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Ingrid Avendano, Roxana del Toro López y Ana Medina. Estos son los nombres de las tres ingenieras de software que acaban de demandar a Uber por discriminación racial y acoso sexual. Además de su condición de mujeres, que es un problema que viene de largo en cuando a igualdad en la tecnológica, estas tres empleadas cumplen otro perfil común: son de origen latino.

La demanda presentada en la Corte Superior de San Francisco busca, además de igualar las condiciones salariales de las empleadas, que sean compensadas por las pérdidas de bonus y pluses perdidos por su condición de mujeres latinas. Especialmente a la tercera de ellas que, de las tres, es la única que sigue trabajando en la compañía. Leyes estatales, nacionales o coherencia empresarial a un lado, la realidad es que según ha podido saber Reuters, todo el problema podría venir de un algoritmo creado para dividir las franjas salariales de los empleados.

Dicho sistema estaría preparado de tal manera que no divide a los trabajadores por rendimiento, validez o resultados probados, sino que su primer estado de clasificación estaría en su condición sexual y racial. De esta manera, las mujeres cobrarían menos que los hombres por el simple hecho de ser mujeres; así como aquellos que sean latinos, indios, indios americanos y afroamericanos. Si, además eres mujer y de cualquiera de estas etnias la escala sería aún más baja. Así mismo, blancos y asiáticos hombres se colocarían por encima de la media.

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De esclarecerse estos hechos y confirmar por parte de la demanda de las tres empleadas la existencia de estos mecanismos de regulación de sueldos, Uber añadiría una piedra más a su losa de crisis institucionales. Además de tener que pegar una nueva factura por demandas de este tipo, que unidas a las de otras áreas de la compañía están empezando a dejar grandes agujeros en sus cuentas. Esta no es la primera vez que Uber se enfrenta a este problema. La encargada de abrir la Caja de Pandora de las desigualdades en la tecnológica fue Susan Fowler que, meses después de dejar su empleo en la compañía, publicaba en su blog personal la serie de acosos que había sufrido durante su periodo de ingeniera en la misma. Nunca antes un texto en un espacio personal había tenido tanto impacto sobre la manera de concebir una compañía, y especialmente Uber. Ni las demandas, problemas con las leyes o los taxistas había podido con el gigante del transporte privado y, ni mucho menos, con el polémico y carismático Travis Kalanick. Pero Fowler y su historia le costaron el puesto al CEO de la compañía más mediática de la historia; añadiendo el hecho de que, desde hacía tiempo, el propio líder había asumido la necesidad de contar con una mano derecha que le ayudase a la toma de decisiones que se les estaban escapando de las manos por falta de experiencia.

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Sin demasiadas ganas de abandonar su silla en la compañía, desde que se anunciase el cambio Kalanick no ha dejado de dar su opinión y tomar decisiones, la mayor parte de ellas aprovechando el vacío de poder de la compañía. Y llegó Dara Khosrowshahi, directo de Expedia, para cambiar la política de empresa. Sin embargo, con el asunto de la demanda de Google por el robo de patentes y la pérdida de la licencia en Londres -su mejor representación europea- las cosas no han hecho más que empeorar. Las demandas por acoso siguen saliendo y las discriminaciones raciales y sexuales siguen siendo una constante tanto para Uber, como para el resto de Silicon Valley.

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