Entre 1347 y 1353, un asesino invisible acabó con la vida de más de un tercio de la población europea. Solo en el viejo continente murieron 25 millones de personas, a las que se unieron los más de 40 millones de fallecidos en Asia y África. Algo estaba haciendo a todas aquellas personas sumirse en una ola de fiebre, dolores terribles, vómitos y toses sanguinolentas, ¿pero qué era? Hoy en día sabemos que se trataba de la peste, una enfermedad causada por la bacteria Yersinia pestis, que se transmitía especialmente a través de las picaduras de las pulgas portadas por roedores. Los galenos de la época no tenían conocimientos de microbiología, pero intuían que se trataba de algún tipo de enfermedad. Sin embargo, no faltaron las interpretaciones esotéricas, que culpaban al demonio de los síntomas sufridos por los enfermos.

Durante siglos, las posesiones demoníacas, así como la brujería o el mal de ojo, sirvieron como "explicación" a esta y otras muchas enfermedades, cuyo origen no estaba claro. Esto, sin duda, fue una lacra enorme para los afectados, que no solo tenían que sufrir los síntomas de una patología horrible, sino que tenían que lidiar con las habladurías y los temores de quienes les rodeaban. No obstante, también tuvo su parte positiva, pues ayudó a prevenir contagios y frenar epidemias. Al fin y al cabo, ¿quién querría acercarse a alguien poseído por el mismísimo Belcebú? Esta es la conclusión de un estudio, publicado el pasado 30 de octubre, justo en la víspera de Halloween. En él, un equipo internacional de científicos analiza cómo este tipo de creencias ayudó a evitar la expansión de enfermedades graves, gracias a algo conocido como sistema inmunitario conductual.

Las defensas de la superstición

Nuestro sistema inmunitario está formado por un conjunto de células, tejidos y órganos especializados en reconocer la presencia de agentes extraños, que pudieran perjudicar de un modo u otro al organismo, y eliminarlos antes de que causen daños graves. Gracias a él, podemos combatir multitud de bacterias, virus y otros agentes infecciosos. Sin embargo, a veces necesita ayuditas externas, como medicamentos o vacunas, que estimulen su puesta en marcha antes de que sea demasiado tarde.

Aunque también es importante que nosotros pongamos de nuestra parte. Por supuesto, tenemos que tomar los fármacos que nos prescriban y no automedicarnos; pero, incluso antes de eso, debemos evitar en la medida de lo posible el contagio, a través de ciertas medidas, como lavar las manos o toser y estornudar en el antebrazo. Todo esto hace referencia a una evitación generalizada. Ahora bien, ¿qué pasa si percibimos que alguien cercano a nosotros está enfermo? Aquí entra en juego lo que el psicólogo estadounidense Mark Schaller acuñó a principios de este siglo como sistema inmunitario conductual. Este se basa en un conjunto de mecanismos psicológicos, que permiten a los organismos individuales detectar la posible presencia de agentes causantes de enfermedades y poner en marcha comportamientos que impidan el contacto con ellos. Esto, como el propio Schaller reconoce, puede provocar discriminaciones tales como la xenofobia o el etnocentrismo. Esas serían sus principales consecuencias en la sociedad actual, pero en el pasado podría haber tenido una doble cara, mitad positiva, mitad negativa, como bien explica este estudio, publicado en Proceedings of the Royal Society B-Biological Sciences.

Infecciones demoniacas

El artículo recién publicado consta de tres estudios. En los dos primeros, realizados a partir de archivos históricos, se analiza la correlación entre la creencia en términos como la brujería, el mal de ojo o las posesiones demoníacas y la prevalencia de enfermedades como la malaria, el tifus o el dengue. Comprobaron que había una relación muy fuerte entre ambos fenómenos, por lo que los bajos conocimientos científicos de la población, la habrían llevado a considerar que los síntomas de los enfermos eran de origen sobrenatural, evitando el contacto con ellos. Puede que llevara a más de una muerte por exorcismo, o a quemas injustas en la hoguera, pero también evitó que las epidemias fueran aún mayores, al persuadir a las personas alrededor de los afectados para que no entraran en contacto con ellos.

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El último estudio, en cambio, se centra en la actualidad, con el objetivo de determinar la relación entre el vitalismo moral y los comportamientos de salud de individuos de diferentes países de todo el mundo. Se realizó a partir de una encuesta, en la que participaron 3100 personas, de 28 naciones diferentes, y los resultados fueron también muy esclarecedores. Concretamente, se concluía que hay una asociación bastante sólida entre la persistencia de creencias sobrenaturales en el bien y el mal y el desarrollo de comportamientos sociales que eviten contagios.

En definitiva, según explican los propios autores del estudio, se puede decir que “las creencias vitalistas morales pueden representar un mecanismo psicológico que confiere una ventaja adaptativa dentro de los entornos caracterizados por una alta carga de patógenos".

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Quizás las creencias sobrenaturales en el pasado ayudaron a evitar epidemias, pero también trajeron muchos problemas. Hoy, los avances de la ciencia hacen innecesaria esta cara afable de la superstición. En cambio, la persistencia de pseudociencias y movimientos basados en el miedo, como los antivacunas, no hacen más que poner en peligro a la población. En la Edad Media esto podría tener una razón de ser. Ahora es un grave sinsentido.

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