Las vacunas salvan vidas. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, las campañas de inmunización evitan entre dos y tres millones de fallecimientos al año, aunque si la cobertura vacunal mejorara, los expertos apuntan que se podría reducir aproximadamente un millón y medio más de muertes anuales. Las vacunas han permitido frenar y prevenir múltiples enfermedades, además de erradicar una grave patología, la viruela, y estar a punto de conseguir otra, con la práctica eliminación de la poliomielitis en todo el mundo.
Por desgracia, las vacunas han sido víctimas de su propio éxito. Las infecciones que una vez causaron miedo e indujeron el deseo de contar con herramientas para prevenir enfermedades hoy son muy poco frecuentes; por ello, según los expertos, hay una sensación falsa y peligrosa de complacencia entre la sociedad. A día de hoy, la inmunización sigue siendo una herramienta fundamental para garantizar la salud pública y aumentar la esperanza de vida en todo el mundo. ¿Pero cómo se logra prevenir el contagio de una enfermedad? ¿Qué tipos de vacunas existen?
Se clasifican en función de su ingrediente clave
A la hora de explicar cómo funcionan las vacunas, es importante analizar cuáles son sus ingredientes. El más importante se denomina antígeno, que también se reconoce como el "componente activo", según explican el microbiólogo Ignacio López Goñi y el comunicador Oihan Iturbide en su libro ¿Funcionan las vacunas?, editado por Next Door Publishers y Jot Down Books. Esta sustancia guarda cierto parecido con el patógeno o microbio que causa la enfermedad, por lo que ayuda a entrenar a nuestras defensas para que el sistema inmunológico esté preparado frente a un hipotético ataque de un virus o una bacteria a medio o largo plazo.
Existen dos tipos principales de vacunas según el material del que estén hechos los antígenos. Por un lado, están las vacunas de microorganismos vivos atenuados, también denominadas vacunas 'vivas' o atenuadas, que emplean un microorganismo debilitado como antígeno, con el fin de estimular a nuestras defensas para que estén preparadas en el caso de que se encuentren en el futuro con dicho virus o bacteria. Este tipo de vacunas se caracterizan por activar al sistema inmunológico de forma duradera, por lo que no suele ser necesario repetir muchas veces la dosis.
Entre las ventajas que presentan estas vacunas atenuadas, según López Goñi e Iturbide, podemos destacar que muchas veces se pueden administrar por vía oral, lo que facilita su empleo, y que suelen ser bastante económicas. Sin embargo, las también conocidas como vacunas 'vivas' son menos estables y requieren de refrigeración, lo que dificulta su administración en países en vías de desarrollo. La vacuna contra el sarampión, la tuberculosis, la varicela o la de la polio de Sabin son ejemplos de este tipo de vacunas.
Por otro lado, nos encontramos las vacunas de microorganismos muertos o inactivados, también conocidas como vacunas 'muertas'. En este segundo caso, según explican desde la Asociación Española de Vacunología, las herramientas de inmunización pueden ser desarrolladas de dos formas: bien mediante la inactivación térmica o química del patógeno, bien mediante el uso de fragmentos del mismo, incapaces de reproducirse y por tanto de provocar la patología. La fabricación de estas vacunas suele ser más cara; a cambio, son instrumentos más estables y no necesitan ser conservadas en frío.
Las vacunas 'muertas' estimulan al sistema inmunológico de forma parcial, de ahí que este tipo de vacunas, entre las que se encuentran la vacuna de la rabia, la del papiloma o la de la polio de Salk, requieran varias dosis de recuerdo para activar a las defensas de forma completa. Además, las vacunas de microorganismos inactivados normalmente producen menos reacciones que las vacunas 'vivas', y los síntomas leves que podrían acarrear, como enrojecimiento, dolor muscular o fiebre, se asocian en cualquier caso con la estimulación del sistema inmunológico.