El sol se esconde lentamente, dando paso a una suave brisa, fría. Hoy, extrañamente, el silencio inunda la calle, aunque cualquiera lo diría, pues el ambiente invita a lo contrario. Alguna risa, estridente, se escucha aquí y allá. Mientras tanto, una sombra se cruza la calle y un niño, vestido de monstruo, nos adelanta para perderse en un callejón y no ser visto nunca más. Ha llegado la noche de Halloween y se nota en los huesos.
Pero esta fiesta, recordemos, tiene un origen mucho más antiguo del que pensamos. No, no hablamos de la Víspera de Todos los Santos, ni de el Día de los Muertos, ni tan siquiera de Samhain, el nuevo año celta. El origen de esta cultura horrorfílica está escrito aún más profundamente en nuestra carne y en nuestros genes. La culpable es nuestra fisiología, la verdadera creadora de fantasmas y quimeras. Y es que, como bien decía Goya, el sueño de la razón produce monstruos.
Aprovechando la fecha, vamos a contaros algunos pequeños "secretos" de nuestro cuerpo. Secretos con los que podemos crear una atmósfera más inquietante o disfrutar del miedo que se observa por el rabillo del ojo. El terror puede ser delicioso si se administra con mesura y a sabiendas de como hacerlo. Y la ciencia lo sabe.
Cómo ver tu propia calavera en el espejo
Os voy a contar una historia. Un chico se sienta, relajado, frente a un espejo. La luz es tenue y el incienso inunda sus fosas nasales. Se queda mirando a sus ojos reflejados, fijamente, sin pestañear. A los pocos segundos el mundo comienza a desaparecer a su alrededor: sus compañeros sentados a su lado, las paredes blancas, el suelo... poco a poco todo se esfuma y solo queda su cabeza, su cara, sus ojos.
Mezclándose con esta imagen se ven claramente los rasgos de su propia calavera. Y así aparece, en negativo, como si acabara de mirar fijamente a un punto luminoso: su cráneo enmarcando su rostro. Esta historia es real y cualquiera puede hacer la prueba en casa. Sólo necesita un poco de tranquilidad, una iluminación tenue y mirar fijamente a un punto fijo y sin pestañear de su propio rostro durante varios minutos.
¿Y por qué ocurre? La explicación la tienen nuestros conos y bastones, que son células especiales. Nuestros ojos funcionan siendo estimulados. Grosso modo, la luz produce un estímulo que se traduce en una señal eléctrica, la cual es procesada por nuestro cerebro para convertirla en imagen. Pero dicho estímulo en nuestros ojos solo se produce cuando hay un cambio. Esto se debe a los fotopigmentos que tienen dichas células, que necesitan de ese cambio para producir una variación en la molécula que produzca la señal.
El comportamiento es un tanto complicado pero se traduce en que si nos quedamos mirando fijamente a un punto, sin pestañear (sin que haya ningún cambio), la imagen se irá perdiendo. Lo primero que se irá será el color y solo quedarán los rasgos más duros, que son los que percibimos con más contraste, debido a un fenómeno llamado persistencia visual.
¿Y qué será lo que veamos si nos miramos frente a un espejo? Efectivamente, el contorno de nuestro cráneo, ya que son los rasgos delimitantes y más marcados de nuestro rostro. Por supuesto, la explicación es un poco más complicada, pero el efecto es el mismo y podéis comprobarlo en casa. Eso sí, con un poco de paciencia. Este fenómeno se usa en multitud de rituales de introspección y búsqueda de uno mismo, todo sea dicho. Pero, en cierto sentido, solo es un truco.
Fantasmas que aparecen con el sonido
Había una vez un laboratorio en el que nadie quería trabajar. Corrían los rumores de que estaba encantado. Y esta historia también es real. Los investigadores que lo habitaban sufrían de sudores fríos, notaban una presencia que los observaba constantemente y una sensación de tristeza, opresiva, se apoderaba de ellos al entrar en la instalación. Esto era aún más grave tratándose de científicos con mentes escépticas.
El hecho comenzó a ser tan grave que Vic Tandy, un ingeniero con mucha experiencia, decidió investigar qué demonios pasaba. Sin éxito, huelga decir. Hasta que un día que iba a una competición de esgrima dejó su florete sobre una mesa. Al volverse, un escalofrío le recorrió la espalda, el estómago se le encogió y se quedó muy quieto. El florete se estaba moviendo solo, no había duda, lo estaba viendo con sus propios ojos.
Pero en vez de salir despavorido de la sala, vio en el fenómeno la pieza que le faltaba a aquel puzle de fantasmas: el origen de todo eran los infrasonidos, ondas sonoras que nuestro cerebro no recoge conscientemente. Sin embargo, algunos estudios apuntan a un hecho sorprendente: los infrasonidos en torno a los 19Hz son capaces de generar un efecto fisiológico.
Aunque escuetos y poco numerosos, las investigaciones de Tandy y otros colegas apuntan a que en esas frecuencias se pueden generar sensaciones que normalmente asociamos a la inquietud, la sensación de ser observados y otros espectros de la mente. Esto mismo se ha comprobado en otros lugares típicamente encantados, encontrándose este tipo de frecuencias. De hecho, podemos usar infrasonidos de esa frecuencia en casa, los hay a montones en YouTube, por ejemplo. La sensación es inmediata, como observaremos. ¿Y qué fue del fantasma del laboratorio de Vic Tandy? Resultó ser una rejilla de ventilador suelta.
Música que inquieta los sentidos
Recuerda la punzante tonadilla de Psicosis. Rechina en el cerebro, ¿verdad? La música sigue siendo un misterio en sí misma. La sucesión de sonidos armónicos produce efectos claros en nuestro cerebro, aunque nunca hemos sabido exactamente por qué razón. Y uno de esos efectos es la capacidad de inquietarnos. Esto lo sabe cualquier músico profesional.
Lo vemos todos los días en películas y series. Sin la música, las escenas serían mucho menos dramáticas. Pero, la música puramente lúdica, ¿puede ser inquietante? Desde luego. Al fin y al cabo, son las mismas reglas: nuestro cerebro es el que crea los fantasmas. Y la razón para la música de terror está en la confección de los sonidos.
Los animales superiores somos muy auditivos. Tenemos estructuras especializadas en nuestro cerebro para interpretar señales auditivas (la máxima expresión en humanos es la comunicación verbal). Los sonidos nos alertan, nos advierten, nos transmiten mensajes. En general, los sonidos discordantes, con ritmos no lineales, tonos muy agudos... todas estas son características de sonidos inquietantes.
Por eso la risa de un niño puede ser increíblemente encantadora... o terriblemente perturbadora según la situación. Esto también ocurre con los animales y muy probablemente esté relacionado con los sonidos de advertencia salvajes. Por otro lado, también existen más rasgos asociados con el peligro y la alarma. Mezcla varios de ellos, mételos en una melodía y, voilà, tendrás una música de miedo. Existen listas de musicales que buscan, precisamente, este tipo de sensaciones y podemos usarla para aderezar una velada terrorífica. Aquí va una de ellas realizada por Science Friday.