La quinta entrega de la saga cinematográfica que comenzó con el éxito formidable que fue la asombrosa Parque Jurásico (Steven Spielberg, 1993), adaptación de la novela homónima de Michael Crichton, llega hoy a los cines de medio mundo. Cuatro secuelas ha costado que los guionistas se percaten de que la saga necesitaba una renovación y no sólo un relanzamiento, y tras la fallida El mundo perdido: Jurassic Park (Spielberg, 1997), la americanada inaudita de Parque Jurásico 3 (Joe Johnston, 2001) y la aceptable Jurassic World (Colin Trevorrow, 2015), por fin nos la han brindado con todas las de la ley: **Jurassic World 2: El reino caído (Juan Antonio Bayona, 2018)** constituye una ruptura contundente y manifiesta con la línea que hasta hora se había seguido sin interrupción, así que, en ese aspecto, podemos decir que estamos de enhorabuena.
Si Jurassic World es prima hermana de Parque Jurásico porque en ella, básicamente, lo que ocurre es la destrucción del segundo parque temático con dinosaurios desextintos en la isla Nublar, **Jurassic Wold 2 se parece sobre todo a El mundo perdido, pues en ambas hay un regreso de algunos de los protagonistas —Ian Malcolm (Jeff Goldblum) en la una y Claire Dearing (Bryce Dallas Howard) y Owen Grady (Chris Pratt) en la otra— a un entorno de dinosaurios libres —la isla Sorna en la primera y Nublar en la segunda— y, después, el transporte al continente de uno o más dinosaurios por la iniciativa económica —montar un parque temático en San Diego y, ahora, vender a las criaturas al mejor postor— de alguien cercano a uno de los fundadores** —Peter Ludlow (Arliss Howard), sobrino de John Hammond (Richard Attenborough), y Eli Mills (Rafe Spall), delfín de Benjamin Lockwood (James Cromwell).
Ambas iniciativas codiciosas, por supuesto, concluyen en una esperable catástrofe localizada y una auténtica escabechina. Es decir, todo lo anterior demuestra que la estructura de los dos primeros filmes de la trilogía nueva esconde un claro paralelismo con los de la original... pero la diferencia clave radica en el hecho de que, en Jurassic World 2, la isla Nublar es arrasada completamente por su volcán mientras que el criadero abandonado de Sorna, ambiente también de Parque Jurásico 3, sigue ahí, y los dinosaurios trasladados a la hacienda de Lockwood escapan y se desperdigan sin control ninguno por Norteamérica: ese es el gran giro que la película de Bayona indroduce en la saga pues, aunque San Diego tuvo un terrorífico contacto con un Tiranosaurio Rex en El mundo perdido, a este lo acabaron devolviendo a la isla Sorna gracias a Malcolm y la doctora Sarah Harding (Julianne Moore).
Esto rompe rotundamente con la fórmula usual de la saga, por la que los dinosaurios permanecían en aislamiento y nunca ocasionaban *el drástico cambio medioambiental que, se supone, podrá verse en lo que respecta al continente americano en Jurassic World 3* (Trevorrow, 2021). Y en ello incide la brevísima escena poscréditos del filme de Bayona, cuyos cinco segundos aproximados dan para que nos enseñen cómo varios especímenes de pteranodón, el reptil prehistórico que volaba como nuestras aves, arriban a la ciudad de Las Vegas**, en el desierto de Nevada, y al menos uno se posa sobre la conocida réplica de la Torre Eiffel del hotel y casino París, en el suburbio de Paradise, y se escucha su rugido antediluviano; aunque la verdad es que no sabemos si los veganos presentes lo oirían entre el ruido infernal de las máquinas tragaperras.
No parece discutible que esta escena poscréditos se la podían haber ahorrado y haberla incluido en el montaje de la secuencia final, en la que, con el resto del discurso de Ian Malcolm ante una comisión del Gobierno estadounidense sobre permitir que los dinosaurios desextintos desaparecieran del globo terráqueo durante la destrucción volcánica de la isla Nublar, por el riesgo obvio de que la investigación genética con ellos trastoque el medio ambiente contemporáneo y ponga en peligro la preeminencia de la humanidad, el mosasaurio gigantesco que escapó de la isla Nublar al principio amenaza a unos surfistas, la inteligente velociraptor Blue contempla una zona residencial desde una altura, el tiranosaurio rex cruza los límites de un zoo, se encara con un león y ambos rugen y los pteranodones vuelan en libertad. Porque esto ya no es un parque temático al estilo de los de Disney sino un verdadero jurassic world, un mundo jurásico.