Las obras de arte, como cualquier otra manifestación del pensamiento humano, son hijas de su tiempo, de modo que, si sus autores no son tan particulares como para ir contracorriente y desafiar los convencionalismos y los tabúes sociales, reproducirán la censura de cada época. **La homosexualidad femenina ha sido un tabú durante demasiados años y, no sólo tardó en mostrarse en el cine**, sino que, incluso a día de hoy, sigue siendo de tratamiento más minoritario: hay muchas más películas sobre hombres homosexuales que sobre mujeres.Hay muchas más películas sobre hombres homosexuales que sobre mujeres
Y como al plasmar cualquier otro tipo de atracción o de romance, con los ingredientes que sean, hay guionistas y directores que poseen la suficiente agudeza para comprender sus características y complejidades; otros, por desgracia, no. Y ambos casos se dan en los filmes sobre la homosexualidad femenina más conocidos o que han dado más que hablar.
Historias de amor lésbico en la gran pantalla
La gran veterana que abordó, con la sutileza inevitable por el momento, la atracción de una mujer por alguien de su mismo sexo y, sobre todo, la grotesca intolerancia que puede llegar a generar fue la película **The Children’s Hour (William Wyler, 1961)**, basada en la valentísima obra de teatro de Lillian Hellman de 1934, con unas escenas de enfrentamiento apasionantes y eléctricas, una labor sensacional de su reparto, compuesto por Audrey Hepburn, Shirley MacLaine, James Garner, Miriam Hopkins o Fay Bainter y uno de los personajes más odiosos que recuerdo, el de la pequeña Karen Balkin como Mary Tilford.
El propio Wyler ya había adaptado la obra de Hellman veinticinco años atrás, en 1936, con el título de These Three, pero se decidió a rehacerla porque en su primera versión hubo de eliminar el componente lésbico, capital en la trama, a causa de la censura de la época, algo muy elocuente para mostrar aquello a lo que me refería en mi introducción, y por nada del mundo hay que perderse su segundo acercamiento a la historia.En la primera adaptación de 'The Children's Hour', rodada en 1936, William Wyler eliminó el componente lésbico por la censura de la época
Entre otras, mucho más adelante, tenemos **Bound (Hermanos Wachowski, 1996), que mejora cuando comienza el enredo, pero es burda en la construcción del romance y hasta en las interpretaciones de Gina Gershon y Jennifer Tilly, quienes resultan muy obvias porque nunca han sido lo que se dice buenas actrices y, por si esto fuera leve, sus personajes parecen sacados de una película porno por su absoluta diligencia en la seducción inicial, sin vacilaciones, hondura ni conflictos internos.
Con otro romance peligroso de dos mujeres cuenta la deliberadamente incomprensible Mulholland Drive (David Lynch, 2001), una tomadura de pelo del aclamado director montanés. E infinitamente superior es The Hours (Stephen Daldry, 2002)**, adaptación de la novela homónima de Michael Cunningham, una auténtica sinfonía en la que las imágenes en movimiento se funden con la impagable banda sonora de Philip Glass por su montaje exquisito, se mezclan tres épocas en las que lo lésbico es innombrable con la mayor tolerancia por derecho de hoy, ofreciendo una emotividad sincera y de gran calibre y mostrando varios mundos femeninos ahogados en la desazón vital.
Nicole Kidman se llevó el Oscar a Mejor Actriz por vestirse de la gran Virginia Woolf en esta película, pero tanto Julianne Moore como la infalible Meryl Streep están de aplauso, igual que Ed Harris. Y por todo ello, probablemente se trate de la mejor, al menos de cuantas yo mismo he visto.'The Hours', de Stephen Daldry, probablemente sea la mejor película sobre homosexualidad femenina
La correcta **Monster (Patty Jenkins, 2003), además de contarnos lo que le ocurrió a la asesina real Aileen Wuornos, papel que también le valió un Oscar a Charlize Theron, nos muestra su idilio con la joven Selby Wall, una Christina Ricci más lúcida de lo acostumbrado, modificación en todo sentido por cuestiones legales de la verdadera Tyria Moore. Los padres de Wall la habían mandado a vivir con una tía suya con la intención de que “le curara la homosexualidad” en plenos años ochenta del siglo pasado, y su encuentro propicia una desesperada relación de dependencia bien elaborada.
El caso de la aceptable The Kids Are All Right (Lisa Cholodenko, 2010)** es paradójico: por un lado, muestra una familia con hijos encabezada por dos lesbianas, Annette Bening y, de nuevo, Julianne Moore, con suma naturalidad, asumiendo que debe ser algo aceptado sin problemas; y por otro lado, se revela tan conservadora emocionalmente que, por contraste, ocasiona la mayor de las estupefacciones.
Y todo se siente frívolo, pueril e impostado viendo la fallida **Habitación en Roma (Julio Médem, 2010)**, sin una sola línea de diálogo creíble y con una incapacidad de ofrecer un sentimiento verdadero o profundo entre sus dos mujeres amantes, encarnadas por Elena Anaya y Natasha Yarovenko, que empuja a verla con una mueca de desagrado, impaciencia y hasta irritación que no nos abandona en ningún instante, y una banda sonora pomposa que contribuye a trivializarla aún más.'La vie d'Adèle' muestra también la intolerancia que todavía albergan hasta los adolescentes ante la homosexualidad
Nada que ver con **La vie d’Adèle (Abdellatif Kechiche, 2013)*, que adapta la novela gráfica Le bleu est une couleur chaude* (2010), de Julie Maroh. Ganadora de la Palma de Oro en Cannes, es el vívido, excitante y doloroso relato de una pasión arrasadora entre las jóvenes a las que interpretan Adèle Exarchopoulos y la ya famosa Léa Seydoux, del descubrimiento de facetas desconocidas del sexo para Adèle, la sempiterna intolerancia que todavía albergan hasta los adolescentes ante la homosexualidad y, sobre todo, las dulzuras y las miserias de las relaciones amorosas, el propósito más digno del mejor cine sobre romances.
El escalofrío último de ‘Carol’
Salta a la vista que el cineasta Todd Haynes siente un gran interés por mostrar las relaciones homosexuales desde distintos prismas; y es así porque ha tratado de hacerlo desde su primera película, el mediometraje Assassins: A Film Concerning Rimbaud (1985) y hasta en cuatro de sus siete largometrajes hasta la fecha; concretamente, en Poison (1991), Velvet Goldmine (1998), Far from Heaven (2002) y, por supuesto, Carol (2015); e incluso realizó un documental acerca del rodaje de My Own Private Idaho (Gus van Sant, 1991), filme que por sí mismo también encara la homosexualidad.
Alguien podría estar tentado a apuntar que no hay razón de que sea así, que no se trata de que Haynes tenga ese interés, sino de que las relaciones homosexuales cuentan como un componente más, entre otros, de sus narraciones cinematográficas, de su mundo contextualizado. Pero, aparte de que el asunto le toca personalmente, el rechazo social al que se enfrentan los amantes homosexuales resulta decisivo en sus películas, así que el interés existe de un modo incontestable.Patricia Highsmith publicó la novela en 1952 bajo el seudónimo de Claire Morgan por el qué dirían o harían en su contra
Pero no es lo único que desea enseñarnos; a consecuencia de lo anterior, las vicisitudes de los enamoramientos y la intimidad sentimental son otro de sus temas predilectos, como aquellas mujeres que se revelan ante los corsés que les quiere imponer la sociedad, cosa que le hemos visto en Far from Heaven, su miniserie televisiva Mildred Pierce (2011) y, de nuevo, en Carol, que adapta una novela atípica de la escritora texana, célebre por sus obras de suspense, Patricia Highsmith.
Hay que decir que la publicó en 1952 con el título de The Price of Salt y bajo el seudónimo de Claire Morgan por el qué dirían o harían en su contra, y la reimprimió con su propio nombre como Carol más de tres décadas después. Y es que Highsmith, no sólo compartía con Haynes su interés por el fondo, sino que ella misma también era homosexual, por lo que sabía muy bien de lo que estaba hablando en su novela.
Tanto esta como la película de Haynes narran la espinosa historia de amor de dos mujeres, Therese Belivet y Carol Aird, en la Nueva York de los primeros años cincuenta del siglo veinte, y las actrices que les dan vida son Rooney Mara y Cate Blanchett, quien ya había trabajado a las órdenes de Haynes en I’m Not There (2007) como un sorprendente Bob Dylan.Haynes se toma el tiempo necesario para edificar el drama que se desata más adelante
Desde el lento plano ininterrumpido de sus títulos, Carol demuestra que lo que vamos a ver es un ejercicio cinematográfico estilizado y sereno, con un enorme flashback, y que Haynes se va a tomar el tiempo que sea necesario para edificar el drama que se desatará más adelante, con una efectiva planificación visual que nunca pierde de vista su objetivo ni presume, etérea pero absolutamente precisa, insistentes enfoques a través de cristales empañados de automóviles, una adecuada banda sonora de Carter Burwell a lo Philip Glass en la ya mencionada The Hours, pero no envolvente, y dos actrices que dan lo mejor de sí en todo momento.
Haynes va pavimentando su película con una habilidad cuya mayor virtud es que los espectadores no nos percatemos de que así lo hace, y cuando llegan las escenas álgidas, nos sorprendamos al comprender que nos ha ido atrapando en una robusta red emocional y entonces nos golpea sin que podamos ni queramos evitarlo, con una Cate Blanchett poderosa que, en ocasiones, nos enturbia la mirada y nos la vuelve vidriosa por las lágrimas que despuntan y un cierre que nos provoca un inefable escalofrío de grata emoción: ese era nuestro destino.El cierre de 'Carol' nos provoca un inefable escalofrío de grata emoción: ese era nuestro destino
Patricia Highsmith finalizó el epílogo de su novela, en el que explica por qué se sirvió de un seudónimo para la primera edición de la misma, con lo siguiente: “Me alegra pensar que este libro le dio a miles de personas solitarias y asustadas algo en que apoyarse”. Y yo os digo que, para empezar, veáis Carol, no únicamente porque la vais a disfrutar gracias al buen oficio de Todd Haynes, sino también porque puede serviros para recordar que todos los amantes merecen respeto, y que nunca debemos volver a permitir que nadie sufra violencia social por razón de con quién se acuesta o a quién ama.