fe de etarras

Netflix

A la segunda película española distribuida por Netflix, tras Siete años (Roger Gual, 2016), y con el título de Fe de etarras la había precedido la polémica antes de su estreno, no sólo porque se trata de “una comedia alocada” sobre la banda terrorista ETA, asunto delicado en España, sino también porque la Guardia Civil consideró su cartel promocional una falta de respeto a las víctimas de su terrorismo y presentó una denuncia judicial, que fue archivada. Borja Cobeaga (Pagafantas) ha sido el encargado de dirigirla, y ha coescrito el guion con Diego San José. Que la plataforma de vídeos bajo demanda le escogiese, y a Mediapro, sigue la misma lógica del éxito que les llevó a elegir a la Bambú Producciones para que elaborase su primera serie española, Las chicas del cable (Ramón Campos, Teresa Fernández-Valdés y Gema Neira, desde 2017): Cobeaga escribió con San José el libreto de taquillazos como Ocho apellidos vascos y su secuela, Ocho apellidos catalanes.

Además, no es la primera vez que este cineasta aborda el terrorismo de ETA, ni siquiera en tono jocoso: ya lo había hecho en el programa de sketches Vaya semanita (2003-2011), en la cancelada serie de televisión Aupa Josu (2014), sobre un ambicioso consejero vasco que busca acabar con la violencia etarra para ascender, y en el largometraje Negociador (2014), acerca de las negociaciones con los terroristas que llevó a cabo Jesús Eguiguren, presidente del Partido Socialista de Euskadi, en 2005 y 2006. La una es una comedia negra, y la otra, dramática, así que lo de aproximarse a este terrorismo para reírse de él no es nuevo en absoluto, y la controversia por Fe de etarras se ha desatado por la mayor capacidad publicitaria de Netflix, que le asegura una mayor difusión de sus propuestas y un conocimiento generalizado de los espectadores y, bueno, la osadía conceptual en sus anuncios.

fe de etarras
Neftlix

El filme comienza en lo que parece una opípara comida vasca, con una de esas típicas conversaciones sobre opciones y variedades gastronómicas; y de repente, como contrapunto, se revela el verdadero contexto y ya no hay marcha atrás en la trama terrorista. Lo rutinario, lo torpe y lo chapucero de la organización y el fanatismo ideológico nacionalista, que se muestra tan ridículo y esperpéntico como se debe hasta en cuestiones minúsculas de la cotidianidad, sirven de base humorística y son todo lo desmitificadores que podrían ser, pero su ingenio vuela bajo pese a algún repunte, como la divertida cháchara sobre el ranking de grupos terroristas, la de poner un plato de ducha por ETA o la de las relaciones amorosas como sus distintas negociaciones con el Estado español.

Y si algo importante nos enseñaron los grandes directores de comedias cinematográficas, como Ernst Lubitsch (Ser o no ser) o Billy Wilder (Con faldas y a lo loco, Uno, dos, tres), fue que el buen ritmo es esencial en una película de este género, pero Fe de etarras carece de él de principio a fin. A su languideciente puesta en escena se le une, además, el tufillo a sucesión de sketches, de situaciones, encuentros y diálogos cómicos casi siempre cerrados, que no puede uno obviar y que es tristemente comprensible si tenemos en cuenta que Cobeaga y San José guionizaron programas que consistían en ello, como el mencionado Vaya semanita, bastante exitoso, o Made in China y Splunge (2005), que fracasaron; y esto supone que la progresión cómica brilla prácticamente por su ausencia, por lo cual comprendemos la falta de ritmo.

fe de etarras
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La historia avanza, sí, y varias escenas humorísticas tienen elementos referenciales de las anteriores, pero la estructura cómica en concreto es más parecida a la de los filmes de los Hermanos Marx, salvando las distancias enormes de agudeza, que a las más evolucionadas de Lubitsch o Wilder, o tal vez algo intermedio. Javier Cámara aporta toda su gran humanidad a Martín, y Ramón Barea, todo su saber hacer a Artetxe; mientras que Gorka Otxoa, Miren Ibarguren y Julián López cumplen bien con su cometido; y siempre es agradable contar con secundarios eficaces como Tina Sáinz o Luis Bermejo. El último tramo mejora en sus decisiones de guion, su puesta en escena y su montaje, y en conjunto, Fe de erratas se queda en una peliculita agradable, con la gracia justa, más burlesca que afilada y que de ninguna forma puede escandalizar a nadie por muy susceptible que sea con el asunto del terrorismo etarra.

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