El pasado domingo, 9 de septiembre, el suelo de varios municipios granadinos temblaba ligeramente bajo los efectos de un terremoto de 2’9 grados en la escala Richter. El epicentro del temblor-el primer punto de la superficie terrestre al que llega en línea la vibración-, que tuvo lugar a las 15:50, se encontraba en Armilla, una localidad situada a 5’5 kilómetros de Granada.
Desde entonces, otros cinco seísmos, acaecidos entre las 14:29 y las 22:56 del lunes 10, han seguido sucediéndose, todos ellos con magnitudes por debajo de los tres grados y epicentros en localidades de la misma zona.
Pero, ¿a qué se deben todos estos terremotos? ¿Por qué se sitúan tan cerca en el espacio y en el tiempo? La respuesta está debajo de nuestros pies, en la capa rígida más superficial de la Tierra.
¿A qué se deben los terremotos?
El origen de los terremotos se encuentra en el movimiento de las placas tectónicas. Según la teoría desarrollada por el geólogo Harry Hess, la placa más externa de la corteza terrestre, denominada litosfera, se encuentra dividida en una serie de placas, conocidas como placas tectónicas.
Dichas capas se mueven sobre el manto terrestre de una forma similar a la de las galletas sobre las natillas o el corcho sobre el agua.
Se trata de un movimiento continuo, que conlleva que los límites entre placas se acerquen (límites convergentes), se alejen (límites divergentes) o fluyan paralelamente (límites transformantes). Pero, ¿cómo pueden dar lugar estos desplazamientos a los terremotos?
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Cuando los límites entre placas se mueven se genera un efecto similar al de una goma que se estira. En un principio no pasa nada, pero se va produciendo una acumulación de energía que se libera de golpe, después de que la goma llegue a su límite y se rompa.
En el caso de la Tierra, esta energía se propaga en forma de ondas, que dan lugar al temblor característico de los terremotos.
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Fallas y probabilidad de terremoto
Otra consecuencia de las tensiones tectócnias es la formación de pequeñas fracturas del terreno, denominadas fallas.
Precisamente, la ubicación de estas grietas es otro factor determinante de la generación de terremotos, ya que su movimiento sigue generando el desplazamiento de bloques en el subsuelo. Sin embargo, sólo las fallas con un alto grado de rozamiento suelen estar relacionadas con seísmos.
En España, las fallas más problemáticas se encuentran en Alicante, el este de la región de Murcia, Málaga y Granada; de ahí que sean las zonas en las que se suelen dar terremotos con más frecuencia.
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Un claro ejemplo es el del terrible temblor que en 2011 dejó un total de nueve muertos y más de trescientos heridos en la localidad murciana de Lorca. Este es uno de los mayores terremotos actuales que se han dado en España, pero sin duda no el más grande. De hecho, no hay que retroceder demasiado en la historia para encontrar dos grandes terremotos que asolaron regiones cercanas a las fallas más problemáticas.
El primero de ellos tuvo lugar en 1829, en la localidad alicantina de Torrevieja, dejando casi 400 muertos. Más tarde, en 1884, se dio un inmenso terremoto en Alhama de Granada. Este temblor, comúnmente conocido como “el terremoto de Andalucía”, se saldó con algo más de 1.000 víctimas mortales y 1.200 heridos.
¿A qué se deben las réplicas?
Como en el reciente caso de Granada, los terremotos no vienen solos. Por lo general, al primero suelen seguir varias réplicas, normalmente de menor intensidad.
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La causa de estos nuevos temblores es la reacomodación de las placas terrestres, que después del seísmo se mueven bruscamente en busca de su posición original, dando lugar a nuevos temblores.
Aunque se trate de un tema peliagudo, que genera bastante miedo entre la población, España no es uno de los países con mayor actividad sísmica del mundo. Ejemplos como el de los grandes terremotos del siglo XIX o el de Lorca son poco probables en comparación con los casos de pequeños temblores, como los que actualmente se están dando en Granada. Vale la pena conocerlos, pero sin dejar que cunda el pánico.