Tu perro lleva contigo miles de años. Por supuesto que no es tu perro literalmente del que hablamos. Ni tú eres tú. Sino de la relación entre el peludo "mejor amigo del hombre" y el ser humano. Llevamos tanto tiempo con ellos que no nos imaginamos un mundo sin ellos. Hemos influido tanto en su evolución, y ellos en la nuestra, que se han convertido en piezas esenciales de nuestra vida. Si hay algo que siempre ha llamado la atención de los biólogos es la sociabilidad de los perros. Los canes son sociales hasta la obsesión, simpáticos, leales y dedicados a su manada, humana o perruna. Mucho más que otros canes, como los lobos, primos hermanos de estos. ¿Cuándo apareció esta característica? ¿Y por qué? Tal vez la genética tenga la respuesta. O tal vez no.
En busca del gen perdido
Desde que entendemos que todo ser vivo está condicionado por sus genes parece imperante buscar el quid genético de todo lo que se mueve. Bajo esta premisa, Bridgett vonHoldt, de la Princeton University, y Monique Udell, de la Oregon State University, colaboran en la búsqueda de respuestas. Respuestas a la pregunta: ¿por qué mi perro me quiere tanto? En sus estudios han optado por apuntar a una hipótesis bastante original: buscar la modificación de un gen concreto. En trabajos anteriores, vonHoldt detectó una diferencia fundamental genética entre perros y lobos. Esa diferencia está relacionada con su correspondiente humano causante de una enfermedad conocida como síndrome de Williams-Beuren. Este síndrome, entre otras cosas, se caracteriza porque las personas con él son excepcionalmente sociables y joviales. Es un tiro largo, pero la investigadora acertó. Por ello, en este nuevo estudio han seguido buscando la implicación de este hallazgo en la simpatía perruna.
Los resultados muestran que la mutación en los genes GTF2I y GTF2IRD1 (nombres de secuencias genéticas, nada más) están relacionados con una mayor sociabilidad en los animales. Básicamente, estos genes producen proteínas que controlan otros genes que están implicados en esta demostración de sociabilidad. En el estudio se comprobó que los perros con mutaciones para estos genes eran más propensos a prestar atención a los seres humanos. No es la primera vez que esto se aprecia en animales. Sabemos que anular los genes equivalentes en ratones hace que estos sean mucho más amigables. Así que parece un buen punto de partida. ¿Hemos encontrado los genes de la simpatía perruna?
No todo va a ser genética
Si bien el componente genético es una pieza clave en todos los seres vivos, no se puede enlazar algo tan complejo como el comportamiento con un juego de genes. Es una visión reduccionista y poco realista. De hecho, la propia vonHoldt lo dejaba claro: "no estamos diciendo que hayamos encontrado la mutación que controla la sociabilidad de los perros". Los genes no son deterministas. El conjunto de ellos, su manifestación, condicionada por multitud de factores externos que los "activan o inhiben" (mediante relaciones epigenéticas), unido a factores de relación, cuestiones fisiológicas... es todo demasiado complicado como para atreverse a decir que existe un gen que controla el comportamiento. Además, el estudio, aunque sigue la línea de otros estudios llevados a cabo por la investigadora, trabaja con una muestra un tanto limitada. Eso implica que los errores estadísticos podrían falsear las muestras.
Pero es un comienzo lógico. Aunque no entendamos del todo estos genes de los que hablamos, al menos sabemos bastante sobre ellos. Y también sabemos como funcionan en otras especies. Pero, de nuevo, la historia está lejos de haber terminado. Cada vez conocemos mejor el material genético protagonista en la domesticación de nuestros animales de compañía. Ahora sabemos algo más sobre el origen canino a partir de ancestrales lobos. También conocemos un poco mejor qué ocurrió durante la domesticación. Todo esto es importante porque los perros son un ejemplo único de especie ligada para siempre a los seres humanos. Dependen de nosotros y nosotros, durante mucho tiempo, dependemos de ellos. Seguir esta línea de investigación es muy interesante por la cantidad de información crucial que nos aportará, pero recordemos que no solo estamos hechos de genes, ni nosotros, ni los perros.