El infierno se ha desatado en Gran Canaria este verano, en forma de dos incendios que han arrasado todo lo que han encontrado a su paso, dejando tras de sí una estela de desolación que será difícil de olvidar entre quienes habitan en la isla.
El primero, desatado el pasado 10 de agosto en el municipio de Artenara, se llevó con él 1.000 hectáreas de bosque y apenas dejó respiro a los isleños, que solo tuvieron unos días para reponerse antes de que el fuego azotara de nuevo con un último incendio, que no ha tardado en convertirse en el más grave de este 2019. Hasta 12.000 hectáreas de terreno han sido pasto de las llamas, que poco a poco han ido tragándose parte de lo que hasta hace un mes era un trocito de paraíso en la Tierra. Una vez controlado, queda saber el saldo de vegetación y fauna que se ha perdido, aunque los primeros cálculos son ya desoladores. Entre los principales afectados de la flora insular se encuentra el pino canario, una conífera endémica del archipiélago que, curiosamente, cuenta con una cualidad que, al menos, levanta un pequeño rayo de luz en el oscuro futuro que se aventura después de lo ocurrido: su resistencia al fuego.
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El pino que resurgió de sus cenizas
El carácter volcánico de esta y otras islas del archipiélago canario ha llevado a que este pino desarrolle la capacidad de resistir al fuego.
Esto se consigue mediante varias vías. Por un lado, su tronco está cubierto de una corteza muy gruesa, que lo aísla del calor, evitando los primeros daños. Por otro, en caso de que ya sea demasiado tarde, cuentan con una gran capacidad de regeneración, que le permite rebrotar después de ser quemado.
Además, algunas piñas ya maduras pueden retrasar su apertura hasta que el fuego las hace estallar, liberando semillas que pueden ser empujadas por el viento hacia zonas seguras.
Todo este plan de regeneración solo se da en árboles adultos, como explicó a Agencia Sinc el investigador de la Universidad de la Laguna José Ramón Arévalo. Los jóvenes morirían, pero los más antiguos aportan una oportunidad única de supervivencia al bosque.
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Esta adaptación es el fruto de millones de años de evolución, que han llevado a la aparición de un árbol muy resistente, aunque no infalible. Por eso, el proceso de recuperación será lento; tanto que, según los expertos, el Parque Natural de Tamadaba tardará unos veinte años en recuperarse totalmente. Eso sí, al menos se espera que los primeros brotes aparezcan mucho antes.
Otras plantas resistentes al fuego
La capacidad de las plantas para resistir al fuego, e incluso beneficiarse de él en algunos casos, se conoce como pirofilia.
Aunque no es algo común, se da en un gran número de especies, a niveles muy diferentes. Las hay que pueden resistir sin cambios a la presencia de fuegos no catastróficos, que avancen despacio y con temperaturas no demasiado elevadas. El ejemplo más común de este tipo de vegetales pirófilos es el de las palmeras.
En otras plantas, la copa del árbol no consigue sobrevivir a las llamas, pero tienen la capacidad de rebrotar desde su base. Es el caso del eucalipto, que además coincide con el pino canario en que sus semillas están cubiertas por una resina que se deshace con el fuego, ayudando a su expulsión y transporte en zonas alejadas. Además, algunos eucaliptos alcanzan alturas tan elevadas que sus copas, en las que se encuentran buena parte de las células necesarias para sobrevivir, se libran de ser devoradas por las llamas.
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Finalmente, algunas no pueden resistir a los incendios, por poco catastróficos que sean, pero sí lo hacen sus semillas. Ocurre por ejemplo en las jaras o el romero.
Todos ellos obtienen beneficio del fuego, en cierto modo, pues esta resistencia les permite posicionarse por encima de sus competidoras.
En el caso del pino canario, tiene parte de lo mejor de cada una. Gracias a ello, algún día la desoladora imagen que reina Gran Canaria ahora mismo se convertirá de nuevo en el vergel que era hace tan solo unas semanas. Ocurrirá despacio; pero, por suerte, la vida se abrirá paso y, parte de lo que se fue, logrará resurgir de sus cenizas.