Aproximadamente entre el 10% y el 15% de las parejas en edad reproductiva muestran algún problema de infertilidad. Muchos de estos casos pueden solventarse gracias a las técnicas de reproducción asistida. Sin embargo, de cada quinientas mujeres infértiles, se calcula que una lo es por anomalías uterinas, ya sea congénitas o derivadas de alguna lesión o infección posterior al nacimiento. En estos casos las posibilidades de tener hijos de forma natural se hacen prácticamente nulas; ya que, por mucho que se consiga fecundar sus ovocitos y obtener embriones sanos, nunca podrían implantarse en su útero. Por eso, hasta no hace mucho tiempo las únicas opciones disponibles para ellas eran la adopción o la subrogación, en caso de que se permitiera en su país.

La reproducción, un negocio fértil

Afortunadamente, esta reducida lista de posibilidades se amplió un poco en septiembre de 2013, con el nacimiento en Suecia del primer bebé a partir de un útero trasplantado. Desde entonces, otros 38 trasplantes de este tipo se han llevado a cabo por todo el mundo, aunque solo diez de ellos llegaron a término con éxito. En todos estos casos, la donante del útero era una mujer viva, normalmente familiar o amiga muy cercana de la receptora. Esto reducía mucho las posibilidades de encontrar un órgano, ya que se trata de un acto muy altruista, que solo suele aceptar una persona muy allegada a la mujer que desea ser madre. Conseguir que esta persona exista y que, además, sea compatible con ella, es especialmente complicado. Por eso, en los últimos años se ha intentado reproducir la técnica, pero utilizado úteros donados por pacientes fallecidas. En total se han llevado a cabo diez intentos, todos ellos en Estados Unidos, Turquía o la República Checa; pero, por desgracia, ninguno de estos embarazos logró terminar con el nacimiento de un bebé vivo. Pero la mala racha parece haberse tomado un descanso, pues hace unas horas se publicaba en The Lancet la noticia del nacimiento de una niña, fruto del trasplante de útero de una donante fallecida, en un hospital de São Paulo. Este se convierte en el primer nacimiento de este tipo en todo el mundo, pero también en el primer embarazo de una mujer con útero trasplantado que finaliza con éxito en América Latina.

Una nueva opción contra la infertilidad

La paciente cuyo caso se describe hoy en The Lancet es una mujer de treinta y dos años que nació sin útero a causa del síndrome de Mayer-Rokitansky-Küster-Hauser (MRKH). En cuanto a la donante, era una mujer de cuarenta y cinco años, que murió a causa de un accidente cerebrovascular.

La receptora se sometió cuatro meses antes del trasplante a un ciclo de fecundación in vitro (FIV), del cual resultaron ocho óvulos fertilizados con éxito y criogenizados para su posterior uso. Finalmente, la cirugía fue llevada en septiembre de 2016. El proceso duró diez horas y media, durante las cuales se tuvo que prestar especial atención a la conexión de los vasos sanguíneos, los ligamentos y los canales vaginales de la paciente con el útero trasplantado. Acabada la intervención pasó dos días en cuidados intensivos, tras los cuales se pasó a una sala para trasplantados, en la que permaneció cinco días más. A los cinco meses el nuevo órgano no había sido rechazado, las ecografías mostraban un útero sin anomalías y la menstruación era totalmente normal. Se planeó la transferencia de los embriones resultantes del ciclo de FIV, pero en ese momento el endometrio no era lo suficientemente grueso para que estos pudieran implantarse, por lo que se pospuso un mes más. Finalmente, la implantación se llevó a cabo con éxito y el embarazo transcurrió sin complicaciones, más allá de una leve infección renal en la embarazada.

¿Es posible que salvar una vida pueda dejar en la calle a un donante?

La niña nació a las 35 semanas, a través de cesárea, con dos kilos y medio de peso. Durante la cesárea también se le retiró el útero a la madre, para evitar rechazos posteriores de un órgano que, de todos modos, ya no iba a usar. Como consecuencia, también se le pudo retirar el tratamiento inmunosupresor. En el momento de la redacción del estudio, siete meses después del parto, la pequeña pesaba 7’2 kilogramos y la madre la seguía amamantando.

Este caso supone un rayo de esperanza para las mujeres que esperan poder experimentar la sensación de llevar en su interior a sus hijos, sin tener que pedir a una persona querida que se someta a los riesgos quirúrgicos de una extracción de su útero. Donar órganos es regalar vida y este es un clarísimo ejemplo de ello.