Uno de los mayores enemigos del hígado es sin duda el alcohol. Su consumo es responsable de multitud de enfermedades y síntomas, entre los que destacan gran variedad de trastornos hepáticos.
No tomar este tipo de bebidas reduce muchísimo la probabilidad de sufrir daños en el hígado, aunque no lo hace por completo. De hecho, muchas personas sufren una afección conocida como “enfermedad del hígado graso no alcohólico” (NAFLD por sus siglas en inglés), cuyo propio nombre indica que no requiere del consumo de alcohol para que la grasa se acumule en torno a dicha víscera. ¿Pero y si el alcohol no viniese de fuera, sino de dentro? Esta es la conclusión a la que ha llegado recientemente un equipo de científicos del Instituto de Pediatría de la Capital de China, en un estudio publicado en Cell Metabolism. En él, se apunta a unas inesperadas culpables, que podrían emborracharnos, aunque no hayamos bebido ni una gota: las bacterias de nuestro intestino.
El hombre que se emborrachaba sin beber
El autor principal del estudio, Jing Yuan, y sus compañeros comenzaron analizando el caso de un hombre que padecía NAFLD severo y sufría todos los síntomas de una buena borrachera cada vez que comía alimentos ricos en azúcar, a pesar de no acompañarlos con nada de alcohol.
Lo que le ocurría es algo conocido como síndrome de la autocervecería, que suele darse en personas con infecciones provocadas con levaduras. Básicamente, lo que les ocurre es que estos microorganismos fermentan el azúcar, del mismo modo que lo hacen con el zumo de uva para transformarlo en vino, por ejemplo. Sin embargo, este no parecía ser el caso, ya que no se detectó ningún rastro de levaduras en los cultivos que se le practicaron y tampoco respondió a los fármacos contra ellas que se le administraron.
Finalmente, detectaron que en su caso el alcohol procedía de las bacterias intestinales, concretamente de algunas cepas específicas de Klebsiella pneumoniae. Aunque este microorganismo es conocido por ser el causante de la neumonía, también suele encontrarse en la microbiota intestinal de la mayoría de seres humanos, en los que normalmente no causa ningún síntoma. Siempre producen alcohol como resultado de su metabolismo, pero lo suelen hacer en cantidades mínimas, que no llegan a ocasionar ningún daño. No obstante, estos científicos observaron que en pacientes con NAFLD la cantidad de esta sustancia que se generaba podía ser de cuatro a seis veces mayor, como respuesta a la presencia de microbios “superfermentadores”.
«Esclavizamos» a la flora intestinal para que haga lo que el cuerpo necesita
Para comprobar si realmente eran las bacterias las que estaban ocasionando el daño a este y otros pacientes, procedieron a alimentar con las cepas en cuestión a un grupo de ratones de laboratorio. Pasado un mes, los hígados habían acumulado una cantidad de grasa considerable y en treinta días más el daño hepático había comenzado a producirse. En cambio, si se dejaba de administrar K.pneumoniae, todo volvía a la normalidad.
El siguiente paso de estos científicos será determinar por qué estas bacterias actúan de un modo tan diferente en individuos distintos y, sobre todo, buscar un modo de frenarlas. Hasta entonces, no queda otra que reducir la ingesta de azúcares en los pacientes afectados, dejando así sin materia prima a estas “bacterias cocteleras”.