Parece obligado comenzar diciendo que el actor estadounidense **Kevin Spacey*, antes muy respetado y aún conocido por sus interpretaciones en películas como Glengarry Glen Ross (James Foley, 1992), The Usual Suspects, Seven* (Bryan Singer, David Fincher, 1995), L. A. Confidential (Curtis Hanson, 1997), American Beauty (Sam Mendes, 1999) o La vida de David Gale (Alan Parker, 2003) y la magnífica serie de televisión House of Cards (Beau Willimon, desde 2013) ha arruinado su gran carrera en el cine por su depredación sexual y, al tiempo tras conocerse su conducta y ser despedido sin contemplaciones, **ha dinamitado las posibilidades de que el cautivador drama político de su Frank y la Claire Underwood de Robin Wright* (Forrest Gump*) termine por todo lo alto, como una obra mayor de principio a fin.
Porque esta serie es menos de lo que podría sin Spacey y Frank, como lo fue irremediablemente casi toda esa novena temporada de *The X-Files (Chris Carter, desde 1993) con la ausencia de David Duchovny (Californication) y su Fox Mulder: cuando una historia tiene dos pilares dramáticos, su cojera no hay quien la arregle a falta de uno de ellos, y si la ficción paranormal eran Mulder y la Dana Scully de Gillian Anderson (Hannibal, American Gods*), la de House of Cards y su terrible ambición política *eran* Frank y Claire Underwood. No hay vuelta de hoja para esto y, no obstante, si resulta trágico que no se haya podido completar el ciclo narrativo de él en apoteosis al haberle sacado por la puerta de atrás, al menos el esfuerzo para ofrecer una justificación decente a golpe de guion es indiscutible.
La trama sigue siendo tan interesante, aguda e inteligente como de costumbre, pero tal vez algo menos agresiva en los enfrentamientos verbales. Los monólogos de Claire ante la cámara se revelan más descriptivos y no tan elocuentes como los de su esposo defenestrado, y la planificación audiovisual y el montaje no cuentan con todo el nervio al que nos tenían gratamente habituados en temporadas anteriores. Las diferencias también incluyen flashbacks de un pasado remoto de lo más inesperado y varios misterios de cierta clase por los que los guionistas no solían optar. Y, en cualquier caso y como debe ser, la intriga de la temporada gana en complejidad y la tensión va in crescendo conforme se suceden los episodios, con puzles conversacionales como el del cuarto o estallidos a la manera del sexto.
Probablemente, la temporada última de House of Cards es todo lo buena que podría ser en estas circunstancias, con el disgusto mayúsculo de prescindir de un personaje con un magnetismo tan arrollador como el de Frank, que llegaba al summum cuando se unía al de Claire. Y uno se ve tentado de decir que, en efecto, ella es más despiadada que su marido, pero debemos considerar lógico que la aterradora lucha a muerte que presenciamos aquí hubiera ocurrido también si Francis Underwood la hubiese protagonizado junto a su esposa, en cuya piel está espléndida, intachable, extraordinaria Robin Wright, con el peso de exhibir la trágica y fascinante perversidad que antes compartía con Kevin Spacey sobre sus hombros. Qué lejos nos encontramos ya de la pobre Jenny Curran.
La acompañan otros intérpretes estupendos: Michael Kelly (Los Soprano) como Doug Stamper, cuyo papel se ve igualmente favorecido por la ausencia de Frank incuso hasta el asombro; Diane Lane (La ley de la calle) y Greg Kinnear (Mejor... imposible) encarnando a Annette y Bill Shepherd, Campbell Scott (Daños y perjuicios) como Mark Usher, Derek Cecil (Treme) de Seth Grayson, la deliciosa Patricia Clarkson (*Six Feet Under) en el rol de Jane Davis, Boris McGiver (The Wire) como Tom Hammerschmidt, Jeremy Holm (Mr. Robot) prestándole sus facciones a Nathan Green, Constance Zimmer (The Newsroom) como Janine Skorsky o Lars Mikkelsen (Sherlock*) luciéndose de Viktor Petrov. Todos ellos, libreto mediante, cumplen con el cometido de construir o de rematar una visión profunda y difícil de los entresijos en la política estadounidense. Y, con su buen cierre shakespeareano, House of Cards se nos termina, aún como la mejor serie de televisión entre las que se emiten que uno podía contemplar.