El filme con el que el talentoso director M. Night Shyamalan ha terminado su primera trilogía ya está aquí. ¿Podemos sostener que ha merecido la pena la expectación que había despertado en los cinéfilos que siguen su trayectoria? En verdad, no hay una respuesta fácil a esta pregunta.No sería razonable dudar de que este cineasta indoestadounidense ha construido su reputación, entre otras cosas de no menor importancia, sobre la base de la sorpresa narrativa. A pesar de que no siempre fue así, pues ahí tenemos su fallida opera prima, Praying with Anger (1992), y la confortable Wide Awake (1998), dos dramitas que no relacionaríamos con él si no prestamos atención suficiente, pues protagoniza la una y en ambas vemos su interés por las dinámicas familiares, dejó atónitos a los espectadores del mundo entero con la espeluznante *El sexto sentido (1999), repitió la fórmula segura del impacto final en sus más altas cotas con la muy admirable El protegido (2000), la enigmática Señales (2002) y el hermoso virtuosismo de The Village* (2004).
Sin embargo, como no se puede uno dedicar a repetir costumbres fílmicas hasta el infinito, decidió hacer un paréntesis y olvidarse un poco de las conclusiones sorpresivas, pero fue con tres obras penosas, la inasumible Lady in the Water (2006), la repetitiva The Happening (2008) y la desastrosa The Last Airbender (2010), y una cuarta, la aceptable After Earth. Y, si con la terrorífica *The Visit (2015) regresó a los giros últimos que pasman al más pintado, en la tensa Split* (2016) le dio una vuelta de tuerca más al asunto cambiando lo que significa y ofreciendo conexiones muy satisfactorias y la promesa de un futuro alentador. Un futuro que ha llegado por fin con la irregular Glass (2019), en la que la esencia del remate asombroso entronca más con la de ciertas intrigas criminales que con la habitualmente suya.
Lo cual no es desgraciado en sí porque enriquece su abanico de posibilidades para desconcertar al público, sobre todo considerando los virajes anteriores con los que Shyamalan ha querido sacudirnos. Pero, si uno lo piensa bien, la sorpresa mayor del filme no la encontramos en ninguna de sus ocurrencias abracadabrantes, sino en la decisión que desvía la historia general por unos derroteros absolutamente imprevistos y que convierte a la película en una narración de lo más inesperada**: lo que ocurre aquí no se parece en absoluto a lo que suponíamos que nos estaba aguardando al acceder a la sala de cine, hecho que podríamos considerar una virtud del realizador como responsable de los libretos de su filmografía y, entonces, autor cinematográfico con todas las de la ley.
No puede haber demasiadas quejas porque Shyamalan nos ha brindado el enfrentamiento que tanto morbo nos producía, pero hay que tener muy claro que Glass es otra cosa. Y, eso sí, el destino de los tres personajes principales, David Dunn, Elijah Price y Kevin Wendell Crumb, nos llena de estupor, no porque resulte inadecuado sino por su atrevimiento; aunque uno no puede resistirse a decir que el de Dunn está muy alejado de la dignidad que se le debe, lo que desde luego no pasa con Price ni con Crumb. Ambos nos regalan las escenas más disfrutables del filme: el primero sube el nivel en cada ocasión en que abre la boca por su elocuencia, que permanece intacta tras los diecinueve años desde El protegido; y el segundo, con su personalidad múltiple, le sirve de contrapunto jugoso e hilarante.
Pero el estilo de Shyamalan brilla con intermitencia y, si la historia de origen con Dunn y Price era una auténtica sinfonía audiovisual, con una progresión que fluía de un modo hipnótico gracias a su elaboración milimétrica e inspiradísima, y si la de Crumb, Split, gozaba también de ello pero muy atenuado, en el metraje de Glass sólo surge a veces para determinadas secuencias, y da la sensación de que el entusiasmo del cineasta con este proyecto audaz —el mismo que el nuestro como espectadores ávidos— se ha traducido en cierta prisa y la carencia de la reflexión pertinente en la planificación visual, por lo que ni nos recreamos mucho con la presentación que estos míticos personajes merecen debido a su rango ni el relevo de secuencias discurre como los eslabones de una cadena fascinante.
Bruce Willis (Doce monos) y Samuel L. Jackson (*The Hateful Eight*) cumplen su cometido sin despeinarse como Dunn y Price; James McAvoy (Atonement) se consagra a otro recital pero en el mismo piloto automático que West Dylan Thordson (The Jinx) a la banda sonora, sin deslumbrar al respetable como en Split; a la revalorizada Sarah Paulson (*Carol) no hay un pero que sacarle encarnando a la doctora Ellie Staple, ni a Spencer Treat Clark (Mystic River) como Joseph Dunn, a Anya Taylor-Joy (La bruja) en la piel de Casey Cooke o Charlayne Woodard (The Crucible) como la señora Price. Por ellos y *pese a los inconvenientes, da gusto ver Glass, qué demonios. Porque, cuando Shyamalan no patina con el guion, suele estar por encima de no pocos colegas suyos; y porque es un placer saborear sus elementos, personajes y proposiciones sobre el universo superheroico**.
https://www.youtube.com/watch?v=JfKGdKPs3dM
Conclusión
Tal vez se trate del filme menos logrado de la trilogía que cierra tras El protegido y Split, pero el valor de M. Night Shyamalan para atreverse a desafiar lo que los espectadores esperan de él y salir así de airoso en cualquier caso no se puede poner el duda.
Pros
- Los derroteros inesperados que toma el guion de M. Night Shyamalan.
- El enfrentamiento que tanto morbo producía a los espectadores.
- Las disfrutables escenas que nos regalan el Elijah Price de Samuel L. Jackson y el Kevin Wendell Crumb de James McAvoy.
Contras
- Que el estilo de Shyamalan sólo brilla de manera intermitente.
- Que el destino del David Dunn de Bruce Willis se aleja de la dignidad que se le debe.
- Que es el filme menos logrado de la trilogía.