ellas nada más que en los últimos meses, vieron la oportunidad de ganar mucho dinero en poco tiempo. Las criptomonedas se habían convertido ya por encima de todo en un mecanismo de especulación.
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La caída en picado posterior redujo su valor hasta por debajo de los 6.000, en gran medida ahora auspiciada por los intentos de regulación y control por parte de los organismos internacionales, pero también por las propias debilidades de su sistema. Desde que en 2014 el exchange Mt. Gox quebrara, las estafas y pérdidas de criptodivisas se han dado con más o menos frecuencia, incluidos los engaños en nuevas ICOs, el mecanismo de lanzamiento de futuras criptodivisas. Para hacerse una idea, se estima que solo en 2019 se han estafado más de 4.000 millones ligados a monedas electrónicas.
El futuro pasa por su aplicación y ordenación
Metidos ya casi en 2020, cuesta ver un futuro a medio plazo para las criptomonedas que no sea doloroso. Algunos analistas especulan con que sí o sí el gran número de variantes que existen deberá reducirse, llevando a centenares de ellas a un valor de 0. Otros creen que Bitcoin perderá en esta década su papel predominante, fruto de sus continuas forks o divisiones en búsqueda de sistemas más ágiles. Y luego está la apuesta de grandes empresas por hacer suya la noción de criptomoneda.
Facebook, con su proyecto Libra, ha sido hasta ahora el que ha lanzado una idea más potente, aunque tras anunciar su voluntad hace unos meses -una divisa que serviría para realizar micro pagos en todas sus plataformas- han sido varios los socios que se han caído por el camino, sin dar visos de que pueda llegar a concretarse de verdad.
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A este respecto, Christel Quek, cofundador de la compañía de criptomonedas Bolt, contaba hace unos días a The Independent que “se puede decir que las criptomonedas han sido la innovación más radical de tecnología financiera de la década. Pero si bien la década de 2010 ha sido una fase exploratoria, introduciendo los conceptos de criptomonedas y blockchain en el mundo, la década de 2020 será la década de la innovación y la aplicación”. Veremos.