Que una narración literaria o de cine se sienta innovadora, muy distinta de todo lo que hemos contemplado hasta el momento, parece tan difícil que no es preciso en absoluto para que a una propuesta se la valore, y uno debe centrarse en cómo está realizada, lo cual es lo que importa de veras en cualquier caso.

Estos pensamientos surgen en la mente del espectador al enfrentarse a **The Order, la serie televisiva elaborada por los estadounidenses Dennis Heaton y Shelley Eriksen para Netflix este 2019*. No porque no se muestre novedosa y, sin embargo, destaque su libreto, su planificación audiovisual, sus actuaciones, etcétera, sino porque la primera circunstancia es así al contrario que la otra. Y esto no se deberá a la inexperiencia de sus responsables principales.

Heaton ha escrito guiones para la industria de la televisión durante los últimos veinticuatro años, en series como The Listener (Michael Amo y Sam Egan, 2009-2014) o Motive (Daniel Cerone, 2013-2016), y solo un largometraje estrenado en salas, el fallido Fido (Andrew Currie, 2006). Eriksen tampoco ha perdido el tiempo en el mismo negocio durante estas dos décadas, pues suyos son varios guiones de Continuum (Simon Barry, 2012-2015) y de otras ficciones menos conocidas, e ideó Private Eyes (desde 2016) junto con Tim Kilby (MVP), conque The Order es la segunda que firma, *una historia de Harry Potter para universitarios pero de muchísimo menos interés, elocuencia, elementos fantásticos, construcción mítica y profundidad dramática**.

Los dilemas y motivaciones de los personajes protagónicos, a los que les pesa un carisma más bien escaso en un ejercicio clarísimo de quiero y no puedo, carecen de verdadera chicha. Ciertas conversaciones tienen su aquel, como algunas de la médicum Alyssa Drake y el acólito Jack Morton, pero The Order sufre normalmente por la mediocridad rampante de su discurso y de su aparato audiovisual, que no se aparta de lo justo para que funcione sin imaginación e ideas curiosas de enfoque, movimientos de cámara o montaje. Además de por un buen montón de pequeñas inverosimilitudes que es imposible pasar por alto si uno pretende honesto en su análisis de esta temporada primera, con conductas precipitadas e inexplicables, vaivenes que marean y giros arbitrarios por completo.

the order netflix
Netflix

Es más, adolece de una puerilidad manifiesta en torno a su conflicto central y en el comportamiento de la mayoría de los seres de ficción que dan tumbos por la pantalla, y sus guionistas, de una irritante incapacidad para darse cuenta de que los seriéfilos con un mínimo de cultura general van muy por delante de no pocas de las paulatinas revelaciones hacia las que se dirige el relato, como la de la naturaleza de las amenazas específicas en el campus de Belgrave. Basta con haber visto, por ejemplo, episodios de la conocidísima *The X-Files* (Chris Carter, desde 1993) como “Shapes” (1x19) o “Kaddish” (4x15) para que sea así.

El humor negro que se gasta, incluido el de contrapunto, no resulta eficaz casi nunca por su ingenio reducido y la desangelada puesta en escena, ni ese tono entre la gravedad y la despreocupación sin motivo que han optado por imprimirle a la trama. Los actores se limitan a cumplir, desde Jake Manley (iZombie) y Sarah Gray (*Legends of Tomorrow) como Jack y Alyssa hasta su compañeros Adam DiMarco (The Magicians), Devery Jacobs (Cardinal), Thomas Elms (Their Son Ryan), Katharine Isabelle (Hannibal), Max Martini (Revenge), Matt Frewer (The Knick) o Louriza Tronco (Spiral*).

La banda sonora de baratillo compuesta por Patric Caird (The Dead Zone), con ecos de las ambientales de Mark Snow (The X-Files) pero sin su eclecticismo ni su talento en las combinaciones sonoras. Una razón más por la que **The Order es una de las series menos logradas de Netflix**.