**Con el estreno de la sexta temporada completa de *House of Cards* (Beau Willimon, 2013-2018) concluye la mejor serie de televisión que se podía ver entre las que se emiten a día de hoy** y, desde luego, la que nos ha mostrado con mayor profundidad y crudeza las entretelas oscuras del poder político estadounidense, su funcionamiento desde Washington D. C. y sus relaciones con los periodistas, las agencias de seguridad, los magnates del país y otras potencias del mundo; todo ello con el impagable protagonismo de dos personajes magnéticos e inolvidables, Frank (Kevin Spacey) y Claire Underwood (Robin Wright), cuya hipnótica perversidad nos ha maravillado más que ninguna otra en este tiempo; incluso con Spacey defenestrado para la temporada final.
Por si hubiese espectadores a los que el cierre no les haya satisfecho demasiado, los showrunners Frank Pugliese y Melissa James Gibson, que sustituyeron al creador desde la quinta temporada, han justificado sus decisiones en una entrevista con *The Hollywood Reporter*. Esencialmente, lo que entraña la última escena es la resolución del misterio sobre la muerte de Frank, que había sido una sombra alargadísima durante los ocho nuevos episodios, con el enfrentamiento ineludible de Doug Stamper (Michael Kelly) y Claire, entonces Hale, las dos personas más cercanas al difunto: Doug le mató cuando Frank iba a la Casa Blanca, ciego de ira, a cargarse a su traidora esposa por haberle dado la espalda, de manera que pareciese una sobredosis de somníferos, para proteger así “el legado del hombre”.
Le exige a Claire, embarazada de una hija de su marido muerto, que reconozca que este la hizo tal como es, que ella no habría logrado sentarse tras el escritorio Resolute del Despacho Oval ni nada de lo que tiene sin él. Pero la Presidenta no quiere admitirlo, y Doug la amenaza con el abrecartas regalado por Frank y le corta superficialmente en el cuello. Pero es incapaz de clavárselo y cumplir con su propósito de eliminarla; ella aprovecha para apuñalarle y Doug, la única persona que sabe todos sus secretos terribles, muere en sus brazos; tras lo que Claire mira a cámara, nos mira a nosotros, testigos asombrados y sin voz de su decisivo triunfo. “Queríamos que el final fuera catártico y, por eso, alguna clase de liberación”, explica Frank Pugliese; “la complicada revelación de muchos aspectos del personaje de Claire”.
Y continúa así: “Francis estaba fuera de pantalla. Parecía que el enfrentamiento era inevitable”. Sin duda. “Realmente, exploramos todas las posibilidades”, comenta a su vez Melissa James Gibson, “pero no sólo en términos de la psicología de Claire, sino también de Doug Stamper, hasta que eso fue lo que quedó claro como lo correcto”. Y apunta, encajando bien todas las piezas para quienes no se percataran de algo capital: “Hay un elemento de círculo completado en todo esto. La serie comenzó con Francis Underwood matando a un perro herido, acabando con su sufrimiento y hablando de la naturaleza del dolor. Al final, Claire está, en cierto modo, liberando a Doug Stamper y mirándonos en un círculo completo”. Y es que las últimas palabras de la Presidenta son las siguientes: “Ya está. Se acabó el dolor”.
“La asociación [entre Claire y Frank] ya no era sostenible y creo que eso quedó al descubierto y muy claro al final de la quinta temporada”, sostiene igualmente Gibson. “Esta iba a ser la temporada del enfrentamiento, y creo que todavía lo es. Sólo que sin él en pantalla y con otros personajes llenando el vacío”, y una Claire que “demostró que sus manos estaban tan ensangrentadas como las de él” cuando mató a su amante Tom Yates (Paul Sparks). “Eran iguales, incluso ella dijo eso. Lo que sentimos verdadero es que se revela a sí misma como una gran antiheroína como lo fue Francis. Ella puede ser tan complicada, sorprendente, oscura y todo lo que él alguna vez fue”. E incluso más audaz que el propio Frank Underwood, que tal vez por ello decía quererla “más que los tiburones a la sangre”.