Muchos defensores de las terapias alternativas reivindican la libertad de usar los tratamientos que ellos decidan para tratar sus dolencias, argumentando normalmente que estos no suponen ningún daño para su salud. Como mucho, puede que no funcionen. El problema es que el hecho de que no funcionen puede costarle la vida al paciente, especialmente si este ha dejado de someterse al tratamiento adecuado.

Si para colmo dicho paciente es un niño y su familia ha sido convencida para que abandone la medicina tradicional, lo que parecía un inocente tratamiento fruto del placebo se convierte en un delito grave, que debe ser juzgado y condenado.

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Esto es lo que le ha ocurrido al naturista estadounidenses Timothy Morrow, que acaba de ser condenado en Los Ángeles a cuatro meses de cárcel y una multa de 5.000 dólares por ejercer la medicina sin licencia y, lo que es peor, conducir a un niño diabético de solo trece años hasta la muerte.

Cuando las pseudociencias se convierten en delito

Edgar López era un niño de trece años, afectado por una diabetes que le obligaba a administrarse diariamente insulina, como tantas otras personas en su situación. Un día, después de acudir a una charla de Timothy Morrow, su madre decidió llevarlo a su consulta, en busca de una segunda opinión sobre su tratamiento.

Después de recibirlo y estudiar su caso, el naturista explicó a los padres que la mejor opción era que dejaran la medicación que se le había prescrito en el hospital y la sustituyeran por un aceite de lavanda que debían frotar regularmente en la columna del niño. No tendrían problema para encontrar este maravilloso ungüento, pues él mismo lo vendía en su página web.

Así empieza la terrible historia que acabó con la vida de Edgar, después de varias semanas de sufrimiento.

Según el falso médico, este tratamiento alternativo sanaría al pequeño definitivamente. Esta es una afirmación demasiado tentadora para unos padres cuyo hijo ha sido diagnosticado de una enfermedad por la que tendrá que medicarse durante toda su vida. Por lo tanto, decidieron aceptar la propuesta y se olvidaron de la insulina, depositando toda su confianza en ese aceite milagroso. Apenas unos días después, el niño comenzó a enfermar gravemente, según declaró su padre, Delfino López Solís, en el juicio que tuvo lugar el pasado 25 de febrero.

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Tenía la mirada perdida, dificultad para respirar y su piel estaba fría al tacto. Poco a poco iba perdiendo peso, hasta alcanzar los 30 kilos nada más. La situación era tan insostenible que, después de unos días de ese modo, el matrimonio sopesó dar un paso atrás y volver al tratamiento de insulina. Sin embargo, Morrow les insistió en que esa medicación era veneno para Edgar y que lo que estaba pasando no era más que una “crisis de curación”, por lo que no debían llamar a emergencias. Incluso el propio niño, ya débil y muy enfermo, pidió a sus padres que llamaran al 911, pero al pedir consejo al naturista este insistió en que no lo hicieran.

Finalmente Edgar falleció a causa de un ataque al corazón, un terrible suceso que no habría ocurrido si hubiese seguido administrándose la insulina, según determinó más tarde el forense durante la autopsia.

Por todo esto, Morrow, de ochenta y cuatro años de edad, ha sido juzgado por delitos de abuso infantil y por ejercer la medicina sin licencia para ello. Finalmente ha sido condenado a cuatro meses de prisión y cuarenta y ocho meses de libertad condicional. Además, tendrá que pagar el funeral del niño fallecido y una multa de 5.000 dólares. No ha sido culpado de asesinato, aunque se le ha advertido que si sus actividades vuelven a causar la muerte de alguien sí que tendrá que enfrentarse a un juicio por este delito.

El caso de Edgar es un claro ejemplo del daño que pueden hacer las pseudoterapias. No se trata solo de un efecto placebo. Pueden matar si sustituyen a los tratamientos eficaces, incluso en casos aparentemente inofensivos, como la acupuntura o la quiropraxis, pueden causar lesiones graves y también la muerte. Por eso es tan importante regularlas, especialmente si se van a utilizar para tratar a menores de edad, como el niño fallecido. Es importante remarcar que los padres de Edgar querían lo mejor para su hijo, pero una mezcla de desesperación y desconocimiento los convirtió en una presa fácil para un embaucador, que hizo negocio con la salud del pequeño, sin importarle el peligro que corría su vida. Por historias como esta es tan importante divulgar sobre pseudociencias. Porque la divulgación puede salvar muchas vidas.