Por suerte, el 2019 que predijo Blade Runner (1982) no se parece demasiado al año que acabamos de estrenar. Aunque técnicamente la narración de la película de Ridley Scott se basa en noviembre de aquel año, parece claro que once meses no va a ser suficiente tiempo para que algunas tecnologías avancen tanto y los humanos estropeemos otras tantas cosas lo suficiente como para acercanos al tono lúgubre y alicaído de la cinta.
Humanoides creados a partir de ingeniería genética, coches voladores y ciudades llenas de neón pero tremendamente oscuras. El motivo principal que hace que el 2019 propuesto por Blade Runner se haya quedado tan obsoleto es el mismo por el que otras obras, como Regreso al Futuro, también han fallado al predecirlo. Simplemente, es muy complicado imaginar cómo será el mundo en unas décadas (aunque Lexus lanzara en 2015 un patinete volador como del de Marty McFly).
Sin embargo, en Blade Runner el futuro que se planteaba bebía a su vez de la vanguardia artística de su época, de la imaginación de Philip K. Dick, y de los problemas e inquietudes que entonces parecían empezar a acechar a la humanidad. Y en ese último aspecto parece que sí que se ha acercado algo a las metas que perseguimos en el 2019 real.
El ciberpunk, Moebius y Syd Mead, los padres visuales de Blade Runner
La novela original que inspiró Blade Runner -¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968)- ocurría en 1992, aunque en ediciones posteriores, seguramente al ver que se había quedado demasiado obsoleta, se actualiza esa fecha hasta 2021.
Como es conocido, existen varias diferencias entre el relato escrito y el visual creado por Scott. Una de las principales es que Dick especifica que la acción ocurre en un futuro provocado por un conflicto llamado Guerra Mundial Terminal que destruyó gran parte de la Tierra y la dejó cubierta de una lluvia radioactiva constante. En consecuencia, la mayoría de animales mueren, empezando por los búhos, aves que por eso aparecen en su versión robótica tanto en la película original como en Blade Runner 2049 (2017) como elementos de riqueza.
Por lo tanto, la historia que inspiraría Blade Runner es claramente distópica y está marcada por algo que no sucedió, punto de inflexión que no se marca de forma tan clara en las películas, aunque parezca evidente que algo ha pasado en la Tierra.
En el apartado visual la película original fue heredera de una estética creada años después del lanzamiento de la novela. El llamado género ciberpunk, ambientado en futuros donde la tecnología ha avanzado de forma meteórica pero dejando a cambio grandes desigualdades y situaciones de pobreza, se afianzó como término a mediados de los 80 después de que fueran famosas las obras de William Wibson y otros autores de ciencia-ficción, en gran medida herederos de Dick. En estos relatos se nos presentan sociedades controladas por corporaciones, grises e individualizadas, y donde los ciudadanos rasos viven entre la semiesclavitud y la rebeldía. El propio Wibson, considerado padre del género, revelaría después que la primera vez que vio Blade Runner se sorprendió por cómo la apariencia de esta película era similar a su visión cuando estaba escribiendo Neuromante, su principal novela.
En este juego estético tiene además todo que decir Syd Mead, diseñador industrial que tras trabajar para Ford se pasó al diseño de arte y escenarios. Mead, tras colaborar con Star Trek, diseñaría los spinner, los coches voladores que maneja el personaje de Deckard y acabaría haciéndose cargo también de la imagen de la ciudad de Los Ángeles. Del mismo modo, Scott también reconoció la obra del artista francés Moebius y especialmente su cómic The Long Tomorrow, basado en un futuro surrealista en el que igualmente se inspiraría el mundo de Akira, manga ambientado en 2019 también.
Un 2049 también sin iPhone
En resumidas cuentas, el 2019 de Blade Runner fue el conjunto de varias tendencias que se venían atisbando en la ciencia-ficción desde unos años antes y que no respondían a una visión futurista con demasiadas intenciones realistas.
Preguntado por esto, el director de la secuela ambientada en 2049, Denis Villeneuve, contó en una entrevista que el futuro que él imaginó para su cinta tampoco debía tener iPhone, smartphones o tecnologías que hoy tenemos al alcance de la mano, a pesar de ocurrir 30 años en el futuro, porque simplemente sucede en “un mundo alternativo” que prefirieron “imaginar desde el sueño”, un rasgo también muy marcado en las novelas de Dick, donde la ambigüedad entre la realidad y lo ficticio se mezcla constantemente. Así pues, las cabinas de teléfono con videollamada que vemos en la película, parecen estar justificadas.
En algo sí que se acercaron a nuestro 2019
Pese a todo, parece claro que el mundo que nos propone Blade Runner sí que conecta con muchas de las inquietudes y retos tanto tecnológicos como éticos que existen en la actualidad, o que llegarán en un corto plazo.
Hoy por la calle no hay replicantes, pero la bioingeniería empieza a plantear sus dilemas morales por primera vez en el presente, al tiempo que hay varias empresas invirtiendo dinero en crear el robot sexual perfecto, como los replicantes 'de placer' de la película. El futuro de los coches, parece que seguirá siendo terrestre, aunque Uber haya registrado la patente de un modelo volador.
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Sin embargo, otros elementos que se muestran en la novela y la película sí que están aquí, aunque sean menos llamativos. Las vallas publicitarias interactivas que cambian en función de quien las mira en el Los Ángeles de BR son una gran predicción de la publicidad programática y la segmentación que hoy preconiza internet, al tiempo que la interacción humano-ordenador por voz ya está al orden del día. Pero seguramente la predicción más poderosa que lanzó Blade Runner fue la de un mundo donde el clima había sido alterado por el hombre hasta el punto de hacer desaparecer a multitud de especies animales. El Fondo Mundial de la Naturaleza calcula que la población de animales no humanos ha descendido en un 60% desde 1970. Nuestro 2019, en definitiva, parece bastante mejor que el de Blade Runner, pero no hay que confiarse.