El 27 de diciembre de 1831, un joven Charles Darwin subía por primera vez a bordo del Beagle, emprendiendo un viaje de casi cinco años, durante los cuales moldeó una obra que cambiaría la historia de la ciencia: “El origen de las especies”. Pero estuvo muy cerca de no hacerlo, por culpa de algo tan simple como su nariz. El capitán del barco, Robert FitzRoy, era un gran seguidor de la fisiognomía, una disciplina que analiza la personalidad de un individuo a través de los rasgos de su cabeza y su cara. Al parecer, la nariz del naturalista se correspondía con la de una persona poco enérgica, incapaz de superar un viaje tan largo, por lo que inicialmente no quiso que pasara a formar parte de la tripulación. Afortunadamente, sus cejas sí que hablaron positivamente de él, por lo que finalmente el marinero terminó entrando en razón, permitiendo así el nacimiento de la teoría de la evolución.

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Han pasado ya más de dos siglos de aquel día y lo lógico sería pensar que la humanidad ha evolucionado lo suficiente para no seguir cayendo en la creencia de teorías sin ningún tipo de evidencia científica. Sin embargo, en la actualidad nos encontramos en pleno retroceso, con el gran auge de grupos terraplanistas, seguidores de la homeopatía, antivacunas y, por supuestísimo, adeptos a una nueva vertiente de la fisiognomía, conocida como morfopsicología. Y no hay que buscar mucho para encontrar a estos últimos. En España su principal representante es el psicólogo Julián Gabarre Mir, quien a raíz de su tesis doctoral "Rostro y Cerebro: dos caras de una misma realidad" dio nueva vida a este movimiento, cuya fama se inició en la Edad Media, después de que muchos “adivinos” ambulantes fueran de pueblo en pueblo leyendo la personalidad de quienes se sometían a sus servicios. Uno de los últimos clientes del doctor Gabarre ha sido el candidato de Ciudadanos a la alcaldía de Granada y antes portavoz de ciencia en el senado, Luis Salvador. El resultado puede leerse tanto en la página oficial de esta “disciplina psicológica” como en la web del político.

De la fisiognomía a la psicología facial

Entre los siglos II y IV antes de Cristo los médicos griegos Hipócrates y Galeno popularizaron la “clasificación de los temperamentos”, que separaba a las personas en cuatro grupos, según el color de su piel y la fortaleza de sus músculos. De este modo, alguien podía ser flemático, sanguíneo, melancólico o colérico, todos ellos términos que se siguen utilizando a día de hoy como adjetivos para describir ciertas cualidades, pero no en un entorno médico.

Más tarde, Aristóteles escribiría un tratado en el que hace referencia a la fisiognomía como el estudio de aquellos signos corporales permanentes que indican condiciones permanentes del alma, así como el de los signos transitorios del cuerpo que indican condiciones transitorias del alma. Desde entonces otros muchos filósofos han tratado este tema y más de un estafador ha aprovechado para hacer su agosto, leyendo la personalidad en los rasgos faciales de los inocentes clientes que captaban de feria en feria. Pero no fue hasta el siglo XVIII cuando volvió a tomar un cariz sanitario, esta vez más enfocado a la psicología.

El encargado de ello fue el pastor suizo Johann Caspar Lavater, quien comenzó a difundir la idea de que se pueden discernir cualidades internas de una persona, a partir de la mera observación de su fisonomía. El trabajo de los expertos en esta materia llegó a convertirse en una prueba muy valiosa en juicios por crímenes muy variados, mientras que muchas personas se sometían a estos estudios, simplemente por mera curiosidad o por conocer mejor a un pretendiente o un ser querido.

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Más tarde, ya en el siglo XX, comenzaron a aparecer nuevas vertientes, como la caracterología, o la propia morfopsicología. Los defensores de esta última aseguran que no tiene nada que ver con las anteriores, pues en este caso sí tiene evidencias científicos, todas apoyadas en estudios realizados por un grupo reducido de científicos, normalmente en un mismo medio, la revista International Journal of Morphology. Más allá de todo esto, sigue considerándose una pseudociencia, sin ningún tipo de evidencia científica que la sostenga. Y es que, como explica el neurobiólogo José Ramón Alonso en una entrada de su blog, sonreír mucho puede generar arrugas junto a los ojos o fruncir el ceño puede hacer lo propio en la piel situada entre las cejas; pero, más allá de eso, nuestra estructura facial está muy definida desde la primera infancia y no tiene ninguna vinculación con nuestra personalidad, que sí que se va forjando en base a lo vivido.

¿Cómo funciona la morfopsicología?

A grandes rasgos, la morfopsicología divide la cara en tres áreas: la parte por encima de los ojos, que determina la mente y el pensamiento, la central, que muestra intereses emocionales y sociales, y la que está por debajo de las mejillas, en la que se puede leer sobre la energía vital y los impulsos del individuo.

Además, en la web morfopsicologia.es se citan algunos estudios en los que se analizan factores como la relación entre la impulsividad y la inclinación de la frente o la distancia bicigomática (del centro de la mandíbula a la parte superior de la nariz) y las habilidades sociales.

El análisis de un político

A pesar del abandono al que ha sometido la ciencia esta disciplina, algunas empresas siguen usándolo para reclutar nuevos empleados y ciertos personajes públicos la usan para darse a conocer al público en mayor profundidad. Este es el caso del político de Ciudadanos, cuyo estudio formará también parte del próximo libro que publicará el doctor Gabarre.

En él, se establece que Salvador alberga un “buen caudal energético orientado a realizaciones de valor ético-morales y humanas de valor trascendente enfocados a la contribución de mejoras para la posteridad social”. Además, posee un “pensamiento metódico, reflexivo y organizado”, que le permite “aprender a clasificar y jerarquizar sus necesidades y deseos”, anteponiendo “primero el mundo afectivo y en segundo lugar el intelectual”. En lo referente a esto último, “sus competencias intelectuales innatas están por encima del término medio, coexistiendo competencias abstractas y concretas, lógicas e intuitivas, analíticas y sintéticas de manera armónica. Ante distintas situaciones tendrá buena capacidad para ver y dar soluciones globales bien adaptadas a la realidad. Esto es porque sabe canalizar muy bien sus ideas en acciones concretas, y porque la competencia de planificación es notable, pudiendo prever y anticiparse a lo inesperado.”

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Estos son solo algunos de los muchos puntos que, casualmente, convierten al candidato de Ciudadanos en un político bien preparado para solucionar problemas, priorizado siempre el bien social. Es una pena que para demostrarlo haya tenido que recurrir a una técnica ampliamente considerada como pseudocientífica.

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