Un clásico como El Resplandor (1977), de Stanley Kubrick, tiene una alargada sombra en el cine de terror. Especialmente en el momento de profundizar acerca de los símbolos y la alegoría del mal que el argumento de la película lleva a una dimensión profunda, retorcida y por momentos incómoda.

Además, a esa importancia imposible de ignorar hay que agregar el peso del libro en el que está basada, uno de los mejores del genio del terror Stephen King y que, sin duda, es el pilar fundamental de la forma en que se comprende lo terrorífico en una época cínica. A pesar de las diferencias entre director y autor —ya es célebre la discreta disputa entre ambos por la connotación sobre el mal que Kubrick brindó a la historia de King— es evidente que ambas percepciones sobre la misma historia guardan suficientes similitudes sobre la naturaleza de lo sobrenatural y la oscuridad interior como para crear paralelismos inevitables.

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Es justamente sobre esa línea invisible que une ambos discursos en la que Mike Flanagan (Hush, The Haunting of Hill House) hace mayor hincapié. Lo hace además con una indudable elegancia y un consistente lenguaje visual que logra la curiosa proeza de ser una secuela a toda regla de la película de Kubrick, a la vez que rinde un sentido homenaje al libro Doctor Sueño de 2013, que aunque forma parte del mismo universo del célebre libro El Resplandor es una historia independiente que recibió algunas críticas por la forma en que se aleja de la original.

Pero Flanagan equilibra tanto la visión de Kubrick (esa mirada inquietante al mal interior) con el recorrido sobre la bondad y la redención que King imaginó para su torturado Jack Torrance. En medio de ambas cosas, el director añade además la nostalgia para sostener al protagonista absoluto de esta nueva visita al hotel Overlok: Danny Torrance.

Interpretado por un emocional y contenido Ewan McGregor, el hijo del desgraciado vigilante del hotel más siniestro del cine es una figura espectral, anónima y cansada que vive a la sombra de sus recuerdos y de una infancia destrozada por un suceso sobrenatural que le agobia con una siniestra sutileza. Danny, que de niño sufrió los rigores de un padre alcohólico, ha tenido una vida lo suficientemente difícil como para convertirse al igual que su padre en un bebedor de comportamiento violento.

El director utiliza tomas en la que la luz aparece y desaparece para mostrar todos los matices de este Danny, marcado por heridas, pesadillas y horrores que le persiguen allí a donde va y quizás, ese ese comedido primer tramo, lo que hace de la película una adaptación que roza lo brillante. El director logra que Danny sea un personaje independiente a la enorme figura de su padre cinematográfico —interpretado por el extraordinario Jack Nicholson— pero también que la conexión entre ambos sea obvia. Hay un puñado de escenas homenaje y pequeños guiños que recuerdan al espectador, en toda oportunidad posible, que Danny es el hijo de Jack en más de una forma. Pero a la vez, que es un hombre que fue de niño, fue capaz de vencer un tipo de oscuridad inexplicable que aún ahora le persigue.

Flanagan, que tiene experiencia con personajes ambiguos y atormentados, consigue que Ewan McGregor sea un superviviente, una línea que une al pasado y al futuro con tanta delicadeza que incluso los fans acérrimos agradecerán la forma en la que el director respeta al gran clásico del cine de terror. Al mismo tiempo, hay mucho de King en este personaje cabizbajo y aturdido que viaja a New Hampshire en un intento de encauzar su vida. Danny es una víctima, pero también podría ser un verdugo. Flanagan se encarga de que el espectador no lo olvide y lo analiza desde una perspectiva amable pero cautelosa.

En paralelo, la película cuenta dos historias: la de Abra, (Kyliegh Curran), una niña con un don psíquico tan poderoso como el que tuvo Danny durante en su infancia. Abra también tiene la capacidad “brillar” y lo hace incluso con más fuerza que el pequeño Torrance, que logró vencer a las fuerzas que habitaban el viejo Hotel Overlock. Y en la última arista de este complicado mapa se encuentra Rose the Hat (Rebecca Ferguson), una criatura inexplicable con un apetito insaciable por justamente esa capacidad inexplicable que tanto Danny como Abra comparten. De modo que la película es mucho más que un qué pasó después, que gira alrededor de Danny o una versión bien intencionada de su inesperada amistad con una niña que puede recordarle a sí mismo.

Su director toma todos los hilos anteriores y los conecta entre sí en un cuidadoso equilibrio que le permite narrar dimensiones insospechadas de una misma versión del miedo, lo sobrenatural y lo que nos une al pasado. También es un recorrido por los símbolos más conocidos del cine de terror que Kubrick creó desde la imaginación y un potente apartado visual.

Es entonces cuando Flanagan hace lo que mejor sabe hacer: la tensión entre los trozos de información que se entremezclan entre sí aumenta de manera paulatina, a medida que los personajes se hacen más ricos en matices, dimensiones y en el caso de la criatura encarnada por Ferguson, más peligrosos. Flanagan cuida hasta el último detalle para que el escenario en cada uno de los hilos se sostengan por sí solos, pero se alimente del resto: mientras Danny es un héroe reacio, cansado y afligido, Abra es su contraparte más joven, llena de energía y curiosidad. Y por último Rose —quizás uno de los monstruos más interesantes de la factoría King de los últimos tiempos— toma cuerpo a medida que el dilema que le rodea —y envuelve también al grupo que le acompaña— se hace más complejo. En conjunto, la película funciona como un cuidado mecanismo de relojería en que la presencia de Kubrick es notoria, pero también, la capacidad de King para sostener una historia desde la empatía —o repulsión— que provocan sus personajes.

Claro está, Flanagan es consciente del legado que lleva entre manos y no disimula su intención de rendir homenaje: el Overlock se levanta de nuevo como el epicentro de todo tipo de horrores y, de pronto, es también una metáfora sobre el mal tal y como lo imagino Kubrick, pero también de la forma en que King lo concibió para su libro. Entre una y otra cosa, el argumento logra unir todas las piezas de la información para elaborar algo más profundo, doloroso y siniestro, pero también, perfectamente orquestado. La película alcanza un tercer acto en la que su estructura de sus personajes colisionan para crear un enfrentamiento climático de cuidadas proporciones y brindar a la película un cierre brillante, inteligente y sobre todo, emocional.

¿Provoca miedo Doctor Sueño? Quizás los acostumbrados sobresaltos inevitables es lo único que se echa de menos en una película sobria y casi severa. Franagan juega mucho más con la melancolía y la nostalgia, que con el terror y aunque hay grandes momentos inquietantes, el film no llega a producir verdadero temor en ningún momento. ¿Eso es bueno o malo? En realidad, podría ser un poco decepcionante si la única intención del espectador es llevarse un buen susto, pero en realidad Doctor Sueño es mucho más que su capacidad para asustar. Y tanto los fans de Kubrick como de King agradecerán que sea así.

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