Los superhéroes están dominando la gran pantalla con inmensas taquillas en los últimos años gracias a recuperar buena parte de la identidad que tuvieron en sus cómics originales. Un universo extendido donde los personajes se entremezclan, acción a raudales para enganchar al gran público, y también la presencia de ciertos debates morales que, sin ser muy elevados, han sido aplaudidos por parte de la crítica.

Tal es el caso de la paradoja de Wakanda, el país de Black Panther, un estado rico y poderoso dentro de una África hambrienta. La diversidad y la presencia de la mujer, referida en los últimos tiempos en la figura de Wonder Woman por parte de DC que le otorgó grandes titulares y que ahora quiere también comenzar Marvel con la presentación de Captain Marvel, es otro de los puntos que han dado a las películas sobre superhéroes una pátina que va más allá de las películas de acción. Por no hablar del interés que generan a nivel narrativo villanos tan seductores como el Joker o la versión de Thanos en la gran pantalla.

Todos estos personajes emergen de una larga historia que comienza a finales de los años 30 con la publicación de Superman. Un periplo que los ha configurado hasta darles su carácter actual, pero que estuvo a punto de quedar anclado en un producto puramente infantil y casi cómico y naif debido a una causa: la autocesura que la propia industria se impuso para poder seguir publicando.

Fredric Wertham y la caza de brujas contra los cómics

En sus comienzos, los superhéroes surgieron saltando de las tiras de los periódicos a las grapas en un país como Estados Unidos que buscaba referentes. Eran los tiempos posteriores a la Gran Depresión y la I Guerra Mundial se acercaba. De aquella época, en la que estos tipos con capa se convirtieron en símbolos nacionales, son por ejemplo el conocido número 1 de Capitán América, en el que se presentaba al mundo golpeando a Hitler en toda la cara.

Sin embargo por aquel entonces el cómic era mucho más que personajes en mallas, y no solo en Europa. Los cómics de detectives habían conseguido ganar también una importante cuota de ventas, al igual que los de terror, preconizados por EC Comics, una editorial que sacó la tira que inspiraría la antológica serie de televisión Tales From The Crypt, recogiendo buena parte del legado de Poe y Lovecraft que hizo que el terror tuviera un campo extenso en el que cultivarse en la cultura popular de los Estados Unidos.

También había entonces ya diversidad. Los cómics eran leídos por millones de personas de toda clase y condición, y con ello, algunas editoriales se atrevieron a lanzar cómics como All-Negro, realizado por artistas afroamericanos en 1947 buscando llenar el vacío que había de héroes de raza negra. En la misma época, The Woman in Red representaba a una heroína que combatía al crimen un año antes del lanzamiento de Wonder Woman. Se podía decir que en el autodenominado país de la libertad, había realmente libertad.

Sin embargo todo esto cambió con la llegada de la Guerra Fría. El Macartismo impulsó entonces su conocida 'caza de brujas' sobre actores y artistas, y al mismo tiempo la sociedad norteamericana se imbuía en el miedo y el conservadurismo ante el miedo al comunismo y la guerra nuclear.

En ese contexto, apareció la figura de Fredric Wertham, un psiquiatra germano-americano especializado en temas sociales que tras estudiar el comportamiento de jóvenes conflictivos en prisiones inició su particular cruzada contra los cómics. Para él, según publico en el bestseller de la época La seducción de los inocentes, los cómics introducían en los más jóvenes "sentimientos de violencia y aberración". En él llega a citar el complejo de Superman, que se definía como el sentimiento de superioridad al golpear a otra persona, decía que Wonder Woman incitaba los comportamientos lésbicos, a la vez que Batman hacía lo mismo con la homosexualidad y la pedofilia por su relación con Robin.

Fredric Wertham. Wikimedia Commons

Comics Code Authority: autocensura contra el cómic

Los argumentos de Wertham, que hoy parecen ridículos, llegaron hasta el Senado de Estados Unidos, donde una comisión concluyó que los cómics eran un mal ejemplo para los jóvenes. Era el año 1954, y los editores, ante el miedo de perder respaldo popular, decidieron formar juntos un comité que controlara la censura en sus propias editoriales. Había nacido la Comics Code Authority, que durante varias décadas marcó las portadas de los cómics de Marvel y DC con un sello de aprobación en su esquina superior derecha.

Sin embargo, aunque los editores realizaron este movimiento para salir de las críticas y mantener sus ventas, consiguieron todo lo contrario. Sean Howe, autor de Marvel Comics: The Untold Story, señala que 15 editoriales cerraron solo unos meses después de la puesta en marcha del código, incluida EC Comics. El terror, había quedado tajantemente prohibido por censura interna, así como mostrar hombres-lobo o vampiros, pero sobre todo donde hacía incidencia el código era en la sexualidad y el respeto de la autoridad. Estas eran algunas de sus normas. Si un cómic no las pasaba, no salía al mercado con el sello. Y todas las editoriales pasaron por el aro:

  • No hay imágenes de desnudos ni consideradas sexys
  • Los delincuentes siempre deberían ser malos y nunca triunfar sobre lo bueno. Los cómics deberían dejar en claro que no deben ser imitados ni causar empatía.
  • Las figuras de la autoridad (policías, funcionarios del gobierno, organizaciones) deben ser respetadas.
  • Los hombres lobo, los zombis y los vampiros están prohibidos
  • Queda prohibido el lenguaje vulgar
  • Había órdenes de respetar la santidad de la familia (es decir, sin divorcio o personas homosexuales)

Con todas estas normas, es normal imaginarse que más allá de reprimir cualquier libertad sexual, el cómic quedaba impedido a la hora de mostrar personajes como el Joker que hoy conocemos, antihéroes como The Punisher, y por supuesto que cualquier héroe se enfrentara al Gobierno o ejército de Estados Unidos por causa mayor, como han hecho en decenas de ocasiones.

El resultado: unos superhéroes infantiles y la erradicación de otros géneros

Los efectos de la nueva censura se vieron claramente en algunos de los personajes más reconocibles. Batman por ejemplo tomó un lado más paterno con Robin, al tiempo que se introducían personajes como Bat-Mite (BatiDuende), totalmente enfocados al público infantil. Superman conoció a Krypto, su superperro, y Wonder Woman dejó a un lado sus poderes para quedarse en el mundo de los humanos una temporada por motivos de amor, toda una oda al feminismo.

El cómic había pasado de ser un elemento que atrapaba a millones de personas de un rango de edad amplio, a un producto solo para niños, dando lugar a un estigma que aún acompaña a la industria en algunas ocasiones. Como consecuencia, sus ventas descendieron casi un 50% en solo los dos primeros años de la norma. Los superhéroes eran anodinos, los villanos malvados planos, y siempre se sabía cómo acababa la historieta.

Pero lo que también fue importante y definitivo a la hora de configurar el cómic fue que este retroceso hacia el público infantil había acabado por completo con el cómic de terror y suspense de la época. Solo quedaban los superhéroes, un legado que tardó muchos años en revertirse, y que además hizo que buena parte del público adolescente fuera captado por la televisión en lugar de por la viñeta.

Stan Lee y el primer golpe a la Comic Code Authority

Los cómics (ahora solo de superhéroes, entonces) entraron con este contexto en lo que se conoce como su Edad de Plata. No se vendía tanto, pero fue el momento en que Marvel cambió su nombre y Stan Lee comenzó a crear todos los personajes que conocemos hoy en día.

Lee consiguió eludir a la Comic Code en primer lugar con Hulk en 1961. El gigante verde combatía al Ejército, pero lo hacía, según sus argumentos para los censores, porque la armada americana consideraba que hacía lo correcto al contrarrestar un hombre verde gigante fuera de control. Lo que no sabían es la lectura que después se daría al personaje de Bruce Banner, un reflejo del otro-yo, descontrolado pero honesto, que surge ante situaciones de injusticia.

Sin embargo las idas y venidas de Lee con la Comic Code subieron unos cuantos grados en 1971. Entonces, en pleno apogeo del uso de las drogas, la administración de Nixon pidió a Marvel que incluyera en Spiderman una historia de concienciación sobre las adicciones. Lee ideó tres números en los que el amigo de Peter Parker Harry Osborn cae preso de los estupefacientes. La Comic Code, sin embargo, no aprobó el título, dejándolo sin sello. A pesar de esto, Marvel lanzó los números, que recibieron una gran crítica por su labor social. Lee habló de este caso en una entrevista posterior.

Eran como los abogados, gente que interpreta el asunto literal y técnicamente. Como el Código mencionaba que no podíamos hacer alusión a las drogas, ellos, de acuerdo con sus normas, tenían razón. Así que no me enfurecí con ellos. Dije “Que le jodan al Código” y el sello de la CCA solo estuvo fuera esos tres números. Luego volvimos al Código otra vez.

Sin embargo este caso hizo que el Código retrocediera algo en sus posiciones, haciéndose más laxo, y dejando a los autores explorar nuevas temáticas. Poco a poco, el Código iba cayendo en desuso, ya permitía volver a mostrar imágenes de terror, y estableció unas normas para hablar de drogas, al tiempo que el aumento de la sexualidad en la cultura popular también ayudó a que poco a poco se introdujeran las primeras referencias de este tipo.

La distribución y DC y Marvel le dieron el golpe definitivo

Pese a los avances, el cómic seguía a comienzos de los 80 constreñido por los brazos de la censura, pero consiguió darle la vuelta. En esa época comenzaron a hacerse cada vez más populares las tiendas especializadas en cómics, que habían surgido gracias al empuje de las editoriales independientes, centradas en hacer cómics para adultos y que por supuesto prescindían del sello de aprobación.

DC y Marvel encontraron en esta distribución minorista pero directa una forma de pasar por alto a los intermediarios que vendían los cómics junto a revistas a quioscos y librerías en general. El producto llegaba directamente al fan y sin necesidad ya de llevar el sello de la Comic Code Authority, lo que hizo que DC, empujado por la llegada de autores británicos como Alan Moore o la irrupción de Frank Miller, recobrara ese tono oscuro. Fue la época de uno de los mejores Batman que se recuerda, de Watchmen, de Daredevil o de la creación de The Punisher. El cómic, estaba volviendo.

Conocedor de que su salida editorial debía acudir hacia un público más adulto, DC pidió que se volvieran a actualizar las normas del código, algo que consiguió en 1982. Esto, junto con la distribución directa a tiendas, ayudó a que en los noventa viéramos aquellas portadas que hoy resultan algo escandalosas, plagadas de figuras femeninas semidesnudas y por supuesto de una gran violencia.

El golpe de gracia a la CCA se lo dio definitivamente Marvel en 2001, cuando decidió abandonar el sello bajo la dirección de Joe Quesada y Bill Jemas. El sello había desaparecido en Marvel, y posteriormente, DC también se retiró definitivamente en 2011 cuando ya solo la usaba en algunas de sus publicaciones infantiles.

Nunca sabremos el desarrollo que pudo haber tenido el cómic americano en los 50 y 60 sin tal estrechez de miras preconizando sus contenidos, pero lo que está claro es que indirectamente la Comic Code ayudó a que los superhéroes, aunque infantiles, fueran el único género relevante durante muchos años. Un legado incómodo pero que, de una forma u otra, forma parte de la historia del cómic.

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