Tras casi quince años desde la última adaptación, Hollywood regresa a las andanzas de la arqueóloga inglesa Lara Croft en *Tomb Raider* (2018), esta vez con el noruego Roar Uthaug dirigiendo el cotarro y la sueca Alicia Vikander en la piel de la famosa heroína de los videojuegos.Fue en 1996 cuando la empresa británica Core Design, extinta una década más tarde al ser comprada por Rebellion Developments, desarrolló las primeras aventuras de la intrépida Croft en 3D y treinta y dos bits para la videoconsola Sega Saturn; y no fue hasta cinco años después que la devoradora industria hollywoodiense supo procesar el exitazo de estos videojuegos y regurgitó **Lara Croft: Tomb Raider (Simon West, 2001) y, con otros dos años de margen para repetir el despropósito, Lara Croft, Tomb Raider 2: La cuna de la vida (Jan de Bont, 2003), dos desastres espectaculares* con la idónea Angelina Jolie (Alejandro Magno*) en el papel protagonista.

Y, aunque hubiera parecido que no nos habían dejado con ganas de más y por mucho que la película de West sea hoy por hoy la adaptación de un videojuego con mayor taquilla en los cines estadounidenses, se ve que ha transcurrido el tiempo necesario para desembarazarse del mal sabor de boca: tres lustros y diez entregas para videojugadores después, se ha estrenado el reboot de Uthaug y Vikander, con un nuevo pasatiempo para videoconsolas en el horizonte, aprovechando la coyuntura, más halagüeña que con los engendros inverosímiles y excesivos de West (Con Air) y De Bont (*The Haunting*), si bien no lo suficiente como para celebrar algo que doble la esquina de lo aceptable.

Pero esta mediocridad tampoco debe resultarnos extraña, ya que es el máximo nivel que Uthaug ha podido conseguir antes en su aún escasa filmografía, con la cual, sin embargo, da la impresión de que pide a gritos que se le reconozca su empeño por la versatilidad: el slasher de Cold Play (2006), la fantasía infantil de La montaña mágica (2009), codirigida por Katarina Launing; las aventuras de acción medieval de Flukt (2012) y el cine catastrófico de La ola (2015). Todos estos filmes tienen en común la lucha por la supervivencia, en la mitad hay un asesino inclemente y, exceptuando La ola con el inquieto Kristian Eikjord (Kristoffer Joner), los protagonizan personajes femeninos; y los tres aspectos se reúnen en la nueva Tomb Raider (2018).

Siendo conscientes de tales atributos en su filmografía, es perfectamente comprensible que escogieran a Uthaug para ocuparse del reinicio de Lara Croft; y la versatilidad es un plus si uno aspira a que la industria de Hollywood esté dispuesta a acogerle en su seno, por mucho que en el sinsentido de Cold Play se sufran los peores tics del slasher, que la fantasía de La montaña mágica carezca de encanto, de ritmo, de verosimilitud y de interés para espectadores de más de un lustro o que Flukt y La ola, propuestas dignas e inquietantes cuando deben serlo, no sobresalgan más que por aprovechar sus recursos justos y en lo palpable de sus respectivas y terribles situaciones. Pero *basta con ver Klukt* y los ingredientes y hasta escenarios que se asimilan a los de Tomb Raider para entender que Uthaug acabara llevándose el gato al agua sin demasiados impedimentos**.

Decir que esta nueva adaptación supera a las dos anteriores con amplitud, de forma bastante considerable, pese a que uno reconozca sin miramientos de ningún tipo que se imaginaría más a Jolie que a Vikander (Operación U.N.C.L.E.) como Croft, es un hecho positivo pero, a la luz del pobre alcance del filme, no para echar las campanas al vuelo en absoluto; sobre todo si se tiene en cuenta que entregar a los espectadores algo mejor que lo que perpetraron West y De Bont en la década pasada no era muy difícil, y podía lograrse a poco que el limitado Uthaug tuviese más días buenos que malos durante la producción y al supervisar a los montadores —entre ellos, Stuart Baird, director de Decisión crítica (1996), U.S. Marshals (1998) y Star Trek: Némesis (2002)—, como así ha sido.

Su planificación visual, como de costumbre, no se aleja nunca de lo preciso para mostrarse estrictamente funcional y atenerse a lo que demanda la historia y el espectáculo, poco llamativo y aparatoso, sin intento alguno de alardear de un talento que tal vez brilla por su ausencia, de unas capacidades para la narrativa cinematográfica y una imaginación audiovisual en paradero desconocido. Tomb Raider es la obra lujosa al nivel de Hollywood de un cineasta que conoce su oficio pero que todavía no ha encontrado la manera de deslumbrar al respetable, y se limita a cumplir con su cometido como quien vive de McDonald's y prepara una hamburguesa porque no sabría de qué forma cocinar algo tan reconstituyente como un cocido madrileño; no ya lo propio de delicatessen para esnobs, que hablamos de cine comercial.

Lo único de veras destacable de la película es, primero, la construcción realista de Lara Croft, una joven hábil pero no implacable como la que encarnó Jolie, inteligente pero no infalible, con una emotividad sincera y un ímpetu tozudo más que bondiano; *y luego, un espíritu desmitificador a lo Scooby Doo, ¿dónde estás?* (William Hanna y Joseph Barbera, 1969-1971) muy de agradecer, en especial porque resuelve dos extremos irreconciliables de ideas sobre el mito inventado que aborda. El único problema de esta heroína es otro de los más recurrentes en la obra de Uthaug, y que afecta también al resto de personajes: a pesar de la definición de su personalidad, esta sólo se compone superficialmente**.

tomb raider roar uthaug

Así que este director no nos ha brindado ni ser ficticio atractivo de verdad, no se nos ocurra ya pretender alguno memorable. Tanto Vikander como Dominic West (*The Wire) se esfuerzan en sus interpretaciones de Lara y su padre, Richard Croft; a Daniel Wu (Warcraft: El origen), Walton Goggins (Los odiosos ocho) y Nick Frost (Las aventuras de Tintín: El secreto del unicornio) se les ve muy profesionales como Lu Ren, Mathias Vogel y Max, y Kristin Scott Thomas (Misión imposible) y Derek Jacobi (Hamlet*, 1996) están más allá de toda crítica, como siempre, encarnando a Anna Miller y el señor Yaffe. Pero a ninguno le proporcionan una oportunidad clara de lucirse; desde el mismo sencillo guion de Geneva Robertson-Dworet (Capitana Marvel) y Alastair Siddons (Trespass Against Us), que contiene alguna tópica frase chulesca más propia de la familia de John McClane (Bruce Willis) en horas bajas de su ingenio insolente.

Quizá desde su fortísima partitura para *Mad Max: Furia en la carretera* (George Miller, 2015), el compositor Tom Holkenborg o Junkie XL no nos ha entregado nada que se le asemeje en virtuosismo, y su labor en Tomb Raider, respetable, no es ninguna excepción de todos modos. Por último, merece la pena comentar que, si las escenas de lucha no se las han currado mucho, las de acción de supervivencia no resultan fastuosas ni muy impresionantes, cosa que entristece en una película de esta índole, y más de una roza la inverosimilitud física por la suerte morrocotuda y casi increíble de esta Lara Croft en formación.

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Conclusión

La Tomb Raider de Roar Uthaug quedará como una mejora respecto de las dos pésimas adaptaciones anteriores, pero sin las virtudes convenientes para ser recordada ni lo más mínimo. Y ya podremos ver a dónde nos conduce su vocación de constituir el comienzo de una saga.

Pros

  • Que es la mejor de las tres adaptaciones del videojuego que hay hasta la fecha.
  • La construcción realista de Lara Croft.
  • El espíritu desmitificador a lo Scooby Doo, ¿dónde estás?

Contras

  • Las escasas capacidades para la narrativa cinematográfica y la imaginación audiovisual del director Roar Uthaug.
  • La planificación visual estrictamente funcional.
  • Que la definición de los personajes es superficial.
  • Que las escenas de lucha no están muy curradas y las de acción de supervivencia no impresionan y algunas rozan la inverosimilitud.

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