Alex Hill era el CEO de una prometedora empresa inmobiliaria de Estados Unidos. Tenía todo lo que muchas personas sueñan con poseer: un apartamento de lujo en Manhattan, un BMW X5 reluciente en el garaje, trajes caros, noches de farra en Las Vegas… Si fuese cierto que el dinero da la felicidad, Alex sería de los hombres más felices del mundo. Sin embargo, sentía que le faltaba algo para conseguirlo. Por eso, después de pensarlo mucho, decidió dar un giro de 180 grados a su vida. Vendió todas sus pertenencias, invirtió parte del dinero en comprar un buen cargamento de amatistas y se fue a Brasil, dispuesto a realizar uno de esos famosos retiros espirituales, protegido por la energía de sus recién estrenados cristales. Allí conoció a la que ahora es su esposa y aprendió a disfrutar de las pequeñas cosas de la vida, sin excesos. Desde entonces, asegura que es totalmente feliz.
Como él, muchos personajes famosos han depositado grandes esperanzas para su salud y su bienestar en estos variados cristales de propiedades milagrosas. Buen ejemplo de ello es la cantante Katy Perry, quien en una entrevista para Cosmopolitan reconoció utilizar el cuarzo rosa para atraer a los hombres.
¿Puedo realmente alcanzar la felicidad a través de la dieta?
Hill logró una vida feliz y llena de amor y Perry cuenta con una larga lista de ex novios que acredita su éxito con los hombres. Sin embargo, ninguno de los dos debe sus logros a los cristales en los que depositaron toda su confianza. Detrás de ellos no hay ninguna evidencia científica de su eficacia, pero sí una triste historia de pobreza, acoso laboral y daño al medio ambiente que ha sido denunciada recientemente en un artículo de The Guardian sobre el tema.
Un origen de lo más triste
El desorbitado precio que comienzan a alcanzar algunos de estos cristales pseudocientíficos en el mercado hace complicado imaginar su humilde y trágico origen.
Para empezar, se recolectan en países en los que las leyes laborales, así como las regulaciones ambientales, son poco estrictas. Esto abre la veda a la explotación de quienes trabajan excavándolos en enclaves en los que los efectos que puedan acarrear a su entorno importan bastante poco a las autoridades.
Algunos de estos lugares son Myanmar y la República Democrática del Congo, donde cientos de mineros trabajan de sol a sol, en condiciones de seguridad deplorables, con sueldos bajísimos y, en muchas ocasiones, siendo menores de edad. Cierto es que los hay en todos los continentes y que en algunos países su explotación no supone tal violación de los derechos humanos. Sin embargo, según afirman en el artículo, es difícil dar con vendedores que reconozcan el origen del producto y mucho menos las condiciones laborales de las personas que los extrajeron. Por eso, en un paralelismo con los famosos “diamantes de sangre”, hay quien ya conoce a estos cristales como las **"gemas del genocidio”"".
Cómo las largas jornadas de trabajo influyen negativamente en la salud
Para colmo, también se vincula a este tipo de prácticas con el consumo y el tráfico de drogas. Por ejemplo, en 2014 un artículo de The New York Times sacaba a la luz la relación de las minas de jade de Myanmar con el tráfico de drogas. La razón, entre otras, era que muchos mineros recurrían a la heroína para hacer frente sin desfallecer a las duras condiciones de trabajo que vivían cada día.
Además, estas prácticas se vinculan con el conflicto armado, pues en muchos yacimientos parte del dinero obtenido se emplea en financiar a grupos violentos y milicias locales.
Puñaladas al medio ambiente
A la hora de tener en cuenta los daños ambientales lo primero es recordar que estos cristales son recursos finitos, por lo que una explotación desmesurada puede terminar acabando con algunos de ellos.
Pero eso no es todo. La extracción masiva de ellos conlleva dejar a multitud de especies animales y vegetales sin su hábitat, por tener que arrasar grandes extensiones de terreno para la fabricación de nuevas minas. Por otro lado, los orificios excavados para ello muchas veces terminan abandonándose, convirtiéndose en pozas de agua que atraen a grandes cantidades de mosquitos, muchos de ellos transmisores de enfermedades como la malaria.
Por todo esto, algunos activistas han lanzado la propuesta de impulsar la venta de gemas y cristales de origen ético. Para ello, se debería llegar a acuerdos regulatorios como el iniciado con el Proceso Kimberly, en el que se establecen pautas para detener el comercio de “diamantes en conflicto”, garantizando que su compra no financie la violencia de los movimientos rebeldes del sur de África.
La malaria, explicada en cinco minutos
Lamentablemente, las gemas y los cristales son menos rentables; por lo que, de momento, resulta imposible llegar con ellos a este nivel de regulación.
Los propios vendedores de estas piedras curativas reconocen que, aunque intenten recurrir a aquellos que tengan un origen ético, a veces los procedentes de países con prácticas dudosas son la única fuente posible, dada la demanda.
Este tipo de situaciones se viven también con otros productos, como la ropa. En este caso, a veces el comprador se escuda en que no todo el mundo tiene un nivel adquisitivo que permita comprar en comercios cuyos artículos se hayan fabricado localmente o con buenas condiciones laborales. Y es cierto que esto puede llegar a ser un hándicap, pero vale la pena pararse a pensar: sea cual sea el nivel económico, ¿quién necesita uno de estos cristales en su vida? Ni Alex Hill ni Katy Perry lo necesitaban. Y, dada su eficacia, tampoco ninguno de nosotros.