William Briscoe/YouTube

Agencia SINC – Más allá de la vida marina que habita en sus aguas y anida en sus costas, la Antártida es una tierra salvaje casi deshabitada. Su escasa población oscila entre mil y cinco mil investigadores que viven repartidos entre las bases científicas del continente (42 de ellas permanentes).

La bióloga Elisenda Ballester, el expedicionario Ramón Larramendi y la winterover Kathrine Mallot forman parte de ese pequeño porcentaje de humanos que vivirán estas Navidades en los confines del planeta. Lejos de las luces de colores, los villancicos y los polvorones, recorrerán la inmensa capa helada que se hunde más de mil metros la corteza terrestre para estudiar el terreno, analizar el impacto del cambio climático en el continente y vigilar el experimento IceCube de neutrinos.

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Proyecto Bluebio

Elisenda Ballester

Navegar entre un imponente mar helado e inmensas cordilleras, caminar entre fiordos y observar animales en un clima extremo es el plan navideño de la microbióloga Elisenda Ballester, que este 25 de diciembre partió desde Barcelona rumbo a la Antártida.

“Allí voy a trabajar con bacterias asociadas con invertebrados, como corales y esponjas”, cuenta la investigadora. Ballester colabora en el proyecto Bluebio que estudia cómo el calentamiento global influirá en los invertebrados marinos que viven en condiciones frías. En concreto, su grupo de nueve personas analizará el impacto de las variaciones de temperatura sobre la producción de metabolitos secundarios, sustancias producidas por el animal o sus simbiontes para protegerse de predadores y que se utilizan como medicamentos anticancerígenos o antibióticos.

“Mi trabajo se centra en averiguar cómo los cambios de temperatura modifican las poblaciones microbianas asociadas a estos animales y cómo estos cambios afectarán a su salud”, precisa.

Durante las próximas semanas, su hogar será la base antártica española Juan Carlos I, gestionada por el CSIC, que desde hace casi 30 años abre cada verano austral y en la que trabajan una media de 42 personas. Después, se resguardará del frío en el Buque Oceanográfico Hespérides.

“Seguro que organizamos algo allí estas fechas. En la Antártida al final todos los días acaban siendo un poco iguales, la base, el glaciar, las mismas caras. Por eso, cualquier excusa es buena para organizar algo y que el día sea distinto. El cocinero preparará una comida especial y la fiesta se organizará entre todos”, afirma la microbióloga.

A pesar del frío y de las durísimas condiciones de trabajo, para ella, estar de guardia en Navidad no es motivo de queja. “Huir de las tiendas, las compras, las luces y el consumismo para llegar a lo opuesto es una buena propuesta, así como pasar el fin de año sin que se ponga el sol. No me tomé nada mal lo de currar en estas fechas”, confiesa.

Eso sí, en mitad de la nada, donde todo es un lienzo en blanco, sabe que algo echará en falta. “Tengo un abuelo de 96 años y unos sobrinos de 3 meses, así que esta será una Navidad de cuatro generaciones. Además, dejar la pareja tanto tiempo siempre cuesta. Así que echaré de menos el calor de la familia y amigos”.

cambio climático
Pink Floyd 88 (Wikimedia)

El Trineo de Viento

Ramón Larramendi

A más de 10.000 kilómetros de su hogar, el explorador polar Ramón Larramendi confiesa que también echará de menos a su familia estas fiestas. “Cuando lo habitual es volver a casa por Navidad, nosotros nos hemos ido, pero el mundo antártico es el mundo del revés. También echaré de menos el árbol navideño, porque es algo que no hay en estos 14 millones de kilómetros cuadrados que son la Antártida”.

Larramendi es el líder de la expedición "Antártida Inexplorada 2018-2019" que desde el 1 de diciembre de 2018 al 12 de febrero de 2019 recorrerá 2.000 kilómetros por una de las zonas más inhóspitas del conocido como sexto continente.

Con temperaturas inferiores a 50 grados bajo cero, el investigador y sus tres compañeros españoles viajarán a bordo del Trineo de Viento, un vehículo impulsado con energía eólica, y recogerán datos para 10 proyectos científicos relacionados con la meteorología, el cambio climático o la búsqueda de vida en el hielo.

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“Nos alojamos en el mismo eco-vehículo Trineo de Viento, que tiene encima dos tiendas, una de pilotaje y otra de habitabilidad, que es donde descansamos y donde hacemos la vida. Pudiera ocurrir que algún día navideño coincida que estemos la base científica japonesa del Domo Fuji, al que nos dirigimos, pero no lo podemos saber”.

En la estación de investigación operada por Japón o en un campamento improvisado en medio de la nada, no hay excusa para no hacer fiesta. Según el investigador, el espíritu navideño no se congela.

“Nos hemos traído un par de botellas de champán para la Navidad y para empezar el 2019. Incluso nos traemos unos gorritos navideños para nuestra muy pequeña y particular fiesta de cuatro personas. Los días clave también nos prepararemos un menú especial, en el que no faltará el turrón. Y por supuesto nos pondremos algo de música festiva, que nos traemos en el ordenador”.

Experimento IceCube

Kathrine Mallot

En el corazón del continente helado se encuentra el experimento IceCube, un extraño telescopio situado en la estación Amundsen-Scott del polo sur geográfico. Su tarea es detectar los neutrinos cósmicos más energéticos y, para ello, usa el hielo en la Antártida como medio de detección.

Cada año, varios investigadores o winterovers se encargan de vigilar que el proyecto esté en continuo funcionamiento y a la investigadora alemana Kathrine Mallot le toca estar de guardia estas fiestas.

“Nuestra labor es monitorear el centro de datos local. También nos encargamos de reemplazar el hardware cuando es necesario y somos responsables de ejecutar las configuraciones especiales del detector”, cuenta Mallot.

Lugares para ‘vivir’ la ciencia

“Alternamos los turnos semanalmente y estamos de guardia las 24 horas del día, los siete días de la semana. IceCube toma datos todo el tiempo, por eso tenemos que estar disponibles en todo momento para arreglar cualquier problema lo más rápido posible”, añade.

Aun así, como la Antártida no ofrece muchas posibilidades de distracción y ocio, siempre hay algo de tiempo libre para cumplir con las tradiciones. “Cada año, decoramos la estación con motivos navideños y horneamos casitas de pan de jengibre. Hay quienes participan en la tradicional carrera sobre hielo que se celebra cada año y un pequeño grupo hace un amigo invisible el 25 de diciembre. El equipo de cocina también prepara una comida especial”.

Esta es la primera Navidad que pasa lejos de casa, sin sus padres y sus abuelos. “Siempre disfruto comprando los regalos para todos y en esta ocasión no puedo hacerlo, es lo único que me entristece. En general, hay tantas cosas que hacer aquí en la estación, que no tengo mucho tiempo para pensar en lo que me estoy perdiendo. La ciencia no descansa en Navidades”.