Pocas cosas hay que enfaden más a un ser humano que escuchar cómo otras personas le acusan de mentir cuando en realidad está diciendo la verdad. No importa si somos más o menos tranquilos o si tendemos a molestarnos con facilidad. A nadie le gusta que le tachen de mentiroso. Por eso es comprensible el malestar de un hombre de 46 años, que en 2011 fue detenido por conducir ebrio, con una tasa de alcoholemia de 200 mg/dl, equivalente al consumo aproximado de diez bebidas alcohólicas. A pesar de la evidencia, el conductor no dejó de asegurar en ningún momento que no había tomado ni una gota de alcohol. Nadie le creyó, ni los médicos, ni los policías, ni su propia familia.
Sin embargo, después de que se produjeran varios episodios más, uno de ellos con una caída que le provocó un sangrado intracraneal, otro equipo de médicos logró identificar cuál era su problema. Efectivamente, tenía grandes cantidades de alcohol en sangre, pero no era el resultado del consumo de ninguna bebida, sino de la acción de unas levaduras intrusas, que se habían apoderado de su intestino después de que completara un ciclo de antibióticos dedicado a tratar una infección en un dedo.
Síndrome de autocervecería
El protagonista de esta historia, descrita recientemente en un informe de BMJ Open Gastroenterology, había sido tratado recientemente con antibióticos por una infección ocasionada en una lesión en su dedo pulgar.
Como debe ser, finalizó el ciclo completo, para evitar resistencias, y su herida se curó con normalidad. No obstante, poco después comenzó a manifestar una serie de síntomas que nadie achacó a los antibióticos. Se encontraba cansado, depresivo, con comportamientos agresivos y pérdidas de memoria. Al acudir al psiquiatra le recetó un tratamiento a base de antidepresivos, pero no parecía mejorar.
Su mayor problema llegó cuando fue detenido por conducir con síntomas de borrachera y negarse a realizar el control de alcoholemia a pie de carretera, por asegurar que no había bebido. Los resultados derivados de la analítica que se le realizó posteriormente en el hospital no ayudaban a su coartada, pero el hombre no dejó de insistir en que no era más que un bebedor social ocasional y que no había tomado nada antes de la conducción.
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Después de que le dieran el alta decidió buscar tratamiento en una clínica de Ohio, donde la mayoría de resultados de sus analíticas fueron normales, salvo por una concentración elevada en sus heces de Saccharomyces cerevisiae, más conocida como levadura de la cerveza.
Comenzó un tratamiento para eliminar este microbio, poco común en la microbiota intestinal, pero mientras tanto las “falsas borracheras” se seguían sucediendo. La última de ellas fue la que ocasionó la caída. Al acudir a urgencias, comprobaron que esta vez la tasa de alcoholemia era de 400 mg/dl. De nuevo comenzaron las acusaciones sobre su consumo de alcohol, pero él seguía negándolas.
Finalmente, decidió cambiar de médicos y buscar ayuda en un grupo de especialistas de la Universidad de Richmond. Fue allí donde se le diagnosticó el síndrome de autocervecería, que se da cuando la presencia anómala de ciertos microbios en el intestino favorece la fermentación de los azúcares de la dieta, del mismo modo que las levaduras fermentan el azúcar de la uva para dar vino o el de la cebada para dar cerveza. Es común en personas con infecciones por levaduras, aunque también se han dado casos bacterianos en pacientes con hígado graso no alcohólico.
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El hombre fue sometido a un tratamiento basado en fármacos contra la levadura causante de su problema y a una modificación de su dieta, que restringía los carbohidratos, para evitar que los microbios tuvieran materia prima que fermentar. Los brotes desaparecieron, salvo por uno aislado, que se dio después de que el paciente tomara pizza y refrescos sin informar a los médicos.
Según el estudio, publicado por los doctores que lo atendieron, un año y medio más tarde permanecía asintomático y podía llevar una vida y una dieta normales, aunque tenía que someterse a exámenes periódicos para comprobar la ausencia de alcohol en el aire exhalado.
En cuanto a la razón que condujo a esos curiosos síntomas, tras examinar el historial del paciente los especialistas concluyeron que posiblemente se había debido a un efecto adverso de los antibióticos. Es bien conocido que estos fármacos pueden desencadenar las infecciones provocadas por hongos, ya que se produce un desequilibrio en la microbiota, al eliminar a las bacterias que normalmente los mantienen a raya. Por ejemplo, en mujeres es común que se generen este tipo de infecciones a nivel vaginal. Sin embargo, los casos como los de este hombre son especialmente poco frecuentes. Al menos fue posible dar con el problema y frenarlo a tiempo. La moraleja en todo esto es que, a veces, aunque todas las señales apunten a lo contrario, cuando una persona insiste en su inocencia puede ser que tenga razón. Si no ha dado motivos para negárselo, no está mal empezar con un voto de confianza.