Ver una aurora es uno de los puntos más repetidos en las listas de cosas que hacer en la vida, de personas de todo el mundo. Algunas quieren fotografiarlas, otras simplemente presenciarlas. El caso es poder ver al menos una vez esa majestuosa cortina que tiñe el cielo con bailarinas luces verdosas y azuladas.
Para ello suele ser necesario acercarse a los polos terrestres, ya sea al norte, donde se conocen como boreales, o al sur, en torno al que tienen lugar las australes. Sin embargo, en ciertas ocasiones pueden darse algo más cerca del ecuador terrestre. En ese punto, algo más alejado de los polos, es frecuente un tipo muy peculiar de “aurora” al que los fotógrafos han prestado atención durante años, aunque no entró en el punto de mira de los científicos hasta 2016. Se trata de unas columnas de luz rosada o púrpura, normalmente cercadas por barras verdosas, bautizado como STEVE (Strong Thermal Emission Velocity Enhancement). Y sí, esas comillas en torno a la palabra aurora se deben a que, por mucho que lo parezca, el año pasado un equipo de investigadores de la Universidad de Calgary, en Canadá, y la Universidad de California descubrió que en realidad se trata de un fenómeno diferente, al que han tratado de dar respuestas desde entonces, consiguiendo finalmente darle una este mismo mes.
¿Qué es una aurora boreal?
Para descubrir por qué STEVE no es una aurora el primer paso es comprender qué son estas exactamente. Todas ellas empiezan en el Sol, que se encuentra continuamente expulsando chorros de partículas cargadas. Ese flujo de partículas es lo que se conoce como viento solar. Una vez que estas “corrientes” llegan hasta la atmósfera, interactúan con los átomos presentes en ella, normalmente oxígeno y nitrógeno, dando lugar a una excitación que generará chorros de luz verdosa en el caso del oxígeno y azul o violeta en el del nitrógeno. A veces también pueden verse luces rojas, generadas por átomos de oxígeno situados a gran altura.
El español que surcó una aurora boreal por primera vez
Aunque suele decirse que los polos son el mejor punto para verlas, en realidad no es exactamente ahí, sino en las cercanías de los círculos polares. Esto se debe a que, una vez que llegan a la atmósfera, las partículas procedentes del Sol caen a la ionosfera y luego son desviadas por el campo magnético, que es mucho más débil en estos dos puntos del planeta, por lo que es ahí donde terminan acumulándose y dando lugar a su maravilloso espectáculo. Sin embargo, si la actividad solar es suficientemente intensa, pueden verse también en otros puntos de la Tierra.
Un distintivo único
La precipitación de partículas hacia la ionosfera es un factor clave para que una aurora pueda considerarse como tal, por lo que fue lo primero que los científicos observaron para comprobar si STEVE lo era realmente.
Inicialmente parecía diferente al resto, por la anómala formación de columnas rosadas y, sobre todo, por generarse normalmente lejos de los polos. Y precisamente estas diferencias resultaron deberse a que no se trataba de una aurora; ya que, al analizar los registros del evento producido en 2016, observaron que en ese momento no hubo precipitación de partículas en la ionosfera. Esto, como se concluye en un estudio publicado el año pasado, demuestra solamente que se trata de un fenómeno diferente, al que bautizaron como “brillo celestial”, pero no esclarece cuál es su verdadero origen. Para saber esto ha sido necesario esperar un año más, hasta que el mismo equipo de investigadores ha publicado la respuesta en otro estudio de la misma revista.
¿Cómo se produce STEVE?
Para encontrar el origen de este curioso fenómeno ha sido necesario observarlo desde arriba y abajo, gracias a fotos terrestres y datos satelitales. De este modo, han concluido que el brillo celestial tiene dos orígenes distintos, que dan lugar a sus dos partes: la columna rosa y la cerca verde generada al lado.
La valla sí que se produce por un mecanismo similar al de las auroras, aunque lo hace más cerca del ecuador. Por lo tanto, la verdadera diferencia está en torno a la columna rosa. Esta tiene lugar porque el flujo de partículas cargadas sobre la atmósfera crea fricción sobre esta, dando lugar a calor que se manifiesta en forma de resplandor de luz púrpura.
Por lo tanto, en las auroras las partículas precipitan en la ionosfera e interaccionan con los átomos de gas presentes en ella, dando lugar a luces que dependen del elemento que se esté excitando, mientras que en STEVE esta luz procede directamente del calentamiento generado en capas más altas, por la fricción. El origen en ambas es el Sol, pero la interacción cambia, dando lugar a resultados diferentes.
Así son los ‘sprites’, los fuegos artificiales de la naturaleza
Visto esto, quedaba solo contestar por qué la parte verdosa se ve a veces a rayas, como si realmente se tratara de los barrotes de una valla. La respuesta a esta cuestión la dieron los datos satelitales, que mostraron que las ondas de alta frecuencia que van de la magnetosfera a la ionosfera pueden energizar electrones, eliminándolos de la primera y generando ese característico dibujo en forma de barras.
STEVE es ya un poco menos desconocido, aunque aún queda mucho por saber sobre él. Para eso, será necesario más estudio y, por supuesto, más observaciones del mismo. Otra cosa que añadir a la lista.