Apple vende teléfonos, equipos y servicios premium, es un hecho constatado. Uno de los epicentros de la compañía es, sin duda, la experiencia de usuario. Enriquecer y embellecer cada uno de los esquemas que rigen su ecosistema dando herramientas a los diferentes tipos de consumidores, pero unificando todos los apartados en un base universal.

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Dentro de esa universalidad hay dos aspectos que han caracterizado a Apple por encima de otros actores que operan en su mismo mercado: la accesibilidad y la privacidad. La primera ofrece herramientas aquellos que, por sus circunstancias personales, no puede usar las herramientas del mismo modo que el resto. El segundo, salvaguarda un derecho que, desde la eclosión del internet social parecía que había quedado en segundo plano.

No se pueden entender a Apple sin su apuesta por la accesibilidad, pero de un tiempo a esta parte también por la privacidad. Si bien iOS 13, iPadOS, watchOS y todas las novedades que presentó ayer la compañía parten del concepto de mejorar lo que ya había, también quedó patente que el centro común todos los sistemas, servicios y equipos que conforman el ecosistema de Apple, tiene que ver con la privacidad. Es la característica común a todas las novedades, a todos los rincones de sus productos.

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Apostar por privacidad no es una tarea fácil en los tiempos que corren. En la carrera de la red global y social supone correr con los pies atados mientras tus competidores lo hacen en un bicicleta eléctrica. Competir en la era digital con herramientas analógicas; porque a día de hoy los datos son el combustible que alimenta las mejoras en los servicios y en las aplicaciones. Sin esos datos, Amazon no puede mejorar su asistente de voz a los niveles que lo lleva haciendo este tiempo, los malos no pueden manipular elecciones en Facebook ni Google puede ofrecerte sus servicios a coste cero. Para muestra, un botón.

La privacidad se ha convertido en un lujo; en una encrucijada que está dividiendo a los consumidores en dos tipos diferenciados, en una suerte de clases sociales digitales. Por un lado los que pueden pagar por su privacidad, y por otro los que pagan con su privacidad. Dos bandos diferenciados que determinan, de una forma u otra, qué bienes y servicios te podrás permitir en el futuro. El reflejo digital de la construcción de las sociedades desiguales.

Podríamos decir que llama alarmantemente la atención el hecho que, de los grandes fabricantes que han sacado smartphones al mercado este año, ninguno haya puesto sobre la mesa la importancia que tiene la privacidad del usuario, pero sería mentira. Sin esos datos, la inteligencia artificial que convierte fotos mediocres en obras de arte no sería posible, como tampoco ese juego de cartas que, a cambio de tu agenda, tus ubicación y el acceso a tu micrófono, es gratis.

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Todo ello hace que el balance entre privacidad e innovación nos haya puesto en esa encrucijada que parece que no tener una solución diferente a la polarización. Apple vende servicios premium, y su privacidad también lo es. Quizás es el servicio más premium de todos los que los de Cupertino ofrecen a sus consumidores. No todos pueden permitirse un iPhone, pero quizás la apuesta de Apple inspire a otros a poner en valor la importancia de los datos de los usuarios.

Cambiar la mentalidad del consumidor, para que pondere su derecho de identidad en internet por encima del coste de un servicio, va a ser una tarea complicada para todos aquellos que no basen su modelo de negocio en la alternativa gratuita y recolectora. Y aquellos que juegan a la doble banda de imponer un coste a la vez que se aprovechan de los datos tampoco ayudan. Ni la vanidad propia que nos impulsa a compartir de forma desmedida sin pensar en las consecuencias.

Lo cierto es que no hay mucho que podamos hacer para recuperar nuestro derecho que pagar por él. De una forma u otra, pero pagar, hay que pagar. Lo que llama poderosamente la atención es que de las grandes compañías tecnológicas, Apple sea la única que ponga en un estatus especial la privacidad de los usuarios, independientemente de la intención que mueva a la compañía a ello.

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