Los sexbots como se les conoce en inglés, son androides diseñados para satisfacer los deseos sexuales. Aunque puede parecer futurista, la realidad es que la industria de la tecnología sexual ya está valorada en cerca de 30 billones de dólares estadounidenses y los sexbots podrían propiciar que este mercado creciese aún más. El problema es que suelen ser publicitados de forma engañosa.

En un editorial publicado en BMJ, Chantal Cox-George, del St George’s University Hospitals NHF Foundation, y Susan Bewley, del King´s College de Londres (Reino Unido), argumentan que no hay base científica para promover el uso clínico de los sexbots.

“No hay ninguna evidencia que apoye los beneficios para la salud y, por lo tanto, no podemos hacer ninguna recomendación a favor o en contra del uso de los sexbots. Aconsejamos al público general que sea escéptico sobre sus supuestos beneficios”, explica a Sinc la profesora Bewley.

Estos androides –que a día de hoy están principalmente destinados a un uso masculino– suelen proponerse como estrategias de reducción del daño para disminuir la violencia sexual contra mujeres y niños. Las investigadoras realizaron un estudio teniendo en cuenta las búsquedas de internet relacionadas con las implicaciones para la salud del uso de los robots y la opinión de los expertos en la materia.

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“Hemos encontrado muchos puntos de vista, desde aquellos que piensan que no hay nada malo ni peligroso en practicar sexo con muñecos de plástico realistas; hasta aquellos preocupados porque la tecnología se adapte para permitir a los consumidores llevar a cabo sus fantasías interactivas sobre violaciones violentas”, reconoce Bewley. “No hemos encontrado evidencias que sustenten ninguno de los puntos de vista”, añade. Sin embargo, sí detectaron cuatro supuestos beneficios que se les atribuye a estos robots: sexo más seguro, potencial terapéutico, tratamiento de pedofilias y cambio de las normas sociales.

La realidad contra los argumentos

“El hecho de que el desarrollo del mercado de los sexbots reduzca el riesgo de violencia e infecciones, o incluso la explotación de las trabajadoras sexuales, es solo una especulación”, explican las autoras en el artículo de BMJ. Incluso asumiento que los sexbots pudieran servir para eliminar el tráfico y turismo sexual, la prostitución y promover un sexo más seguro, las investigadoras advierten que no está claro quién sería responsable de garantizar los protocolos de higiene sexual en los robots.

Según las autoras, los sexbots podrían ser útiles ante la disfunción eréctil o el celibato forzoso que supone la pérdida de la pareja. Pero la realidad es que los robots podrían empeorar problemas ya existentes, ya que no satisfacen la necesidades de intimar con alguien o el deseo recíproco.

Si se utilizaran para tratar la pedofilia o prevenir la violencia sexual, los sexbots podrían contribuir a normalizar delitos sexuales. “No está claro si la pedofilia es un trastorno médico que puede ser tratado. En vista de la falta de pruebas, llamamos a la cautela respecto al uso de los robots sexuales con apariencia de niños como tratamiento, a no ser que sea probado de forma rigurosa, científica y éticamente aceptable”, explica Bewley.

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A pesar de la falta de pruebas sobre sus beneficios, los robots sexuales tienden a ser cada vez más baratos y tecnológicamente avanzados. “El principio de precaución debería rechazar el uso clínico de los sexbots hasta que se hayan postulado sus beneficios, la reducción del daño y sus usos terapéuticos necesitan una comprobación empírica”, concluyen las expertas en su editorial.

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