Hace algo más de veinte años, una sonda de la NASA exploró una luna de Júpiter llamada Europa a unos 400 kilómetros de altura. Aquellos viajes de la misión Galileo alrededor del satélite permitieron obtener las primeras evidencias de que existía un océano de agua líquida bajo la corteza helada de su superficie. Los datos obtenidos en uno de los sobrevuelos, realizado el 21 de diciembre de 1997, mostraban además unos hallazgos inesperados, que han pasado desapercibidos hasta ahora.

Tras el fin de la misión Galileo en septiembre de 2003, cuando se estrelló contra Júpiter, los investigadores continuaron estudiando Europa. Esta luna, descubierta por Galileo Galilei en 1610, es uno de los lugares más destacados en la búsqueda de de vida extraterrestre en el sistema solar. El interés aumentó exponencialmente cuando el telescopio Hubble detectó fumarolas de agua emanando de la superficie del satélite, un resultado confirmado posteriormente por la NASA.

Por aquel entonces no lo sabíamos, pero los géiseres de agua —que salen disparados de Europa hasta alcanzar los 200 kilómetros de altitud— ya habían sido observados mucho tiempo atrás. Fue precisamente la sonda Galileo la que había detectado los chorros que emanaban de la luna de Júpiter, sin que los científicos pudieran interpretar correctamente sus resultados. Los datos, obtenidos hace dos décadas, han sido analizados de nuevo por un equipo de investigadores de Estados Unidos. Sus conclusiones publicadas hoy en Nature son claras: Galileo detectó plumas de agua en directo, unas fumarolas que luego fueron observadas en la distancia por el telescopio Hubble entre 2012 y 2016.

Europa, la luna de Júpiter con un océano de agua

"Los procesos de tipo pluma en Europa ya se habían detectado previamente, pero, por primera vez, se confirman mediante evidencias in situ a partir del campo magnético y del plasma", explica a Hipertextual Jesús Martínez Frías, jefe del Grupo de Investigación de Meteoritos y Geociencias Planetarias en el Instituto de Geociencias (IGEO) del CSIC y la Universidad Complutense de Madrid. En su opinión, el trabajo resulta "muy interesante" al proporcionar "información novedosa sobre los procesos geológicos del interior de Europa y sus distintas posibilidades de detección y análisis".

"Estos resultados confirman cómo objetos planetarios de pequeño tamaño pueden tener energía para desarrollar una vitalidad geológica, gracias no a sus características endógenas, sino a la interacción de otros mayores, como es el caso de Júpiter", comenta Martínez Frías, que no ha participado en la investigación. El director de la Red Española de Planetología y Astrobiología (REDESPA) destaca la importancia de Júpiter, el mayor planeta del sistema solar, en la aparición de los géiseres de Europa y en la localización y forma de los chorros de agua. Según el estudio publicado en Nature, el plasma de la corona de este mundo interacciona con el satélite, provocando variaciones en el campo magnético y en el plasma de la propia luna, afectando a los procesos geológicos que suceden en su interior.

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NASA-JPL Caltech

Más importante es, si cabe, el prometedor futuro de Europa como candidato para la búsqueda de vida extraterrestre. Según Martínez Frías, "la relación entre vitalidad geológica y búsqueda de vida en cuanto a sus condiciones de habitabilidad no tienen por qué restringirse a planetas de tipo terrestre". Este tipo de mundos tendrían el suficiente tamaño para generar su propia energía; sin embargo, los resultados presentados hoy muestran que dicha energía "puede venir 'cedida' de otros cuerpos planetarios, lo cual es importante desde el punto de vista astrobiológico", asegura a Hipertextual.

Horas antes de la publicación del trabajo, la NASA convocó una reunión para discutir los resultados sobre la luna de Júpiter. Su objetivo es valorar la situación de Europa como uno de los lugares más prometedores para la exploración espacial de todo el sistema solar. Su homóloga al otro lado del Atlántico, la Agencia Espacial Europea, tiene previsto lanzar la misión JUICE (JUpiter ICy moons Explorer) para explorar la región a partir de 2030, cuando podría saborear el océano del satélite sobrevolando su atmósfera e intentando recoger más información acerca de estas llamativas fumarolas. Unos objetivos similares a los de la misión Clipper de la NASA, cuyos datos nos permitirían entender si la luna helada presenta condiciones adecuadas para el desarrollo de la vida fuera del planeta Tierra.